Viejas pedagogías que renuevan el aula en tiempos de pandemia

La institución española que decidió dar clases en la playa recordó a la Escuela Nueva, un modelo pedagógico de principios del siglo XX y una plataforma que nos permitir un gran salto cualitativo hacia una educación diferente

(REUTERS/Nacho Doce)

En estos días se viralizaron imágenes de una escuela española que cambió las aulas por clases en la playa. “Es seguro y lo que aprenden aquí no lo olvidan”, señalaron desde un colegio de la región de Murcia. “Algunos alumnos descalzos movían los dedos de los pies en la arena mientras tocaban xilófonos, incluso los pescadores de la zona enseñaron a los alumnos a pescar” y los maestros afirmaban que los niños no sólo se están divirtiendo mucho, sino que lo que aprenden allí no lo olvidan.

Sin embargo, esas propuestas que parecen novedosas no son tan nuevas, sino que fueron parte de un modelo pedagógico de principios de siglo XX: la Escuela Nueva, de la cual quedan algunos vestigios.

Una experiencia muy interesante es la de Olga y Leticia Cossettini, quienes llegaron de San Jorge a Rosario en el año 1935 para desempeñarse como directora y maestra respectivamente en la escuela Carrasco, una institución situada en el barrio Alberdi, a pocas cuadras de las orillas del río Paraná.

Fueron fieles representantes de la Escuela Nueva, también llamada Escuela Activa, basada fundamentalmente en la actividad del niño, modelo superador a la homogeneidad que reinaba en las clases de la época. Consiguieron, en forma paulatina, cambiar, al menos localmente, la mirada sobre el rígido sistema educativo del momento.

Olga Cossettini transformaría a su escuela en un lugar único en su tiempo. La música, la pintura, el modelado, los títeres, el laboratorio de ciencias, las excursiones por el barrio, una revista escolar y la cooperativa de alumnos, entre otros, se integraron con armonía al quehacer cotidiano. Incluso muchas personalidades extranjeras que visitaban el país querían conocer la “escuela de la Señorita Olga”. La poetisa chilena Gabriela Mistral, el poeta español Juan Ramón Jiménez, el narrador y titiritero Javier Villafañe y Alfonsina Storni fueron algunas reconocidas personalidades que recorrieron esta escuela experimental. Hasta el mismísimo Julio Cortázar se declaró admirador de la obra. En una carta que les envió señalaba: “Sentí de inmediato la necesidad de escribirle, para que supiera usted de mi admirado reconocimiento ante la obra que se lleva a cabo en la Escuela de su dirección. Obra que -y es triste tener que afirmarlo en esta tierra joven donde todo parece viejo- se alza como una excepción, como un ejemplo solitario que ignoro si será escuchado. (…). Por eso, no vea usted en esta carta un elogio circunstancial. Créame íntimamente ligado a todos los que, con usted a la manera de guía, intentan un escuela que no mutile a los niños y que ayude a su creación purísima”.

Claramente fue una experiencia innovadora. Un paseo por la plaza o a orillas del río permitía que se enseñara la noción de perímetro o superficie, junto a la clasificación de las plantas o se aprendiera a describir el paisaje. Pero no sólo los aprendizajes integrados eran una característica distintiva de sus enseñanzas, sino que el error era considerado parte del aprendizaje. Un hallazgo fueron las mesas de arena en el patio, las cuales permitían escribir y dibujar mapas que luego podían ser borrados sin remarcar la falta.

Decía la Señorita Olga: “No se trataba de cambios de horarios y de programas; era una reforma profunda de la vida de la escuela que, con espíritu nuevo, iba a abrir de par en par las puertas de las aulas a la vida”. Y así, tal cual lo describía ella, la recuerdan sus alumnos: “Mis recuerdos allí son felices. Una escuela con patio de tierra, gallinas, conejos, huerta, un Centro Cooperativo, plantas. Realmente éramos siempre recibidos con una sonrisa, con buen modo”, cuenta Amanda Pacotti, una ex alumna.

La experiencia funcionó entre 1935 y 1950, año que fue cerrada y Cossettini cesanteada por considerar las autoridades que no respondía a los planes educativos oficiales.

Este modelo de escuela no fue huérfano, sino que son muy conocidos los antecedentes de la Escuela Activa. Autores como Montessori, Decroly, Rádice y Freinet, entre otros, fundamentan las bases de esta escuela, que con tanta sabiduría aplicó la Srta. Olga. Incluso, algunos pedagogos rusos, mucho tiempo antes y también preocupados por el aprendizaje de sus alumnos, contribuyeron a las “Escuelas Nuevas”. Uno de ellos fue Tolstoi, quien en 1859, en la Rusia zarista, funda una escuela para los hijos de campesinos bajo la ideología de que “mientras menor sea la constricción requerida para que los niños aprendan, mejor será el método”. Tolstoi viajó por algunos países europeos observando métodos educativos, sobre todo activos, de los que tomó ideas que luego aplicó en su escuela. Sostenía que la escuela “no educa pastores para rebaños, sino forma rebaños para pastores”.

Otro aporte importante a las ideas de la Escuela Nueva fue el de Vasili Sujomlinsky (1918-1970). Buscaba, a través de una pedagogía del amor, la “Escuela de la Alegría”. Señalaba que la única forma posible de enseñanza es la que se apoya en las vivencias de los niños. Se debe enseñar viviendo, descubriendo la realidad con ellos, jugando. Sólo así se logrará seres satisfechos, felices, que van a la escuela con alegría.

El caso español de hoy sigue las huellas de estas rutinas de hace cien años atrás que hicieron un quiebre a un sistema muy anquilosado. Las pasadas experiencias no por viejas son obsoletas. Sin lugar a dudas, son plataformas que nos pueden permitir dar un gran salto cualitativo hacia una escuela diferente, que rompa con el encierro y la encerrona del círculo vicioso y nos habilite a otras experiencias. Lejos de aplastarnos, los docentes debemos aprovechar esta pandemia para posibilitar otras formas de habitar el aula, más abierta, más diversificada y más creativa; no importa si en el bosque o en la playa, pero con la mirada y la escucha focalizada en las infancias y en las juventudes de hoy.

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