Entre estúpidos y farsantes

El país de la furia que ya casi es la tierra del hastío y del sin sentido

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Si tengo que elegir un top ten de los libros que más impactaron en mi vida, no tengo dudas que “Historia de la Estupidez Humana” de Paul Tabori (editado en 1959) está entre ellos. El abordaje de los grandes errores de la humanidad siempre me atrajo, quizás para poder así comprender luego por el opuesto, cuales son los causales que podrían conducirnos al éxito. En mis escritos es constante e ineludible tratar de analizar la ignorancia y su antónimo, la sabiduría, o las mentiras y su contraparte, las verdades. Pero en el cóctel del desbarranque de una sociedad no podrían estar ausente la estupidez, la imbecilidad y su hermana de sangre, la fatuidad. Puedo entender y compadecerme del carente de educación y también puedo (con gran esfuerzo) hasta entender al embustero que empujado por complejos de inferioridad busca la notoriedad a través de la trampa que lo enriquezca. Y si el impostor buscara su bienestar metiendo mano en las cajas que no son propias, con excesivo trabajo y tolerancia hasta podría pensar en la insignificancia de su vida y darme cuenta de que la plata la necesita para intentar ser alguien, ya que sin ella es un Don Nadie sin nombre y sin tierra.

De la ignorancia se sale con estudio y de los pillajes se sale con justicia. Sin embargo de la estupidez no se es tan fácil escapar. Si aceptamos que el hombre sabio es el conocedor de las causas y de las complejidades de diversos hechos, el estúpido (a oposición del ignorante que cuanto mucho es llevado por el no saber) deja de lado toda ayuda, experiencia, consejos y es el orgullo, la pedantería y la cerrada estrechez de mente lo que lo lleva al camino del absurdo. Tabori entiende que “la estupidez es quizás el arma más destructiva inventada por el hombre, más devastadora que una epidemia (sic) y uno de los lujos más costosos”. La definición a la que echa mano es: “El ser humano estúpido es alguien a quién la naturaleza le ha suministrado órganos sanos, una aceptable educación e inteligencia, carece en general de defectos, pero sin embargo sus obras y consecuencias son simplemente torpes, vacuas y típicas de un mentecato”.

Serios historiadores han demostrado que la codicia de España en la conquista de América arrastró a la misma (y a parte de Europa) a una crisis sin precedentes. España obtuvo todo el oro de México y Perú, pero el costo que pagó fue de millones de vidas y una inflación en su economía tan gigante que provocó un descalabro monumental. Mucho después, los británicos en su colonización de Norte América, eligieron otro camino basado en el asentamiento territorial y el desarrollo agrícola (aunque también tuvieron su fiebre del oro, años luego). En la historia de las estupideces no muchos saben que cientos de nobles europeos (Versalles, Viena, El Escorial) hipotecaban sus posesiones en aras de gozar los favores de los soberanos. Cuando las revoluciones llegaron, allá vacíos se quedaron de sus posesiones. Luego el pueblo, en su furia y búsqueda de justicia, se llevó todo por delante. No puedo dejar de pensar en la gran cantidad de torpes testaferros usados para lograr esconder bienes enajenados y que luego fueron (y serán) los primeros en caer. Seguramente “los soberanos” quedarán a salvo, pero “los prestanombres” llevados por su avidez caerán como moscas y perderán lo que temporalmente tuvieron.

