En un raro ejercicio de coincidencia, los Estados Unidos y China alcanzaron un compromiso para trabajar en conjunto en el combate al cambio climático. En un anuncio desde Seúl (Corea del Sur), el enviado especial de la Administración Biden, John Kerry, aseguró que las dos potencias enfrentarán la problemática “con la seriedad y la urgencia” que la materia demanda.
La declaración implica una peculiar demostración de cooperación en medio de las tensiones que rodean las relaciones entre ambas potencias. El logro fue el resultado de una trabajosa gestión diplomática de quien fuera secretario de Estado entre 2013 y 2017. Kerry realizó una promocionada visita a Shanghai -la primera de un miembro del gabinete de Joe Biden a China- en la que procuró mantener con su contraparte, Xie Zhenhua, conversaciones vinculadas a los temas ambientales bajo un paraguas para evitar que las mismas fueran contaminadas por las disputas que persisten entre China y los EEUU.
El anuncio de Kerry adoptó una actitud que combinó expectativa con cautela. El experimentado diplomático recordó: “Aprendí que no se pueden respaldar las palabras, sino a las acciones”. Kerry explicó que “es importante dejar otros asuntos de lado porque el clima representa una cuestión de vida o muerte en muchas partes del mundo”. Y remarcó que “debemos probar que somos capaces de sentarnos a trabajar en algunos asuntos de manera constructiva”.
En la última década, las tensiones entre Washington y Beijing han ido en aumento al punto que numerosos analistas sostienen que el orden global podría reeditar una “Guerra Fría”, esta vez protagonizada por China y los EEUU, cuyo vínculo bilateral retrocedió al punto más bajo desde que ambas naciones establecieron relaciones diplomáticas en 1979.
Una serie de desavenencias apartan a Washington de Beijing, en una espiral descendente que no parece haberse modificado por el cambio de gobierno norteamericano. Asuntos irritantes como la creciente guerra comercial, la situación en Hong Kong, el estado de los Derechos Humanos de los uigures en la región occidental de Xinjiang, el siempre delicado escenario del estrecho de Taiwán y las inquietantes ambiciones de Beijing en el Mar del Sur de la China son solamente algunos de los puntos que separan a las dos principales potencias del globo.
El anuncio del entendimiento en materia de cambio climático entre EEUU y China tiene lugar poco antes de la apertura de la cumbre -virtual- que encabezará Biden, en la que espera cumplimentar los compromisos tendientes a limitar las emisiones conteniendo el calentamiento global por debajo de 1,5 grados respecto de los niveles anteriores a la era industrial.
Dicha iniciativa de la Casa Blanca es un dispositivo de la estrategia que busca revertir los efectos de la Administración Trump, la que fue tildada de “negacionista” por parte de sus detractores, dentro y fuera de los EEUU, en especial a partir de su decisión de retirar a los EEUU del Acuerdo Climático alcanzando en París de 2015. La convocatoria de Biden incluye a 40 líderes mundiales para debatir sobre el alcance y propuestas relacionadas con la materia y tiene por propósito “allanar el camino” para la cumbre de la COP26 a celebrarse en Glasgow en noviembre.
Ambas potencias combinan el 43 por ciento del total de emisiones de dióxido de carbono, una cifra que representa en gran medida la contribución de ambas a la economía global, dado que tanto los EEUU como China representan -cada uno- aproximadamente un quinto del PBI mundial. Con el 28 por ciento del total, China se ubica como el primer emisor de dióxido de carbono mundial, mientras que los EEUU la siguen con el 15 por ciento del total.
El viernes 16, Xi Jinping aseguró que China limitará sus emisiones de carbono al tiempo que recordó que son las naciones más avanzadas las que tienen una mayor responsabilidad en la materia. Y advirtió durante una conferencia virtual con el presidente francés Emmanuel Macron y la canciller alemana Angela Merkel que la cuestión del cambio climático no puede ser utilizada como moneda de cambio geopolítica o como “excusa” para imponer barreras comerciales. Por su parte, las autoridades chinas anunciaron que el gigante asiático tiene previsto alcanzar su pico de emisiones antes de 2030 y que estará libre de las mismas en 2060. Los EEUU, en tanto, prometieron estar libres de emisiones hacia 2035 y una economía totalmente libre de emisiones en 2050.
El Global Times -órgano que refleja las posiciones oficiales del PCCH- publicó un editorial el día 18, en el que reconoce que el ambiente general entre ambas potencias “no es positivo” y protestó porque al tiempo que Kerry viajó a China, el premier japonés Yoshihide Suga realizó una visita oficial a los EEUU en la que se firmó un comunicado conjunto “poco amistoso” para con China. Al tiempo que recordó que las autoridades norteamericanas expulsaron a diez diplomáticos rusos y que mientras EEUU busca “mostrar un liderazgo conjunto con China y Rusia en materia de cambio climático, en otras esferas busca obstruirlas”.
Algunos analistas especularon con algunas comparaciones históricas. Un columnista en ese mismo medio se preguntaba si el cambio climático podía actuar como la llamada “Diplomacia del Ping Pong”. La referencia remitió a la heterodoxa herramienta diplomática de recurrir a una aparentemente inocente competencia deportiva para provocar un deshielo en las relaciones entre EEUU y China, hace exactamente cincuenta años. Una iniciativa derivada del convencimiento al que en su día arribaron Richard Nixon y Henry Kissinger de que los intereses de los EEUU estarían mejor atendidos en la medida en que Washington tuviera con Moscú y con Beijing una mejor relación que la que estas mantenían entre sí. Una convicción que llevó a realizar un giro fundamental de política exterior que conduciría a reconocer a la República Popular como legítimo representante de China.
Pero la China de nuestros días en poco se parece al país casi feudal dominado por Mao y Chou en Lai. Hoy China mantiene una suerte de paridad económica con los EEUU como consecuencia del fenomenal crecimiento experimentado a partir de las reformas de mercado impulsadas en 1978 por Deng Xiaoping. El ascenso de China como superpotencia parece replicar un escenario de confrontación y desafío a la potencia establecida (Trampa de Tucídides), que en las presentes circunstancias enfrenta a Washington y Beijing.
Un espíritu de distensión y colaboración entre los EEUU y China como la que en su momento tuvo lugar con la Unión Soviética durante los años de la Detente de los años 70 o el deshielo de la segunda mitad de los años 80 entre Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov parecen ser escenarios inimaginables en el contexto actual. Demasiadas realidades difíciles de disipar acaso limitan a los nobles propósitos de cooperación ambiental a las categorías de lo excepcional, reservando para los conflictos persistentes los rasgos de lo inevitable.
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