Uno de cada cuatro jóvenes cursa un noviazgo violento. Este dato se desprendió de una encuesta que hizo la Defensoría del Pueblo bonaerense en 2018, de la que participaron 141 mil jóvenes. Más del 80% fueron mujeres, el 60% de los/las encuestados/as manifestó sentirse controlado y más del 40% se alejó de su familia a pedido de su pareja.
En los últimos años, se triplicaron los llamados de adolescentes por noviazgos violentos. Estadísticas de la Ciudad de Buenos Aires indican que el 42% de las mujeres menores de 30 años sufre esta situación y, de ese porcentaje, el 5% fueron menos de 18 años. A su vez, números oficiales de la línea 144 reflejaron que, en 2020, se recibieron unas 108.000 llamadas: 97% de las personas refirieron el ejercicio de violencia psicológica por parte de su agresor, un 67% describió haber atravesado violencia física, un 37% afirmó haber estado en situación de violencia económica y patrimonial y, otro tanto, violencia simbólica. Un dato no menor: casi el 98% de quienes denunciaron son mujeres.
Los datos cuantitativos aportan al debate cualitativo. La pregunta es qué pasa con los jóvenes de hoy, cuyas relaciones son tóxicas e invadidas por celos, amenazas, estrictos controles sobre la forma de vestir o, incluso, por agresiones físicas.
¿Qué puede hacer la escuela?
Sin lugar a dudas, las relaciones se construyen a partir de las características subjetivas de quienes componen la pareja y de las particularidades del entorno en el medio del cual conviven. Pero la escuela no puede mantenerse ajena y hacer caso omiso a estos datos alarmantes.
Si bien es verdad que los docentes no fuimos formados para estas problemáticas de hoy, la docencia implica enseñar y aprender en el marco de la vida cotidiana de nuestros estudiantes, por lo cual, frente a estos números pavorosos, algo hay que hacer.
En la provincia de Santa Fe, los diseños jurisdiccionales proponen pensar la educación como acontecimiento. Al decir de Lazzarato, un acontecimiento no es la solución de un problema, sino la apertura de posibles. Y todo el mundo está forzado a abrirse al acontecimiento, es decir, a la esfera de nuevas preguntas y de nuevas respuestas, lo cual reclama creatividad para dar con las soluciones indeterminadas de antemano.
En este sentido, se reconoce que una problemática social particular, en este caso los noviazgos violentos, con un adecuado acompañamiento escolar produce un cambio en el modo de comprenderla. En este sentido, se entrama a la escuela con el contexto donde los jóvenes están insertos y no sólo compromete a la institución a pensar alternativas, sino a cada uno de los docentes que la conforman para trabajar esta y otras tantas cuestiones que surgen en las aulas, tales como la problemática de género, el cambio climático, el consumo de sustancias, los derechos humanos, la salud, la globalización, la comunicación, los massmedia o la democracia, temáticas que deberán ser abordadas en la escuela a fin de afrontarlas y encontrarles solución o, al menos, ponerlas sobre el tapete.
En una sociedad aún con rasgos patriarcales, con roles estereotipados familiares o parentales, generalmente se replican posiciones asimétricas en cada una de las relaciones. En ese marco, se transmiten creencias en torno al amor tales como “sos mía porque te amo”, por ejemplo, fomentando vínculos verticalistas y abusivos. Estos formatos se dan generalmente en todos los sectores sociales; sin embargo, en los más vulnerados, los jóvenes suelen tener menores recursos para protegerse de prejuicios y afrontarlos y, además, de cuidar su salud física y mental.
Los noviazgos violentos son más comunes de lo que creemos, por lo tanto será necesario ayudar a identificarlos y a abordarlos como problema social para garantizar bienestar en las relaciones. La cuestión será ayudar a visibilizar situaciones de violencia, muchas veces naturalizadas por ambos miembros de la pareja, garantizando confidencialidad a fin de abordar el problema en pos de solucionarlo. Es una tarea que ni la escuela ni la familia pueden soslayar.
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