El rector Alberto Barbieri de la UBA invitó a las Universidades de San Pablo, de Asunción y de la República de Uruguay. Se conversó desde una perspectiva multidimensional de la integración: la científica y educativa, la integración digital, las políticas ambientales y por cierto sobre el futuro de la integración económica del Mercosur.
Vente académicos apuntaron ideas, que es tal vez lo que más se necesita, para contribuir a desarrollar un territorio político pleno de recursos, enfrentado a la urgencia de articular una estrategia común en un mundo de bloques, de cambios radicales en la geopolítica y sometido a la tensión que genera la pertenencia atlántica de la región y el presencia in crescendo de la economía de China y sus demandas que, beneficiosas en términos de nuestras materias primas, arriesgan una nueva primarización de nuestras economías.
El desafío de los gobiernos es armonizar las prospectivas de los países con las del conjunto común de la región.
Académicos apuntaron ideas, que es tal vez lo que más se necesita, para contribuir a desarrollar un territorio político pleno de recursos
Ahora bien ¿se puede armonizar el conjunto si cada país no despliega su proyecto de largo plazo? La respuesta es obvia. No “todo” sin “partes”, como de la misma manera no hay “partes” sin “todo”. El mejor destino es el destino común al que llamamos Mercosur. Pero no hay nada que se pueda aportar a “lo común” que no sea “lo propio”.
Acerca de lo común
Pensar el futuro requiere el diagnóstico del Mercosur y de cada uno de los países. Un diagnóstico que revele las ganancias y las pérdidas en el proceso de integración. En estos 30 años no se hizo. ¿Se puede pensar el futuro sin tener en cuenta los beneficios y los costos ocurridos como consecuencia de la asociación? Resuelto la visión prospectiva y el diagnóstico, podremos acercarnos a la viabilidad de los caminos, las políticas a recorrer, desde donde se está en dirección a dónde se quiere llegar.
La concreción de prospectiva, diagnóstico y políticas requiere un enorme esfuerzo de coordinación y detrás de ello está la condición necesaria de consensos mínimos. Sin ellos a nivel país y a nivel regional no hay viabilidad para un diseño de largo plazo.
Los académicos pueden aportar en esos tres ejes, pero los políticos son los que tienen la capacidad de construir esos consensos. En realidad, la misión de la política es la de construir consensos para el futuro. ¿Nosotros estamos ahí, tenemos esa dirigencia política?
Imaginemos que logramos esos consensos a nivel país y a nivel regional, la tarea de la integración debe ser la de un proceso de armonización de proyectos nacionales.
La tarea de la integración debe ser la de un proceso de armonización de proyectos nacionales.
Nuestra Argentina presente es el resultado de la ausencia, en estos 30 años, de un proyecto nacional de desarrollo medianamente consensuado. Esa carencia básica nos ha condenado al estancamiento con inflación, al abrumador crecimiento de la pobreza, a una división socio política absolutamente tóxica.
Nuestros males, de origen nacional, no han encontrado en el proceso de integración Mercosur una oportunidad que evite la inercia de la decadencia. No es un balance. Pero es un dato. En 1991, cuando nacía el Tratado de Asunción, nadie podía imaginar el cambio del balance económico planetario. La irrupción de China, el vibrante proceso de crecimiento de todo el espacio asiático y el cambio geopolítico que está presente vigorosamente en nuestra región.
En el Mercosur hemos recibido beneficios de la valorización de nuestras materias primas. Pero ¿qué hemos transformado de nuestra realidad competitiva a partir de ese potencial de excedente? En la Argentina no ha quedado nada más que la capacidad de volver a aprovechar ese viento de cola. Pero ¿acaso se transformó con ese excedente la nave a la que el viento de cola empuja? ¿Se transformó el bloque regional?
Todo el Mercosur y la Argentina en particular en estos 30 años ha sufrido un proceso de desindustrialización que, las crisis externas demuestran que es una traba para el crecimiento y un déficit del desarrollo. ¿Es posible el desarrollo a base de la especialización primaria o, por el contrario, todo ese proceso exige la diversificación? Para saldar esa hipoteca se requiere de un mejor bloque, diferente formato y un real compromiso de los países acerca de la necesidad de que cada Estado parte pueda asumir un camino de crecimiento sostenible.
Todo el Mercosur y la Argentina en particular en estos 30 años ha sufrido un proceso de desindustrialización que, las crisis externas demuestran que es una traba para el crecimiento y un déficit del desarrollo
Para diseñar esa “convergencia conjunta” se deberá evaluar las ganancias y las pérdidas en estos 30 años. Es una tarea pendiente. Todas las crisis han ido sembrando piedras en el camino de la integración. La mayor parte de tipo comercial. Pero también los ha habido como consecuencia del desvío de inversiones o subsidios no contemplados en las normas.
La idea generalizada y como mínimo equívoca, es que el éxito o el fracaso, del Mercosur depende de los números del comercio. El intercambio es consecuencia del patrón productivo de los países. La productividad de los sectores. La asignación de recursos y la inversión.
Tenemos una Unión Aduanera imperfecta que le ha generado a la Argentina, en el marco de la “guerra fiscal” desarrollada por Estados subnacionales de Brasil, pérdidas substanciales en la industria automotriz, en la maquinaria agrícola autotransportable, en la industria gráfica, en la línea blanca de artículos para el hogar y en la industria textil. Ninguna era inevitable con coordinación de políticas de incentivo a la inversión.
La última Cumbre tuvo la virtud de visiones diferentes sobre “el carácter de la integración”. Una mayoría de los países socios reclama mayor apertura comercial de inmediato. Una drástica reducción de los aranceles y la posibilidad de firmar acuerdos de integración individuales, al margen de la unidad de acción que impone el Mercosur como Unión Aduanera imperfecta.
La tarea doméstica
Hasta aquí las reflexiones propositivas que surgen de un diálogo sobre la viabilidad de una integración regional que permita, armonizando los proyectos nacionales en uno común, superar la situación del cono sur atlántico; abandonar la retórica grandilocuente y reconocer que -en la práctica- estamos más cerca de una Zona de Libre Comercio que de ninguna otra forma teórica de integración. Reconocer la realidad, el diagnóstico, es el primer paso para poder madurar un proyecto, un futuro deseado y de allí trazar las políticas.
Pero cabe resaltar que no hay Mercosur posible si no es la consecuencia de armonización de proyectos nacionales y eso implica un consenso regional. Y, previamente, requiere proyectos nacionales de largo plazo y enorme ambición.
No hay Mercosur posible si no es la consecuencia de armonización de proyectos nacionales y eso implica un consenso regional. Y, previamente, requiere proyectos nacionales de largo plazo
Ningún proyecto de largo plazo es posible, por definición, sin un consenso nacional. Y la primera condición es quererlo. La mala noticia, lo gris, lo oscuro, de nuestros días es que la actual dirigencia política procura la imposición y no el consenso. Las conclusiones son obvias.
La esperanza, sin ella no se puede vivir es que, de esta crisis de la pandemia, del estancamiento económico y la decadencia social, surja una voluntad de construir que nuestra Patria supo tener y que desgraciadamente se la ha olvidado. Una economía en tránsito de integración que generaba empleo y salarios que impedían que la pobreza fuera de más del 4% de la población y que en 1975 tenía el PBI por habitante equivalente al 75% del de Australia. Esa es la memoria que nos falta para entender qué puede reportar un proyecto que goce del consenso.
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