Políticas de Estado: inoperancia, ineficiencia e ideologización

En esta pandemia, las autoridades no pudieron explicarnos la eterna cuarentena o porque testeamos muy por debajo del promedio de otros países. Hoy tampoco pueden decirnos por qué hasta ahora vacunamos pocas personas

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(REUTERS/Agustin Marcarian)
(REUTERS/Agustin Marcarian)

El rol del Estado es un debate impuesto desde los orígenes de la humanidad. Platón ya hacía referencia en Filosofía Política y en La República. Maquiavelo incorpora por primera vez la palabra Stato en su libro El Príncipe.

“Al final del siglo XVIII, el derecho divino de los reyes cedió su lugar a la libertad natural y al contrato, y el derecho divino de la iglesia al principio de la tolerancia (...) El contrato supone derechos en el individuo; la nueva ética, no siendo más que un estudio científico de las consecuencias del egoísmo racional, colocó al individuo en el centro” (John Maynard Keynes, El fin del laissez-faire).

Hablar de la magnitud y profundidad de las transformaciones acaecidas, en el mundo occidental, a finales del siglo XVIII, resulta ya un tópico. Son por todos conocidas las implicaciones de eventos tan importantes como la Revolución Francesa o la Revolución Industrial que, si bien son fenómenos claramente diferenciados, en algunos aspectos discurrieron parejos, ya que ambas eran el resultado de cambios singulares en el modo de producción y en las relaciones sociales resultantes de tal situación.

Podríamos decir que allí se sentaron las bases del Estado Moderno, cuyos principios son poseer Gobierno, tener un pueblo, ostentar territorio y estar estatuido por normas (leyes).

Con el tiempo esos principios se fueron afianzando y ampliando, occidente definió que el Estado debía basarse en la división de poderes para poner equilibrio entre el Gobierno y los ciudadanos.

Sin embargo, el camino al Estado moderno fue sinuoso de acuerdo a las distintas etapas de la historia. El siglo XX que Erik Hobsbawn (historiador ingles) denomina “corto”, porque según él fue desde 1914 (primera guerra mundial) a 1991 (desintegración de la URSS), considera el “largo” al siglo IXX, que fue desde la Revolución Francesa 1789 al 1914.

Ese siglo corto y vertiginoso estuvo signado por la supremacía conceptual del “Secreto de Estado” casi en todos los gobiernos del mundo, bajo esa premisa justificaron guerras, invasiones, bombas atómicas, asesinatos y todo tipo de arbitrariedades, violaciones a los derechos humanos, incluyendo el genocidio como razón de Estado.

Estos eran estados oscurantistas, omnipotentes y algunos facciosos. Ese modelo, autoritario, arbitrario, inhumano, ineficiente e inoperante, se comenzó a desmorona al finalizar la segunda Guerra Mundial y se desplomo en 1989.

El mundo occidental y muchas naciones de otros continentes cambiaron ese paradigma, las políticas de Estado fueron reemplazando el viejo concepto del “secreto de estado” por transparencia e información pública como bases del nuevo modelo Estatal.

Esto tuvo su correlato con un orden internacional donde primaron el principio de no intervención y el respeto por los derechos humanos, incluyendo la concreción y/o reformas en las constituciones de la mayoría de los países del mundo, cuestión que también ocurrió en nuestro país en 1994.

Se incorporaron instrumentos de gobernanza como controles, regulaciones, participación ciudadana, convergencia público-privada, audiencias públicas, consultas populares, todos demostraron que ayudan a un estado más eficaz y transparente.

Estos procesos fueron complejos y controvertidos pero los objetivos se mantuvieron en el tiempo, duraron décadas, y los países que fueron perseverantes y sostuvieron estas políticas de Estado pudieron construir estados modernos y eficientes, y hoy son los países mejor posicionados en el mundo.

Desde el retorno de la democracia en 1983, los argentinos escuchan permanentemente las mágicas palabras “políticas de Estado” y la tienen tan internalizada que aparecen en cada mesa, reunión o comentarios sociales como una necesidad.

