Alberto Fernández, en consonancia con las estrategias que vienen ejecutándose en muchos países del mundo ante rebrotes y nuevas oleadas de contagios, anunció nuevas medidas restrictivas para enfrentar la tan temida segunda ola que ya está entre nosotros.
Entre los indicadores que señalan esta nueva fase de la crisis sanitaria, que además viene acompañada de varias versiones más contagiosas -y potencialmente más mortales- del coronavirus, están los récords de contagios que se han registrado en los últimos días, sobre todo en el AMBA, y un sistema sanitario, cuyos efectores públicos y privados se acercan peligrosamente a la saturación.
Como si esta situación sanitaria no fuese suficiente, junto a la profunda crisis de la economía heredada por el gobierno de Macri y agudizada por el impacto mundial del covid, se le suma el hecho de que la llegada de esta segunda ola coexiste con la antesala de una contienda electoral legislativa.
En este año y medio en el que el mundo padeció la pandemia del coronavirus, distintos países tuvieron que enfrentar procesos electorales de diferentes niveles. En la mayoría de los casos, ha sido posible observar cómo el descontento de los ciudadanos por el tiempo histórico que les tocó vivir, convertido a menudo en angustia y hastío, sumado en varios casos a la pobre performance en la gestión de la crisis por parte de sus líderes y gobiernos, generó la radicalización de algunos candidatos, outsiders o no, que se valieron de estos climas de opinión pesimistas y cargados de incertidumbre, para catapultarse a bancas y cargos.
Con este antecedente, es esperable que, en esta contienda legislativas en Argentina, muchos apuesten a discursos irresponsables, propuestas irrealizables y a fuertes confrontaciones con los ejecutivos, tanto nacional como provinciales, para aspirar a consagrarse como ganadores. Estrategias que, a todas luces, pueden ser tan efectivas como perjudiciales para la salud del sistema político y de la democracia en nuestro país.
Oportunismo electoral
Para muchos políticos, el éxito solo esta dado por aprovechar la oportunidad. Así, no es la constancia, la experiencia, la solidez argumental, la agenda de temas alternativos, la consolidación de equipos o la trayectoria, sino el decodificar el contexto y actuar en consonancia con él sin medir consecuencia alguna, lo que les permite ganar elecciones o conseguir los objetivos deseados.
Si bien el sentido de oportunidad es siempre un factor muy importante a nivel estratégico - aunque no el único-, su ponderación lleva a que muchos candidatos presenten propuestas o asuman posturas irresponsables. Así, al ya clásico “Teorema de Baglini”, es decir, que cuanto más alejado del poder se está más irresponsables son las propuestas y posicionamientos que se suelen asumir, se le suma la necesidad de diferenciarse de un adversario.
Este es un año en el cual ser irresponsable en las propuestas políticas y generar enfrentamientos con los oficialismos tiende a ser tan beneficioso a nivel coyuntural como arriesgado a mediano y largo plazo. Los ciudadanos han atravesado un año muy difícil, con restricciones de circulación que han afectado no solo el humor social y los estados de ánimo, sino que también han impactado fuertemente en una actividad económica que ya venía golpeada y en el empleo, lo cual los hace más permeables a discursos que confronten a los oficialismos por la supuesta mala gestión de la pandemia o a las promesas grandilocuentes.
Pero como todo político sabe -o debería recordar-, después de las elecciones hay que gobernar, o legislar. Gran parte del descontento que 7 de cada 10 latinoamericanos sienten respecto a la democracia, tiene que ver con la distancia que existe entre las promesas de campaña y los resultados reales de gestión. Algo que no solo alcanza y afecta a los ejecutivos, sino también a los legisladores.
El riesgo de sembrar un clima de antipolítica, radicalizar posturas o enfrentamientos con quienes tienen la responsabilidad de gobierno en el marco de una crisis de origen externo de esta magnitud, o manifestar de forma violenta y agresiva las necesidades de sectores de la población, solo coadyuvan a que la sociedad se distancie cada vez más de los políticos, incluso de aquellos por los cuales se pronunciaron electoralmente.
La necesidad de consensos para liderar la crisis
Hace por lo menos dos siglos, con el resurgimiento de la democracia en la práctica política, la humanidad no ha dejado de pensar y tratar de encontrar consensos que le permitan convivir pacíficamente y caminar en la senda del progreso. Mas allá de los temas puntuales, la democracia desnudó que su principal aporte y desafío, consistía en ese -por momentos complejo- ejercicio de la construcción del consenso.
En tiempos en los que el mundo, sus dirigentes y la sociedad en su conjunto ha llegado a la difícil decisión de tomar medidas más restrictivas respecto de la circulación y el contacto entre las personas, la libertad aparece como puesta en cuestionamiento. No son pocas las personas que señalan el delgado camino entre el cuidado y el coartar la libertad que esta pandemia ha significado. Alcanza con revisar superficialmente portales de noticias de países como Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Francia, España o Italia para notar que este es un tema en la agenda del mundo. No somos en la Argentina, una excepción.
El desafío que plantean las crisis en democracia es la de fortalecer los consensos a partir de generar puentes con distintos actores y sectores de la sociedad. Si la libertad pareciera ser el principal escollo parte aguas, es necesario abordarla y debatirla, ya que si se ignora la importancia en la definición que esta tiene para la sociedad, es posible que líderes o candidatos radicalizados asuman dicha definición.
No es riesgoso que sectores de la población exijan en manifestaciones públicas ya sea algo concreto (una medida de gobierno) como algo difuso (una definición conceptual), ya que la sociedad está atravesando un difícil momento, en el cual proliferan sentimientos como frustración, angustia, agotamiento, falta de confianza y descontento.
Sin embargo, lo que sí resulta riesgoso es que, con un marcado oportunismo electoral, distintos candidatos intenten radicalizar los ánimos pesimistas de la sociedad para encausarlos a su propio favor. Del mismo modo, constituye un riesgo el que ningún liderazgo democrático responsable, logre canalizar ese reclamo y encausarlo en la institucionalidad de la democracia. No se trata de eludir el disenso y el debate público que son consustanciales al espíritu democrático. Tampoco de caer en la ingenuidad de pensar en que las campañas no busquen el contraste o la polarización como estrategias lícitas. De lo que se trata es, ni más ni menos, que ser responsables.
América Latina llega a un 2021 distinto al trágico 2020. Hoy, la mayoría de los países, entre los que se encuentra la Argentina, están recibiendo vacunas y avizorando un futuro próximo mas esperanzador. Sin embargo, países como Perú, Ecuador, México y la Argentina ven proliferar candidatos irresponsables que sólo parecieran preocupados por capitalizar los delicados estados de ánimo que priman en los “climas de opinión”, no teniendo en sus prioridades las vacunas, sino las bancas. Y, sin medir las consecuencias, a cómo de lugar.
*El autor es sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (La Crujía, 2019)
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