Ante cualquier problema, uno puede decidir administrarlo o intentar anularlo. Administrarlo significa mirarlo de frente, estudiarlo, ver qué costos implica cada decisión, sopesarlos y decidir. Exige información, evidencia, humildad para aceptarlos y, sobre todo, la valentía de tomar una decisión que quizás no sea la más simpática, pero que uno confía en que sea la mejor.
Anularlo es todo lo contrario, es el famoso barrer debajo de la alfombra. La tentadora ilusión de creer que con una decisión intempestiva, las cosas se cortan de cuajo.
El kirchnerismo siempre creyó en anular los problemas. Cortarlos, contenerlos, intentar que se esfumen mágicamente a través de decisiones caprichosas. Siempre teniendo miedo de las consecuencias que tiene enfrentar la verdad. Lo hicieron con las leyes antidespidos, que no evitaron el crecimiento del desempleo; con los controles de precios y las restricciones a la exportación, que intentaron contener la inflación y que terminaron con casi un 5% de suba de precios en marzo; lo hacen ahora con la pandemia. Primero cierran todo y después ven que pasa. No funcionó el año pasado, no va a funcionar ahora y, en la ciudad de Buenos Aires, los padres no lo permitieron.
Es histórico el desprecio kirchnerista por los alumnos. Si bien siempre hablan de cuánto les importa la educación, ya desde que fui ministro de la Ciudad tuve que dar peleas tremendas contra el ministro Filmus, que estaba a favor e impulsaba las tomas de los colegios, que tenían el mismo efecto que ahora: chicos sin clases y futuros hipotecados. Encaramos esos problemas con 190 días de clases, hasta clases los sábados cuando fue necesario. “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”, calza en perfecto en la gestión de un grupo político que siempre, siempre que declama cuánto le importa alguna cosa, ya da la pista de qué es lo que están desatendiendo. Los discursos afectados y solemnes respecto de la educación no son la educación. La educación son escuelas abiertas, clases y chicos aprendiendo. Si uno está en contra de eso, no está a favor de la educación. Y la educación es la esperanza de una vida plena, de la autonomía sobre nuestras decisiones, de un futuro mejor. La educación nos habilita opciones y quien la prohíbe nos corta nuestra libertad, la hace más chiquita.
No se explica la decisión del presidente Fernández de la semana pasada. La escuela es el mayor igualador de una población y, a partir de esta semana, otra vez los chicos del conurbano de mi provincia, acaso la zona con más pobres del país, no van a tener clases presenciales. Todo el costo que nuestros chicos van a pagar en su educación, su sociabilización, sus amistades y su seguridad personal, puestos al servicio de una pretendida protección del COVID-19, que ya se demostró que ellos no contagian significativamente.
¿Por qué les hacemos esto de nuevo? ¿Por qué, si habíamos coincidido en que la escuela era lo último que se cerraba y lo primero que se abría? La verdad es que durante el año pasado lo único que se intentó fue anular el problema, ilusionarse con que desaparezca. La ciudad de Buenos Aires, en cambio, aumentó el número de camas de terapia intensiva, estableció protocolos, armó un sistema de hisopado eficiente y útil, entre tantas otras cosas. Por eso pueden abrir con confianza, por eso mi provincia busca desesperadamente cerrar, a cualquier costo, para intentar bajar la curva de casos.
Hay un hilo que conecta la marcha del 24 de agosto de 2019, cuando Mauricio terminó saliendo al balcón de la Casa Rosada, con todas las marchas del “Sí se puede”, con las marchas del año pasado (por el tema Vicentín o de la liberación de los presos) y la apertura de las aulas en ciudad de Buenos Aires. Ese hilo es la gente que vivió de primera mano las consecuencias positivas de involucrarse. Cuando tomamos el futuro en nuestras manos, pasan cosas buenas. Y ahí no hay vuelta atrás. Gran parte de la sociedad argentina está viviendo en carne propia los efectos positivos de su participación y eso es una gran noticia para todos.
Me quedo con la tristeza de la realidad a la que nos condenan a los bonaerenses y el compromiso para seguir peleando por lo que sabemos justo e imprescindible para nuestros chicos. No hay tiempo para especulaciones: Alberto, abrí las escuelas, por favor.
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