Nos encontramos frente a una nueva y grave crisis sanitaria que obliga a tomar medidas de cuidado colectivo, en políticas de salud, economía y por supuesto, en materia de educación.
Como educador y miembro de una comunidad educativa planteo que la decisión de discontinuar la presencialidad no se puede llevar adelante sin tener en cuenta las graves consecuencias que ello implica. Primero, porque las escuelas estuvieron sin actividad presencial casi todo el 2020 y hoy, en abril, estamos aún evaluando esas consecuencias, tanto en aspectos emocionales, pedagógicos, como comunitarios, y diseñando las estrategias adecuadas para compensar ese año tan particular.
Por lo tanto, la decisión de suspender la presencialidad en AMBA nos resulta altamente preocupante. ¿Por qué las clases antes que otras actividades?
Que la escuela es un lugar seguro ya no está en discusión. Y no es opinión. Datos nacionales e internacionales, evidencia científica y expertos lo respaldan.
Si deben tomarse medidas extremas y en algunas zonas aplicarse Fase 1 será indiscutible que se cierren las escuelas. Pero al final de todo, como la acción que revela gravedad y el último eslabón.
La escuela desde hace décadas no sólo “imparte conocimientos”. Es un laboratorio de experiencias, el espacio más recio de socialización después de la familia, es donde se construye ciudadanía y se aprende a convivir con lo diferente a uno.
Pero esta opinión no es solo un deseo: es sentido común, es analizar decisiones de forma integral, es preguntarse dónde estarán los alumnos el lunes si las aulas están cerradas. ¿En sus casas? ¿Con quién? ¿Movilizándose con sus padres al trabajo? Además chicas, chicos y jóvenes pueden ir a los clubes, bares, restaurantes, plazas. O sea juntarse sin protocolos pero fuera de la escuela. En definitiva, quedarían expuestos a contagios en vez de estar en la escuela bajo cuidados y protocolos. Además de la complejidad en la logística familiar.
Me gustaría poner el foco aquí, que en este escenario lo que podría pasar es que los contagios proliferen aún más, que las consecuencias emocionales que se observaron en las comunidades educativas se profundicen, que a los docentes no les alcancen sus recursos profesionales para seguir “traspasando la pantalla”, que en algunas edades es infructuoso mantener el vínculo pedagógico en la virtualidad y eso produce desconexión.
Para culminar, la gran preocupación para quienes no queremos cerrar aulas mientras siga habiendo otras actividades abiertas es que en la Argentina la brecha de accesibilidad sigue siendo enorme, entonces esta realidad invisibiliza a miles de alumnas y alumnos que no tendrán posibilidad de clases virtuales porque no tienen recursos, porque la alternativa a estar en la escuela, al menos unas horas, es estar en condiciones de hacinamiento o en la calle. Porque no ir a la escuela para cierta parte de la infancia de nuestro país, es que nadie los mire.
Porque aulas cerradas es ciudadanía condenada a futuro. Es una falsa dicotomía salud o educación. La única alternativa es que sean ambas, a la par y que sean políticas públicas, gestionadas por el Estado o por privados, pero asegurando calidad de vida y sentando las bases de un país con accesibilidad. No seamos un país que en una década se sorprenda o se angustie ante estadísticas que digan que hay una generación diezmada por el COVID, sus consecuencias y también por la imprevisión.
Es urgente e imprescindible que la gestión de la crisis sea colectiva entre quienes nos gobiernan, oposición y especialistas de todas las áreas, en una mesa de expertos bien amplia en lo profesional e ideológico, aplicando medidas globales pero también focalizadas. Con representante de todos los sectores, profesionales, trabajadores y sindicatos, familias. Y también escuchar y medir qué pasa con niñas, niños y jóvenes. Hay mucha gente de bien en todas las áreas, sectores de la sociedad y regiones… a por ellos!
Como dice el Papa, nadie se salva solo y, agrego, tampoco nadie a solas encuentra la mejor solución.
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