Tiempo atrás escribí, recibiendo variadas críticas, que las elecciones PASO no se llevarían a cabo o que se haría lo imposible por atrasarlas. ¿En qué basaba mi previsión? Simplemente en el sencillo poder de la observancia. En ese mismo escrito, publicado para descarga gratuita en “De Tributos y Provocaciones” (www.gennari.us), adelantaba que íbamos de lleno a un colapso económico de la mano de una seria y colosal grieta social. Nuevamente, no es la inteligencia, ni el estudio, ni las quemas de pestañas por tanta lectura. Es tener memoria de las piedras con las que ya hemos tropezado. No me hacen falta doctorados en Economía de las Altas Universidades del Mundo, ni entender complejas fórmulas de econometría. Es simple, el país se está consumiendo todo su capital social ya que el capital económico (reservas en Banco Central) ya nos lo hemos consumido o nos quedan exiguas monedas para un barato café. Llamo “capital social” a la riqueza generada por las habilidades profesionales, destrezas, conocimientos, equidad y justicia, posibilidad de progreso. Ese activo está ya casi destrozado, poco o nada queda. Jane Fonda alguna vez dijo por allí que “nada importante ha pasado sin que haya un poco de desobediencia civil”. No estoy haciendo una apología del delito ni del caos. Sin embargo, cuando se llegue al fondo, irremediablemente habrá revueltas. Cuando el pobre vea que ya no le alcanza vivir con alguna dádiva y el rico vea que ya no tiene nada que perder pues todo se le ha ido en impuestos, aunque parezca osado pensarlo, ambos se mirarán a los ojos y se darán cuenta que tienen mucho en común. ¿Alocado? Estoy convencido de que no. Hay un eje que nadie está viendo aún, que es el rejuntado de todos los empresarios y trabajadores del campo, el de las pymes y su gente… y el de los movimientos sociales. En el momento en que cuatro o cinco líderes de estos grupos se den cuenta que es mejor estar unidos que enfrentados, inexorablemente estaremos ante una revuelta. Se equivoca el que piensa que las tropas son fáciles de arriar a la sola promesa de pan y circo.

Podrá ser el dirigente un tramposo, pero no puede ser tan ignorante como para no correlacionar que los países que más han crecido desde 1930 a la fecha, son aquellos donde las libertades de todo tipo se han maximizado. Argentina de estar entre los diez países más poderosos del mundo (fines Siglo XIX y principios Siglo XX) ha pasado al lote de los más pobres. Tenemos un 50% menos de PBI per cápita que Chile, Panamá, Uruguay y allí estamos cabeza a cabeza bien debajo de la tabla junto a Republica Dominicana, Botsuana, solo por citar algunos (imperdible visitar www.gapminder.org). “¡Es la libertad lo que genera crecimiento, estúpido!”, robándole y cambiando un poco la frase a Bill Clinton en 1992.

Me he preguntado si la estupidez tiene cura en infinidad de veces y la única solución creo que está en la niñez, cuando aún se está forjando el carácter del pibe. Si le damos seguridad a los chicos y no ofrendas, le estaremos enseñando que no debe quedarse esperando por la moneda que le tirarán los farsantes. Necesitamos una generación de jóvenes que sean estimulados a la iniciativa personal, a la toma de riesgos y a que comprendan que ningún maná vendrá de arriba sin esfuerzo. Si todo se lo regalamos y si no imponemos reglas de comportamiento, el país estará fabricando irremediablemente ejércitos de inválidos sociales. Es regla que manadas de personas en torbellino son incapaces de tomar decisiones por sí mismas, generando de esta forma una dependencia mayúscula del amo. Estas personas terminan entrando en un círculo vicioso y finiquitan no teniendo ni un solo pensamiento original. Como bandada van, bajo cánticos movilizadores que los envalentonan y que a la vez les ayuda a esconder sus vacíos y enormes carencias. La estupidez, en consecuencia, es el resorte tanto de los casos extremos del conformismo como de los comportamientos antisociales. Es la idiotez lo que termina engendrando anarquistas que pueden luego manejar a pueblos domesticados y ejercer todo el totalitarismo o despotismo que deseen.

Quiero dejar como pensamiento de cierre que a esta altura debiéramos saber que corrigiendo a los sabios, siempre los haremos más sabios; pero corrigiendo a los necios, los mismos se volverán en tus enemigos. Pensemos en consecuencia que la única solución la encontraremos en la niñez, lugar origen de todo esta actual y perturbadora necedad.

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