Salirse de la norma siempre ha sido asociado a la rebeldía. Levantar la voz y volvernos visibles ha hecho que muches consideren al empoderamiento de la mujer como un acto rebelde. Está claro que salir a las calles y visibilizar problemáticas que se hallaban bajo la alfombra, requiere de valentía. Sí, fuimos valientes al levantar los pañuelos de nuestras luchas. Fuimos valientes al nombrar y contar nuestros pasados y nuestros miedos. Pero no debería ser así. Cuando decimos que “de camino a casa queremos ser libres, no valientes”, decimos, en otras palabras, que queremos caminar sin miedo a ser asesinadas. ¡Queremos caminar y ya!
Creo que es un reduccionismo poco serio asociar al feminismo con la rebeldía. Mujer fuerte, desobediente, revolucionaria, valiente, son adjetivos que no hacen más que categorizar al feminismo en el ámbito de lo “eventual y accidental”. Como si defender lo que corresponde fuese un acto extraordinario y no ordinario. Lo interesante para pensar con el feminismo y “las acciones feministas” no es etiquetarlas y ponerles carteles led de color rojo sino todo lo contrario.
El feminismo debería incluirse a nuestra cotidianeidad casi de manera imperceptible. Claro que hoy es imposible no percibirlo porque son contrastes muy fuertes, pero en un futuro (idealmente feminista) cuando lo eventual sea la violencia de género y lo ordinario la igualdad, casi ni hará falta pronunciar la palabra feminismo.
Aún queda mucho por hacer, por decir y corregir. Pero algo que me he estado preguntando en el último tiempo es qué pasaría si pudiésemos expresar y asimilar las ideologías más inclusivas de manera más sutil. Por ejemplo, en el arte, si pudiésemos hacer del feminismo algo de todos los días y no un “tema”, entonces estaríamos absorbiéndolo desde la naturalización y no desde la exposición.
¿Qué quiero decir con esto?
Hace unos días vi la nueva película de Netflix dirigida por Amy Poehler, Moxie. Debo reconocer que, al verla, me sorprendí de que tanta gente me la hubiera recomendado. Sobre todo, porque la recomendación venía acompañada de un “es una peli feminista, te va a encantar”. Como si el hecho de que fuese hecha por una mujer y tratase el “tema feminismo” ya la hiciese una película feminista.
A veces, al hacer uso de una ideología como moda o estrategia de venta, terminamos llegando (sin querer) al mismo punto de inicio: el machismo. Etiquetar a las mujeres de rebeldes a la hora de alzar su voz, no deja de ser otra manera de estereotipar. Feminismo es también dejar de encasillarnos con los patrones culturales y patriarcales, es creer en la diversidad amorfa y no en los estereotipos socio-aceptados.
Para evitar malos entendidos, desde ya que prefiero que lo que esté de moda sea el feminismo y no el machismo. Que les niñes de ahora vean Moxie, aunque no la considere como un referente del feminismo, antes que La Bella Durmiente.
¿Qué me molestó tanto de Moxie? Otra vez sopa… La protagonista (Vivian) es la más hetero-normativa de todos los personajes: rubia, alta, flaca, clase media y estudiosa. De pronto esta chica, que al principio vemos pasar más desapercibida, accede al pasado “rockstar-femista” (o como decimos entre amigues: femininja) de su madre y entonces se le despierta su instinto de “mujer super-poderosa”. Decide mantener este sentimiento oculto, incluso con su mejor amiga, por el famoso “qué dirán”. No la juzgo…
Como casi siempre, el feminismo está puesto como algo a lo que nos aterra acceder. Ser mujeres feministas muchas veces nos pone en el lugar de mujeres poderosas, por ende temidas, por ende menos deseadas. Por eso Vivian, llena de contradicciones, hace un fanzine el cual titula Moxie y empieza a divulgarlo de manera secreta entre sus compañeres. La primera que lo ve es Alicia, la contra-máscara de la protagonista. Todo lo que Vivian es y no se anima a mostrar hasta el final de la película. Alicia es un personaje hermoso y es una pena que lo hayan estereotipado tanto sin necesidad alguna. Oh casualidad, su personaje es lesbiana y afrodescendiente. Alicia es discriminada por mujer-negra-lesbiana.
Les pregunto… ¿A ustedes les parece casual la elección de quién es la protagonista y quien no? ¿Por qué el punto de vista es el de Vivian y no el de Alicia? Estamos viendo una película hecha por una mujer blanca, sobre una mujer blanca. No digo que esto tenga algo malo, ¡para nada! Por favor no me malinterpreten… Solo me parece una aclaración pertinente a la hora de entender el por qué de los estereotipos.
¿Acaso ven a las feministas como una única trilogía (mujer-negra-lesbiana)? Como si la feminista blanca heterosexual fuese más inofensiva, menos agresiva, más “Vivian” por decirlo de alguna manera. Alicia es el click que Vivian necesita para entender qué sucede a su alrededor y por qué no se siente cómoda. Son los lentes que le dan el aumento necesario para ver cuánto estaba callando.
