La polarización divide a la opinión pública en dos extremos opuestos. En los contextos polarizados, los conflictos se presentan como una lucha entre el “bien” y el “mal”, en la que el lado propio representa el “bien” y el otro lado, el “mal”.
En Argentina, la polarización responde a pautas culturales y se relaciona con nuestra historia. Pero, hoy en día, está cada vez más presente: se polariza en una discusión entre amigos, en la televisión, en las sesiones de Diputados, en el bar de la esquina e incluso entre adolescentes. En las redes sociales, como no podría ser de otra manera, también.
Las redes sociales no generan la polarización, pero sí pueden activarla, darle un campo de acción cotidiano y hacerla más visible. Con su tendencia a generar comunidades y reforzar identidades, las redes sociales aceleran ese proceso.
También inducen a mensajes mucho más simples, centrados en hechos inmediatos. Así, favorecen la sobre-simplificación de argumentos, justo cuando los desafíos actuales requieren que observemos múltiples capas de complejidad. ¿Cómo abordamos esa complejidad en párrafos cortos y pocos caracteres?
Son tiempos en que los contenidos viralizables son aquellos fáciles de procesar y diseñados para compartirse sin reflexionar. De esta forma, quienes se ubican en polos opuestos van creando imágenes negativas, simplificadas, inexactas y estereotipadas de la otra parte.
Además, la polarización, al radicalizarse, no solo afecta al grupo al que se dirigen las agresiones. Su propia espiral crea, en el “grupo propio”, identidades colectivas cerradas a todo lo que las contradice, impermeables a la confrontación de información y evidencia.
Estas prácticas, lejos de ser inocentes o incidentales, convierten al debate público en una guerra de pseudo-propaganda que amenaza principios básicos de la convivencia democrática.
La pregunta es qué podemos hacer en este contexto. Y en especial, cómo desmontar estos mecanismos cuando cuatro de cada cinco niños, niñas y adolescentes acceden a internet en Argentina y, según datos de Unicef, pasan horas y horas frente a su teléfono o su computadora?
Desde Corazones y Mentes, proponemos empezar por prestar atención a nuestros propios prejuicios, a nuestros propios sesgos y nuestras propias tendencias. Obligarnos a ponernos en situación de incomodidad como un ejercicio que genere un momento de reflexión antes de juzgar, decidir y hacer click.
Empezar por reconocer en qué medida nuestras emociones, creencias y valores nos hacen colaborar involuntariamente con el ruido, los comportamientos negativos, la difusión de información falsa y otros fenómenos que erosionan nuestra convivencia.
Las redes sociales nos llegaron sin manual de instrucciones. Se nos presentan como intuitivas, como herramientas espontáneas, pero no son neutras. Por el contrario, influyen y moldean nuestros comportamientos, nuestra percepción del mundo y también nuestra capacidad de reflexionar.
En ese sentido, es importante entender cómo funcionan y cómo funcionamos con relación a ellas. Ahí, la verdadera diferencia entre el bien y el mal está en la dicotomía de “dominar la herramienta o ser dominados por ella”.
Es en este contexto de enormes cambios y sustanciales desafíos que nos preguntamos dónde está la escuela mientras pasa todo esto. Porque si queremos que las nuevas generaciones no sean cautivas de los fenómenos negativos de la interacción digital, incluir pedagogía digital en los procesos formativos es una cuestión indispensable y una ventana de oportunidad para empezar a trabajar.
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