Mary Wollstonecraft fue una mujer que desafió los paradigmas de su tiempo. Coetánea de Wolfgang Amadeus Mozart, del almirante Horatio Nelson, del jacobino Maximilien Robespierre, del presidente de nuestra Primera Junta de Gobierno, Cornelio Saavedra, y también del dramaturgo Leandro Fernández de Moratín, cuya obra “El sí de las niñas” refleja igualmente la problemática femenina de la época. Todos ellos, al igual que Mary, nacieron entre 1756 y 1760.
La “Vindicación de los derechos de la mujer” es la obra en la cual Mary vuelca la sustancia de su pensamiento. Y es además el texto que cimienta su fama a punto tal que cuando, poco después, William Godwin escribe sus Memorias en honor de quien fuera su esposa titula su libro “Memorias a la autora de Vindicación de los derechos de la mujer”. A causa de esta obra, Mary se había convertido en una figura tan reconocida que ni siquiera hacía falta nombrarla.
Escritos de manera impetuosa en apenas seis semanas, los 13 capítulos de la Vindicación de los derechos de la mujer son una insistente convocatoria a la educación femenina, formulada desde la razón, pero no por ello carente de emoción. Emoción que la autora nos transmite mediante el recurso literario de abrir debates hipotéticos contra algunos de los más conspicuos referentes de su tiempo.
Mary es una mujer culta. Por cierto, autodidacta. Y ello se advierte cuando a lo largo de su obra vamos encontrando referencias a los oráculos de la antigüedad clásica, a las teorías del derecho divino o a la cultura árabe. Ávida lectora, nos brinda citas que van desde la “Teoría de los Sentimientos Morales” de Adam Smith hasta “Los viajes de Gulliver” de Jonathan Swift.
Pero más que nada Mary es una mujer de espíritu independiente. En la “Vindicación de los derechos de la mujer” se indigna particularmente con el ginebrino Jean Jacques Rousseau, sobre todo con su “Emilio”, y desafía asimismo abiertamente a Talleyrand, a quien incluso le dirige una carta abierta con que comienza su texto. Por cierto, tampoco duda en cuestionar a otros autores, que hoy llamaríamos influencers, como el doctor John Gregory o el clérigo James Fordyce.
Mary fue una mujer adelantada a su tiempo. En su obra roza muchos temas que aún hoy son conflictivos: la prostitución, el aborto, el control de la natalidad y hasta los impuestos. Más allá de que por supuesto estos tópicos no revistan más que un carácter de referencia tangencial, ya que el objetivo de su obra es otro, lo cierto es que Mary no tiene reparos a la hora de plantearlos.
Y tiene también Mary un fino sentido del humor, típicamente inglés. Sobre todo cuando compara a algunas representantes del sexo femenino de su tiempo con amorosos y sumisos cocker spaniel, o bien con pájaros gloriosamente emplumados, o incluso con gatas astutas y celosas. Modelos femeninos que, definitivamente, rechaza. Ella anhela que las mujeres puedan desplegar todas sus potencialidades, sea en el ámbito doméstico, sea en el ámbito público. No importa. Pero que sean independientes, autónomas, forjadoras de su propio destino.
Hoy, un retrato de Mary Wollstonecraft cuelga en la Galería Nacional de Retratos de Londres. Los curadores la han incluido en un grupo titulado “Rebeldes, radicales y reformistas”. Es la única mujer, junto a 37 hombres, entre los que se encuentran por ejemplo Jeremy Bentham o Thomas Paine.
Pero Mary trasciende los muros de la Galería. En efecto, su silueta fue también motivo de un graffiti, realizado por el artista urbano Stewy en una pared en la zona de Newington Green, en Londres. Y hace apenas unos meses, en noviembre de 2020, la ciudad le rindió homenaje con una moderna escultura de Maggi Hambling, que como era esperable, resultó tan polémica como la homenajeada lo fue en su tiempo.
Por supuesto, Mary no fue la primera ni la única mujer que abordó el asunto de la educación femenina. Entre ellas, Catharine Macaulay, nacida unos 30 años antes que Mary y autora de “Cartas sobre la educación” o, del otro lado del Atlántico, Judith Sargent Murray, quien en 1790 había publicado su famoso ensayo “Sobre la igualdad de los sexos”. A ellas también, precursoras, cabría rendir, por extensión, un homenaje.
¿Qué pide Mary, en definitiva? O más bien, ¿qué “no pide”? No pide privilegios. Pide igualdad. Igualdad “ante” y no “mediante” la ley.
“No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres sino sobre sí mismas” es tal vez la frase que de modo más cabal nos resume su pensamiento.
Esta es, a nuestro juicio, la esencia del legado de Mary Wollstonecraft que, en estos tiempos resulta imperioso recuperar.
*Por María del Alba Orellana y Alba Pérez Romero
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