Una banda de destructores nos rodea. Encerrados y embretados detrás de trajes de plomo y amianto, allí están disparando sobre las trincheras, para rápida y cobardemente volver a guarecerse. No sea cuestión de quedar expuestos. Los que hacen, los que producen, los que dinamizan las sociedades, indefectiblemente en algún momento se equivocan. Por el contrario, los que nada hacen, los odiadores del sudor, los opinantes seriales, a escondidas se quedan para levantar medrosa la mano con los típicos “yo les avisé”, “yo se los dije”. La provocación de estas líneas es para zamarrear a los más comunes y decirles que las guerras las ganan los que van al frente. Seguramente llegarán magullados, golpeados, exhaustos y sin duda que en el camino se habrán maldecido mil veces a sí mismos, preguntándose una y otra vez “por qué cuernos se metieron en esa batalla”. Después de todo, fracasar duele. Es claro que al momento de los premios, todos harán fila para intentar ponerse medallas que no les corresponden y seguramente los reales triunfadores, sabios y contemplativos, les darán ese espacio ya que saben que no hay nada más amargo que el destierro y el olvido. El verdadero triunfador tiene y debe de tener misericordia, ya que contradiciendo el dicho de un General, el campeón no piensa que al “enemigo ni justicia”. En las utopías de los vencedores existe lugar para muchos, por no decir todos, pues son tan inmensos que pueden contener multitudes (Walt Whitman). Por el contrario, el que excluye se convierte en un tonto de baja monta, a la vez que hace daño a un pueblo, a una empresa, a una familia. Ese daño, en algún momento, se le volverá en contra y lo recluirá al pozo de la desmemoria.
Son tiempos en que caminamos por los “Jardines de la Bobería”. Mientras andamos por él, vemos a nuestros costados cual vidrieras de paseo, letrados sin letra ni palabra, vividores acomodaticios buscando el mango sin empeño, aplastadores de la pirámide del conocimiento luchando por llevar a cero el estudio adquirido por los que pestañas se quemaron y, sobre todo, en ese lugar preciado del vergel de los pazguatos, allí están los que arrojan piedras para luego prestos soterrar su mano. Son tiempos donde penosamente está ausente la producción de ideas, de saberes y de hechos virtuosos. Caminando por el “Jardín de la Bobería”, nos sentimos una y otra vez como visitantes de viejos fracasos. Somos el “Día de la Marmota”, en un sin final permanente. Quizás en la salida, “el mar, el mar, siempre recomenzando”, como decía Paul Valery, pero para volvernos a traer a los tiempos monocordes y grises. Mientras, en nuestra caminata, las vidrieras nos siguen mostrando a los infaustos con sus plásticas medallas colgadas.
Hace unos pocos días, el Dr. Alberto Levy (1947- ) me invitó a ser parte de su cátedra en la materia “Dinámica Empresarial”, en la UBA. El Dr. Alberto Levy es un referente mundial en temas de management y marketing, habiendo escrito cuarenta y seis libros, cientos de papers, miles de conferencias y clases, se define a sí mismo como un simple profesor. Y la gran siete que lo es. Decididamente un día comprendió que un maestro no es otra cosa que un alumno que decidió quedarse en una clase para siempre. Yo sé que todas estas zalamerías no le agradarán. Pero es que con él y en él vengo a levantar la llama de los que se mataron estudiando y trabajando. Hombre íntegro de raza docente, siempre magnánimo con sus estudiantes, seguidores y familia.
En la clase vía Zoom traté al inicio de expresar toda la admiración que siempre he sentido por él y que a pesar de varias décadas que no nos habláramos, por cuestiones ajenas al cariño que nos teníamos, le reconocí que él era y es una luz permanente en mi vida. Su modelo PENTA, sus centenares de matrices, sus ideas, ayudaron y ayudan a multiplicidad de empresas a luchar por ser cada día más eficientes y a su decir, con más virtudes. El Zoom de la cátedra de Alberto latía, vibraba con 100 pequeñas caras en las que cada una simbolizaba un sueño por concretar. Al diablo fue todo mi discurso introductorio ya que la emoción me ganó y vaya a saber qué palabras pude hilvanar para explicar a sus alumnos que su profesor, el Avi, es uno de los intelectuales quizás más importantes que dio estas tierras en años. La clase fue ardiente, apasionada, con idas y vueltas, por mi lado explicando hacia dónde va el mundo de los medios y los contenidos y del lado de la barra ferviente del Avi con preguntas punzantes, que son justamente las más valiosas, las únicas que penetran. Al terminar la clase, Alberto ya no era más un pequeño cuadrado en mi Zoom, hablando desde algún lugar de Estados Unidos. Era un gigante generoso que compartía conocimientos con todos sus alumnos, como lo hace desde hace décadas. Por Dios, ¿en qué momento nos hemos convertido en una sociedad que castiga al que piensa y al que hace?
Uno de los lemas que más admiro del Dr. Levy es cuando afirma que su “misión es impedir que las empresas se transformen en morgues de almas”. Brillante, único, irrepetible. ¡Ey, usted señor del Jardín de la Bobería! Venga, escuche y valore a este coloso y piense por un momento si con las decisiones que usted está tomando no está conduciendo al pueblo entero a un cementerio de ilusiones.
Si pusilánime es el que no tiene valor (a veces ni para animarse a verse a sí mismo) y que bajo el yugo de un falso influyente queda sometido, me es claro que el país solo saldrá delante cuando cardúmenes de pibes estudiantes atropellen con ideas a los enquistados oportunistas del poder.
Solo los atracadores se miden entre sí por sus posesiones, pero cuando un Bill Gates decide donar gran parte de su fortuna o ayudar en el desarrollo de vacunas o apoyar sociedades autosustentables en el África, saltan la caterva de mediocres a la yugular con frases del tipo “es para pagar menos impuestos” o “seguro que él generó el virus y ahora busca un negocio con las inoculaciones”. ¿En qué lugar del cajón hemos dejado virtudes trascendentes como el amor, la justicia, la compasión, la nobleza, la integridad, la humildad (Avi dixit), y me permito agregarle al maestro, la misericordia por el caído?
Cierro mi Tributo y Provocación de hoy, en la esperanza que la rebelión llegue pacífica pero firme y pensando qué se logrará cuando despertemos de esta anestesia en la que nos han metido. El “Jardín de la Bobería” seguro tiene un final, para bien o para mal. Por mi parte, apuntaré hacia la salida del progreso y trataré de hacer carne la máxima del Dr. Alberto Levy: “No te olvides que tu principal desafío de liderazgo es como padre o como madre. Merécete que te quieran”.
Señor que escondes la mano luego de tirar la piedra. Este mensaje fue para vos.
Tributo a Alberto Levy (1947- ).
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