En estos días, de tantas incertidumbres y vacilaciones, sólo hay una certeza: la escuela debe permanecer abierta.
Si hacemos un rastreo histórico, podemos fundamentar la importancia de la institución escolar en un país que fue configurándose a expensas de ella.
Su mandato fundacional fue igualar a una población que comenzaba a sumar millones de ciudadanos, allá a fines del siglo XIX. De 3.005.000 habitantes que tenía la Argentina en 1885, creció a 7.885.000 de ciudadanos en 1914. Dato no menor es que, en ese entonces, los analfabetos llegaban al 35% y la cuarta parte de la población era extranjera. Estas estadísticas sirven para entender que la Ley 1420 (1884) fue una herramienta de homogeneización en una sociedad tan dispar.
La corriente normalizadora hizo el resto para que niñas y niños accedieran a un derecho fundamental, la educación; transformándose en un instrumento de democratización, de transformación social y de desarrollo económico. Y nadie pone en dudas que el siglo XX estuvo marcado por una impronta que se plasmó muy bien en la obra del uruguayo Florencio Sánchez, M´hijo, el dotor, donde la educación fue percibida como la posibilidad de crecimiento social. Nuestros padres, nuestros abuelos, los que pudieron hacerlo, terminaban la primaria o, mucho mejor, la secundaria, y conseguían un trabajo que les permitía vivir dignamente. Mucho más aún si accedían a la universidad, la inserción y el prestigio social estaban garantizados.
Ahora bien, desde hace un año estamos inmersos en una cuarentena “perpetua”, producto de una pandemia mundial que nos cayó como un baldazo de agua fría y nos dejó a la intemperie. La escuela estuvo suspendida durante el 2020 y cuando todos pensábamos, vacunas mediante, que mejoraría, pareciera que todo vuelve a empezar.
No caben dudas que la salud es lo primordial en un país que lucha contra la pobreza estructural desde hace años, donde los más vulnerados no tienen las necesidades mínimas satisfechas y su contexto los lleva a enfermedades propias de su entorno y, asimismo, a dificultades para acceder a la salud pública. No obstante, son esos mismos ciudadanos y ciudadanas quienes se ven perjudicados si la escuela está cerrada.
El año pasado algunos creyeron que la educación virtual había reemplazado a la educación presencial; sin embargo casi el 50% de los estudiantes no accedían a dispositivos tecnológicos y, quienes los tenían, no encontraron en casa quienes supieran o pudieran ayudarlos con la tarea. En otros casos, las y los docentes dejaron el material en el kiosco de la esquina para que algún familiar les sacara fotocopias o daban clases por la radio barrial. En Rosario, el caso de la maestra que llegó en canoa para dejar actividades a sus alumnos y alumnas, fue emblemático.
A la escuela no sólo se va a aprender contenidos académicos; es decir, saberes propios de una disciplina, conceptos o datos. También se va a aprender a estar con otros; allí se enseñan habilidades sociales y emocionales que nos permiten aprender a convivir, una palabra tan usada, pero carente de sentido, a veces. Con estos aprendizajes nos constituimos sujetos sociales, nos apropiamos de conocimientos, habilidades y destrezas que nos habilitan a movernos en el mundo.
Y si bien las críticas que se le hace a la institución son acertadas: la rigidez horaria, los espacios prefijados y la obligación de permanecer sentados mirando la nuca del compañero, cambiando cada 40 minutos de profesor; es necesario buscar alternativas para los estudiantes de hoy, quienes cada vez más se desgranan del sistema. Además, hoy por hoy, a diferencia de hace cuarenta o cien años atrás, no sólo es menos atractiva, sino que no garantiza la movilidad social que implicaba hasta hace un tiempo.
Sin embargo, su función es fundamental. Y es allí donde el Estado debe estar presente con programas focalizados según los barrios o las zonas más necesitadas. Por ende, la escuela no puede cerrar, es la llave de acceso que tienen las infancias a un mundo complejo y hostil, pero que les dará herramientas para habitarlo más amorosamente.
El sistema educativo argentino cuenta con 14 millones de niños, niñas y jóvenes que no pueden desgranarse o perderse por el camino. Hoy hay que pensar nuevas alternativas para traerlos y atraerlos nuevamente. Los adolescentes que no asisten a la escuela, estarán en la esquina, con lo que ello conlleva, y esas situaciones nos llevarán mucho tiempo revertirlas; nos costará mucho volver a darles aprendizajes, vivencias y oportunidades.
Necesitamos un debate sincero y concienzudo acerca de la escuela como mediadora para la integración social, que ayude a reflexionar acerca de las diferencias que conforman nuestra sociedad, diferencias no sólo económicas, sino culturales y educacionales. Y, a partir de allí, conformar un sistema educativo que respete las trayectorias individuales y que incluya las problemáticas propias de las juventudes.
Los adultos, padres, docentes y directivos debemos acompañar de la mejor manera, comprometernos a cumplir con las nuevas normas que evitan contagios; pero, fundamentalmente, instar por la salud física y psicológica de niñas, niños y jóvenes; esto es, exigir que estén con sus compañeros en la escuela. Hacer tareas y actividades en casa es hacer como si…
En estos días tan complejos, la mediación entre el sistema educativo y la familia es fundamental. Por lo tanto no dejemos los espacios educativos librados al azar. Todos ellos son parte de la formación integral de los niños y niñas. Hannah Arendt plantea que la escuela “no es el mundo, pero ante los ojos de los niños lo representa” y es allí donde nos constituimos sujetos de una sociedad. Ese es el carácter intermediario de esta institución; por ello, las infancias en la escuela.
Es necesario considerar el espacio educativo como esencial y darles la posibilidad de la toma de decisiones responsables y con la presencia de un Estado apoyando dichas decisiones.
Toda la sociedad debe comprometerse con la educación, que no depende solamente del presupuesto que un gobierno le destine. Somos los adultos quienes debemos defender las instituciones como garantía de lazo social, requisito para la construcción, la deconstrucción y/ o la reconstrucción de cada una de ellas y con el compromiso de menos ignorancia, menos miseria y más educación que no es poco.
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