Y mientras escribo y pienso en voz alta con ustedes se me aparecen escenas de la película, algunas con las cuales incluso empatizo (yo también estoy llena de contradicciones). Sobre todo, la anteúltima escena en donde una situación especial (no la cuento para no spoilear) hace que sus compañeras se muestran sororas con ella para que no la expulsen. Es una escena llena de buenas intenciones, llena de empatía, hasta emotiva, pero lamentablemente irreal.
Les y me pregunto, ¿suceden las cosas de tal modo en las escuelas? ¿de verdad? Y cuando sentís que por fin llegás a un entendimiento y hasta a cierta simpatía hacia la película, una de las amigas de la protagonista dice: “Yo hice tropezar a Bradley en su tonto disfraz pirata. Eso es feminismo y no me siento mal por ello”. Incluso con todo lo que molestó y uso esa palabra específicamente porque tiene que ver con una opinión personal y claramente subjetiva, pude entender hacia dónde querían ir. Y por sobre todas las cosas no dudo de que la película fue hecha con buenas intenciones, pero en su modo de mostrar el feminismo lamentablemente hay una subestimación a la ideología, al modo de vida feminista y, también, a las propias mujeres.
Mientras quedemos encasilladas en el lugar de rebeldes y “rockstars” seguirán relativizando nuestras muertes, seguirán sexualizándonos incluso en el plano de “mujer fuerte”, seguirán clasificándonos y encasillándonos en el de cogibles (débiles) e incogibles (fuertes).
Me llama mucho la atención esto mismo… cómo nos cuesta horrores salirnos de ese modo obsesivo que tenemos de “poner todo en su lugar”, de “encasillar”. ¡Como si todo se pudiese nombrar tan fácilmente! Vengo a defraudarlos, pues no siempre hay un lugar indicado para cada cosa. Ni las personas ni los sentimientos. Pero de alguna manera nos vemos obligades a etiquetar todo. ¿Qué te pasa? ¿Estás triste? ¿Enojade? ¿Feliz? ¿Mal? ¿Bien? ¿Por qué? ¡No sé, carajo mierda! No está mal no saber algunas cosas. Y eso también es feminismo: aprender. Pero ya no queremos aprender a las piñas, ya no queremos ser valientes para aprender ni arriesgar nuestras vidas con cada paso que damos. Y menos que menos ocultarnos. No tengamos miedo a gritar a los cuatro vientos que somos feministas. No hace falta que aclaremos que queremos la igualdad y no reinar y matar a los hombres. Y si alguien pide una explicación porque con lo que nos acontece no le es suficiente, se la damos sin problema. Pero para eso hay que informarnos constantemente, leer, re-leer, charlar, preguntar, dudar, acertar y errar.
Una de mis maneras favoritas de aprender y cuestionar mis verdades es hablando con amigues. Tengo muches amigues de les cuales aprendo infinidad de cosas, amigues que en dos segundos me dan vuelta la tortilla y me hacen ver cosas que antes no veía. Por ejemplo, el domingo cené con mi amiga Mera. Fue muy hermoso preguntarnos cosas que no teníamos claras, con respecto a la política en general, con respecto al feminismo como política, con respecto a nosotras mismas y a nuestra militancia. Y fue muy interesante la pregunta a la que llegamos: ¿Qué es entonces empoderarnos? ¿Hay una sola respuesta? ¿No termina siendo acaso, de manera inconsciente, la rebeldía que nos colocan una forma de ser funcional al patriarcado?
Podemos hacer, decir y mostrar lo que queramos, siempre. ¡Claro que eso es también feminismo! Pero si eso termina de alguna manera contribuyendo al patriarcado entonces… ¿Dónde terminamos quedando nosotras? Me pregunto qué es lo que aprendemos con respecto al feminismo después de ver Moxie. Alzar la voz no es gratis y eso lo sabemos todas. Sabemos también perfectamente las diferencias entre alzar la voz siendo una mujer en situación de privilegio y alzarla en una situación de vulnerabilidad. Podríamos decir entonces que Moxie es una epifanía del feminismo. Un lugar ideal, pero aún irreal. Un deseo voraz de empoderamiento, pero poco accesible. Y ahí está la cuestión: el feminismo debería ser accesible a todes. A mí me gusta pensarlo como un modo de transitar la vida, un modo de vincularme con les otres, un modo de ser yo en mi máxima expresión.
El enojo existente es una consecuencia de la realidad patriarcal que nos acontece, pero no es lo que queremos para el futuro. Hoy suceden las cosas que suceden y debemos actuar porque verdaderamente es de vida o muerte. No podemos todo el tiempo conceptualizar las cosas, ni racionalizarlas porque cuando es la vida de nuestras compañeras la que está en juego, son otras las fibras que se tocan.
El enojo es una expresión de agotamiento porque verdaderamente ya estamos cansadas de aquél “otra vez sopa”. De explicar, como si fuera algo extraño, que no queremos morir, que no queremos tener miedo y que no queremos ser valientes. No quiero tener que ser rebelde para ser feminista. No quiero
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