Según mi visión, con sus errores y aciertos hubo dos Presidentes en los últimos 38 años con políticas de estado, Raúl Alfonsín con la democracia y la República y Carlos Menem con el progreso y la modernización de la Argentina.

En esta pandemia que lleva más de un año las autoridades no pudieron explicarnos la eterna cuarentena o porque testeamos muy por debajo del promedio de otros países. Y hoy tampoco pueden decirnos porque hasta ahora vacunamos pocas personas.

Un plan de vacunación errático que tiene la particularidad de haber aplicado vacunas a jóvenes de 20, 30 y 40 años y dejar sin dosis a mayores de 60 (la población de riesgo) y ni hablar del “Vacunatorio Vip”.

El Estado Nacional no tuvo y no tiene planificación ni estrategia, la improvisación fue el factor dominante durante toda la gestión del COVID-19, que además profundizo la grieta que nos viene carcomiendo en los últimos 20 años.

Con lo cual podemos decir el actual Gobierno tiene “políticas de Estado”, pero lamentablemente son la inoperancia, la ineficiencia y una política internacional sesgada por la ideología.

Estamos en un proceso lento y degradante en todos los campos, principalmente el cultural, la caída es tan pronunciada y permanente que nadie tiene certeza para determinar dónde está el fondo.

Nosotros sufrimos en los inicios de este siglo un crack económico, que es recordado como la crisis del 2001, pero esa “recuperación” económica rápida de 2002/03 con algunos años más de bonanza por un programa razonable y el precio internacional de la soja, no dejo que la sociedad argentina apreciara la profundidad política y social de aquel impacto.

Durante esos años cumplí la función constitucional de Defensor del Pueblo de Nación (1999/2009) y desde allí logré advertir y alertar la magnitud de la crisis que atravesábamos y el peligroso camino por el que nos estaban conduciendo en materia social, política e institucional.

En los últimos años de la década del 2000 abdicamos del progreso, la modernización y se ideologizó nuestra política exterior. Dirigentes embelesados con un falso y viejo progresismo iniciaron un proceso político que hoy se manifiesta con toda plenitud en un Estado fallido.

Las consecuencias de aquellas decisiones facilistas y oportunistas son plausibles en las estadísticas. Cualquier índice que tomemos, económico, educativo o social nos mostrara el deterioro enorme de las últimas dos décadas. Los datos son contundentes y abundar en ellos sería reiterativo.

Por lógica se resquebrajó el sistema institucional, porque la pobreza y la corrupción no son neutras en el entramado social y cultural de un país.

Los sujetos sociales activos del peronismo, el trabajo y los trabajadores pasaron a un segundo plano, para dar lugar al asistencialismo clientelar de una corporación política.

Retrocedimos a un Estado secretista y prebendario con una metodología gubernamental de facciones, con cotos de poder repartidos en función de sectores e intereses.

Hoy tenemos un estado oscurantista, más parecido en sus formas de actuar a un miembro del Pacto de Varsovia, durante la Guerra Fría, que a los Estados democráticos y occidentales.

Y esto se afirma en la particular visión del multilateralismo en política internacional (explicitada por la Jefa de la coalición gobernante en su último discurso) donde las referencias continentales son Cuba, Venezuela y Nicaragua, y de otro lado del atlántico Rusia, China e Irán, todos regímenes fundamentalistas de partido único.

La idea que quieren imponer es de país inviable y condenado a la pobreza, como eje de la táctica para lograr la resignación de los ciudadanos y de actores políticos y sociales que puedan construir otro proyecto de país.

Es necesario que se articule una gran coalición política, plural, democrática y republicana donde puedan converger amplios sectores sociales y bases populares del peronismo no representado por el régimen instalado hoy en el Poder.

“Nadie puede solucionar un problema social sin antes solucionar un problema económico, y nadie soluciona un problema económico sin antes solucionar el problema político” (Juan Domingo Perón).

Nuestro drama nacional es netamente político y la solución también.

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