Al Presidente le falta tiza en las manos

Alberto Fernández avanzó sobre la interrupción de las clases condenando a los sectores más pobres al abismo de la deserción escolar y a la perpetuación de condiciones que comprometen seriamente su futuro

El presidente Alberto Fernández

La reconstrucción del país que el gobierno nacional propone como eje de su gestión en un incansable slogan en el que exhorta a todos a “Poner a la Argentina de pie” choca de lleno con las últimas decisiones adoptadas por el presidente Alberto Fernández y sólo pueden explicarse desde la óptica que ofrece su perspectiva de Puerto Madero.

Alejado de la realidad, que se desprende de la evidencia empírica y los datos que le fueron suministrados por el gobierno de la Ciudad y por su propio Ministerio de Educación Nacional, Fernández avanzó sobre la interrupción de las clases condenando a los sectores más pobres al abismo de la deserción escolar y a la perpetuación de condiciones que comprometen seriamente su futuro. Algo es muy claro: en la suspensión de las clases no hay justicia social posible.

El impacto negativo que tendrá el cierre de escuelas para el 40% de nuestros niños y jóvenes llevará mucho tiempo revertirse mientras que para el otro 60% el daño tal vez será lamentablemente irreversible. Esta tragedia educativa no impactará sólo en ellos y sus familias sino que será un drama social que nos afectará a todos.

Durante el 2020 pudimos observar, con sobrada impotencia, cómo millones de alumnos apenas tuvieron contacto con sus docentes: el 60% apenas dos o tres veces por semana de manera asincrónica. Y es que en nuestro país uno de cada cinco alumnos de primaria no tiene acceso a internet en sus hogares; se estima que el 78% sólo tiene como dispositivo el celular y muchas veces no pueden acceder a datos, lo que los deja sin posibilidad real de aprender. A más de un año de la irrupción de la pandemia aún no hay políticas concretas que lo reviertan.

El año pasado vimos también cómo se deterioró la salud emocional y psíquica de los chicos. Según INECO, siete de cada 10 adolescentes presentaron síntomas de ansiedad, depresión, sentimientos de soledad y baja satisfacción con sus vidas y muchos de ellos además padecieron abusos. La violencia intrafamiliar y/o sexual contra niños, niñas y adolescentes aumentó un 23% en 2020, según UNICEF. Como si todas esas problemáticas no fuesen suficientes razones para mantener las escuelas abiertas, la Sociedad Argentina de Psiquiatría dijo que aumentaron significativamente las consultas por autolesiones e intentos de suicidio, siendo ésta última la segunda causa de muerte evitable en jóvenes (previo a la pandemia). Hoy todos ellos están sin vínculo con sus docentes y sus pares, que son muchas veces el escudo de protección, quienes advierten y protegen.

Por si fuera poco, las escuelas cerradas por una decisión caprichosa durante todo un año, agravaron aún más las problemáticas familiares que ya estaban acentuadas por una crisis económica sin precedentes. Fueron las mujeres quienes resultaron aún más perjudicadas al haberse visto en muchos casos obligadas a abandonar sus empleos y multiplicar el trabajo de cuidados en sus casas sin remuneración ni reconocimiento, todo esto que implicó un serio retroceso en derechos y oportunidades.

La ausencia de datos oficiales dificulta evaluar lo sucedido en 2020, pero existen ya algunas certezas sobre las que deberíamos haber aprendido y la principal de ellas es que la educación presencial no es reemplazable. Los resultados evaluados nos muestran que en escuelas de gestión estatal de CABA en el nivel primario un 5.3% de la matrícula total se encuentra en situación de promoción acompañada y el 66.6% de la matrícula en el nivel secundario se encuentra con al menos una materia pendiente de acreditación; es decir que lejos están de haber logrado los aprendizajes esperados. Según Unicef, hemos perdido en 2020 a un millón y medio de alumnos que no volvieron a la escuela. Ese millón y medio de jóvenes no volvió a intentarlo, se sintió afuera y no se les ofreció una alternativa, fueron simplemente descartados. Todos estos chicos pasarán a engrosar la dolorosa lista de los ni-ni.

Después de mucho esfuerzo, con consensos y trabajo, la sociedad argentina en general, la comunidad educativa en particular, los gobiernos locales, referentes sociales y dirigentes políticos hemos hecho cada uno desde nuestros lugares aportes para lograr que las aulas volvieran a abrirse. Retornar al lugar sagrado en donde construimos humanidad fue lo que prevaleció. No fue fácil el camino, pero hubo certeza y compromiso por parte de las comunidades educativas y los resultados a lo largo de estos dos meses demostraron que valía la pena el esfuerzo pues tan sólo el 0.12% de los alumnos y el 0.79% de los docentes y no docentes contrajeron el virus, según informó el mismo Ministerio de Educación Nacional. Se descubrió que con los protocolos adecuados y bien implementados la escuela no es un foco de propagación. La pregunta entonces que subyace es si el Presidente tomó la decisión realmente entendiendo lo que está en juego para todos los argentinos.

Hace pocos días celebramos que la Justicia de la Ciudad de Buenos Aires se haya manifestado exigiendo que se garantice el derecho a la Educación. Vimos con dolor que miles de niños y jóvenes en el conurbano bonaerense no tuvieron la misma suerte que los porteños, lo que agrava aún más las desigualdades educativas.

Basta recordar aquel cercano y lejano 1 de marzo. Muchas lágrimas de emoción recorrieron las calles de las jurisdicciones que volvieron a pintarse de blanco con los guardapolvos y uniformes que habían estado guardados durante mucho tiempo. Esas lágrimas no eran más que el reconocimiento de que a pesar de lo terrible que nos tocaba atravesar en términos sanitarios, la educación de nuestros niños siempre es un símbolo y realidad de esperanza y nos recuerda que juntos como sociedad podemos sacrificar muchas cosas de nuestro presente pero no abandonamos las promesas de un futuro con equidad de oportunidades. Un futuro para todos sin importar el lugar de nacimiento o las condiciones socioeconómicas. Un futuro donde todos puedan acceder a la educación y construyamos allí la patria, la Nación.

Señor Presidente le pido que nuestros niños vuelvan a la escuela pues el COVID-19 no se puso el guardapolvo blanco, todos nosotros sí. ¿Usted?

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