Los chicos se contagian y trasmiten. Al cierre de esta edición, en el Hospital Garrahan había 39 internados de 0 a 19 años y 10 en el Hospital Gutiérrez. De los niños que integran mi familia, dos de 5 y 6 años permanecieron aislados porque en las burbujas de las escuelas hubo casos. También contrajeron COVID-19 en el colegio nuestras sobrinas de 11 y 16, que a su vez infectaron a la mamá, que está atravesando la parte más dura del virus porque es cierto que a los mayores los ataca con más virulencia.
En la revista Il Mio Papa, dedicada a noticias de su Santidad (una suerte de Radiolandia de Bergoglio), hay dos páginas que advierten acerca de este peligro y destaca que los chicos no son inmunes al coronavirus.
Mencionan como síntomas: fiebre alta por más de tres días con mucho malestar general, acompañado de manchitas en la piel, garganta roja, dolor o lesiones en la mucosa oral, labios rojos. Conjuntivitis sin secreción ocular. Síntomas gastrointestinales: diarrea, dolor abdominal o vómitos. Mala función cardiaca, caída de presión, arterial, shock, sincope.
Un estudio realizado en el Hospital Pediátrico Universitario José Luis Miranda de Villa Clara, Cuba, que trabajó con 40 niños recuperados y en etapa de convalecencia, reveló que uno de cada cinco desarrolló afecciones cardiovasculares, miocarditis, además de pericarditis, arritmias e hipertensión arterial.
La inconsciencia de hacer política con la muerte y sobre todo cuando hay pibes indefensos de por medio, es criminal. Es una irresponsabilidad, que nadie controle a las madres en las puertas de las instituciones, en medio de una romería, sin distancia social y sin contemplar que estamos entrando en la etapa más critica de la pandemia.
No se puede dejar todo librado a la responsabilidad social para que cada uno aprenda a cuidarse solo. En ese camino, sin retorno, vamos por un futuro negro adonde acecha la muerte. Triste, solitario y final.
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