Desde “el que apuesta al dólar pierde”, pasando por “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”, hasta “el que depositó dólares, recibirá dólares”, los gobiernos argentinos nos han pedido que apostemos por el país.
Tal vez pocas frases definan mejor a los frustrados intentos de los sucesivos gobiernos por inculcar en forma de campaña publicitaria o directamente como un mandato divino a que los argentinos ahorremos en nuestra propia moneda.
Frases memorables como “el que apuesta al dólar pierde”, pronunciada por Lorenzo Sigaut, al asumir como ministro de economía el 29 de marzo de 1981, aspiraban al tan anhelado shock de confianza para calmar una inflación de más del 130% anual y que había terminado, nada menos que con la gestión, al frente del gobierno militar, de Jorge Rafael Videla.
De más está recordar que poco efecto surtió el intento, Sigaut no convenció a nadie y al igual que un embarazo complejo a los nueves meses las sucesivas devaluaciones cargaron no solo con él sino con el presidente de facto Roberto Viola que fue quien lo había nombrado en su cargo.
Otras no menos célebres como la pronunciada por el ministro de Economía del presidente Raúl Alfonsín, Juan Carlos Pugliese en 1989, “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”.
O la del presidente Fernando de la Rúa cuando en los inicios del 2001, tal vez el más caótico en términos económicos y sociales de los últimos 20 años: “El 2001 será un gran año para todos. ¡Qué lindo es dar buenas noticias!”, que sirvió de antesala para que uno de sus sucesores, Eduardo Duhalde, asegurara que “El que depositó pesos, recibirá pesos. El que depositó dólares, recibirá dólares”, durante su discurso en la Asamblea Legislativa de su asunción como presidente de los argentinos, para que luego de unos pocos días aparecieran figuras tales como la pesificación asimétrica, el esfuerzo compartido, las medidas cautelares judiciales y tantas otras cuestiones, propias de los avatares cambiarios de nuestro querido país.
También en el pasado reciente
El presidente Mauricio Macri acuñó varias frases para incorporar al archivo de promesas y objetivos declarados y no cumplidos, que invitaban a confiar en la Argentina. Desde el discurso de campaña que presentaba como “algo rápido y sencillo bajar la inflación”, hasta la invitación a blanquear capitales argentinos en el exterior y no declarados., “Hay miles de millones de dólares de argentinos en el exterior, que se los llevaron por falta de confianza. Los invitamos a ‘repatriar’ esos fondos, había dicho. ”Necesitamos que todos apostemos, ya no tenemos un gobierno que viene a meter palos en la rueda, que viene a estafarnos. Tenemos un gobierno que viene a decir la verdad”.
La verdad en esos días tenía cuatro ejes fundamentales: 1) las propuestas de equipos idóneos, responsables y probados para conducir al país; 2) las amenazas de los mercados internacionales de incluir a la Argentina en protocolos de auditoría y control de capitales e informar a la autoridad recaudatoria las posiciones de los argentinos en el exterior; 3) las promesas de solvencia fiscal, reducción impositiva, promoción a las inversiones y desaliento a la especulación; y 4) la protección de los derechos de todas las partes y el cumplimiento de los contratos.
Como broche de oro la administración del presidente Macri propuso “un último blanqueo con condiciones muy ventajosas para los evasores, convertidos en víctimas de los anteriores gobiernos de turno, que obligaron a refugiarse en otros países a exiliados capitales que huyeron de una muerte segura en nuestros suelos”.
Si repasamos cada uno de los pilares de la propuesta iniciada en diciembre de 2015 nada fue como se propuso. Los títulos públicos argentinos no dejan de caer. En el siguiente cuadro se puede ver cómo se produce el deterioro del valor de la deuda pública externa argentina llegando a valer hacia finales del 2020 y luego de una reestructuración, posterior al reperfilamiento sugerido en 2.019 poco más del 20% de lo que cotizaba en sus máximos, apenas tres años atrás.
Ahora se podrá entender porqué el dinero con el que contaba un inversor antes del blanqueo de 2017 no es un número al azar. Si tenía USD 11.414.209, pagó por el sinceramiento fiscal: USD 1.141.420; le quedaron USD 10.272.788 que los destinó a la compra de títulos públicos soberanos por: USD 9.7753.694 pues cotizaban sobre la par, USD 104,84 la lámina de USD 100. Hacia diciembre de 2020 cotizaban a USD 24,26, es decir que su activo se redujo a USD 2.371.504, que al cambio de corte para el cómputo del impuesto a las grandes fortunas supera los $200 millones previstos como base para tal imposición.
Quien blanqueó en 2017 USD 11,4 millones, en diciembre último tenía apenas USD 2,4 millones, y debe pagar el Impuesto a la Riqueza
En consecuencia, si esta historia fuera real, el contribuyente habría tributado y aportado al país, entre impuestos y quitas crediticias USD 1.141.420 por pago del sinceramiento; USD 7.901.284 por pérdida por reperfilamiento, reestructuraciones y futuro default.
Sin embargo, a pesar de haber perdido más de USD 9 millones de su patrimonio, el saldo remanente lo posiciona por encima de los exentos al tributo especial a las grandes fortunas. En consecuencia, se le aplica el 2% para tal impuesto: USD 47.537, según la reglamentación de la Ley 27605/2020, como “Aporte Solidario”.
A simple vista se observa que apostar al país le habría costado a este supuesto inversor el casi el 80% de su patrimonio en apenas 3 años.
La suerte del bitcoin
Ahora es fácil entender porqué hay países que ofrecen tasas reales negativas para sus bonos soberanos o porqué el bitcoin no deja de crecer en sus cotizaciones, aunque con alta volatilidad. La apuesta se relaciona al riesgo, a la timba, mientras que la inversión se asocia a la gestión, al trabajo y al crecimiento.
Confiar en los mensajes que han dado los sucesivos gobiernos de la Argentina, en especial cuando ofrecían cambiar hacia modelos de economías más abiertas y libres siempre han dado malos resultados, porque cualquier activo financiero en el país Argentina es de enorme riesgo.
Si el desafortunado inversor hubiera preferido el riesgo extremo de apostar todo su dinero al bitcoin, durante 2017 cuando el precio promedio del activo digital estuvo alrededor de los USD 5.000, y con su posición post blanqueo hubiera comprado algo más de 2.000 de la criptomoneda, al precio de estos días tendría USD 125 millones.
De ahí que si no se cambian estas realidades, el rigor de un diario del lunes que se repite, pondrá de manifiesto que ningún activo local puede tener un precio de referencia y que invertir en Argentina es más riesgoso que comprar un activo digital, sin más respaldo que la confianza de sus adquirentes, algo que nuestras propuestas carecen desde hace muchos años.
Esta columna es una extracto de la publicada en FinGuru Blog
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