Abrir una discusión respecto al rol de la empresa más importante de Argentina sin que caiga en la grieta maniquea que devora todos los debates del país es difícil. Para abordar el tema hay que evitar los extremos y navegar las aguas grises de las tensiones y del no tener todas las respuestas.
Mercado Libre es la empresa más importante de la región y cumplió un rol fundamental durante la larga cuarentena decretada en Argentina, habilitando a (literalmente) cientos de miles de familias a mantener un flujo de ingresos. No sólo eso, la empresa emplea cada vez más gente en el país, además de haber sido reconocida como el mejor lugar para trabajar entre las empresas de más de 1.000 empleados (del ranking de “Great place to work”). De hecho, el 91% de sus empleados la considera un lugar excelente para trabajar. Si bien perdió casi un cuarto de su valor por los avatares de Wall Street, a fines de enero su capitalización bursátil casi triplicó el de todas las demás empresas argentinas que cotizan allí, juntas (38.000 millones), alcanzando los 100.000 millones de valor de mercado: o sea, el 26% del PBI del país (385.000 millones, sin entrar en discusiones sobre tipo de cambio, etc.). Por lo dicho, Marcos Galperín puede ser considerado el empresario más importante de la historia del país.
Mercado Libre es la empresa más importante de la región y cumplió un rol fundamental durante la larga cuarentena decretada en Argentina, habilitando a (literalmente) cientos de miles de familias a mantener un flujo de ingresos
Pero la foto es más grande: la relación de las naciones con los grandes oligopolios globales es el eje de un fuerte debate a nivel mundial. Amazon, Google, Microsoft o Facebook lograron una posición privilegiada al impactar en la calidad y la forma de vida a nivel global. Crearon valor y supieron capturarlo. La página Internet Live Stats da una idea de la magnitud del fenómeno: cada minuto se envían 41 millones de mensajes de WhatsApp, 6.659 paquetes por Amazon o se crean 347.222 nuevas historias en Instagram.
¿Lo que estas mega-corporaciones hacen y su poder de influencia en la vida de millones de personas debe ser controlado? El documental The Social Dilemma muestra el funcionamiento de algoritmos de inteligencia artificial cuya finalidad es que los usuarios de las redes sociales permanezcan el mayor tiempo posible frente a sus pantallas, siendo efectivos para modificar sus comportamientos e influir en su estado anímico. ¿Este poder de manipulación debe permanecer auto-controlado por las mismas empresas? El mismo debate se dio cuando ese poder de polarización se había utilizado en los procesos eleccionarios en diversos países y exacerbado a través de la utilización de fake news. El debate en el país permanece ausente, como si nuestras propias elecciones no pudieran ser torcidas a fuerza de noticias falsas, trolls y corrupción…
Tal cual hizo Google en Europa, con relativamente poco esfuerzo, Mercado Libre se puede mover hacia donde la presionen menos, como Uruguay, y Argentina se queda sin el pan y sin la torta
Además del impacto en la calidad institucional, la economía enseña que los monopolios afectan la calidad y la eficiencia de los mercados. La concentración genera inequidad, uno de los grandes dramas globales. Las empresas monopólicas fijan precios a su conveniencia, dado el bajo poder de negociación de los clientes y de los proveedores, encareciendo los costos para todos los jugadores del sistema. Si se le suma la capacidad de comprar a cualquier potencial competidor, el poder parece absoluto. Sólo Apple compró más de 100 empresas en los últimos 6 años. ¿Los estados no tienen nada que decir al respecto?
La crítica no viene desde el desconocimiento del valor de las dinámicas de mercado: los monopolios generan menor rotación de empresas. Y como nadie puede competir contra ellos, a la larga se reduce la capacidad de innovación de las naciones. Curiosamente, sin intervención de los estados, se debilita la destrucción creativa schumpeteriana, uno de los pilares del mundo capitalista. Se da una especie de autodestrucción del capital por el capital. Nada que el mismo Schumpeter no hubiera vislumbrado en su faceta más filosófica que económica. Quizás por una mezcla de todos estos motivos, el gobierno de Estados Unidos haya iniciado la mayor demanda antimonopolio de la historia reciente contra Google. El límite entre tener una posición dominante y abusar del poder para mantener un monopolio parece ser finito.
¿Quién controla a quién?
Las fronteras de estos nuevos gigantes tecnológicos son difusas ya que son globales desde su concepción: hasta pueden tributar en donde les resulte más conveniente, en función de las condiciones que ofrezca cada país. El caso de Google en Europa es paradigmático. Cuando la Unión Europea avanzó con normativas para la protección de datos personales, Google movió su sede europea a Irlanda, donde ya tenía oficinas pero desde la cual pasó a controlar todos los servicios para el continente. Las ventajas no sólo son normativas, sino también tributarias. Irlanda, en particular, es un hub donde muchas empresas tecnológicas deciden abrir sus sedes, dados los enormes beneficios impositivos que ofrece.
Las fronteras entre los gigantes de la tecnología y los países se hacen cada vez más difusas y borrosas
La geopolítica no termina allí. China y Estados Unidos están inmersos en una compleja guerra fría comercial respecto a las redes de 5G a nivel global. Lo novedoso es que están usando a las empresas como escudo en la batalla: el gobierno de Estados Unidos bloqueó la capacidad de instalación de la tecnología de la empresa china Huawei en Occidente presionando a Google para que impidiera que los sistemas operativos Android funcionaran en los celulares de Huawei. Las fronteras entre los gigantes de la tecnología y los países se hacen cada vez más difusas y borrosas.
¿Y nosotros?
¿Qué relación establece el país con estos gigantes? Y, ¿qué postura toma con Mercado Libre, en particular? ¿Estamos frente a un monopolio? No, en términos estrictamente jurídicos. Pero, en términos de management, la posición dominante de Mercado Libre en el país es innegable. Además, todo indica que cada vez se comercializará más de manera digital (sólo en el 2020 el e-commerce creció 72% en Argentina). Y mientras que buena parte del comercio electrónico de plataformas del país sucede a través de esta plataforma, las comisiones de venta o el tiempo entre el pago del cliente y la acreditación del dinero en la billetera de los vendedores denotan que “MELI” posee un poder de negociación desorbitante.
Los algoritmos de posicionamiento de vendedores de la empresa premian con las mejores posiciones a quienes representan los mejores ingresos para Mercado Libre (¿o esperaríamos que una librería, por ejemplo, pusiera en la vitrina los libros menos vendidos de los autores menos conocidos?). La correlación entre lo que fuentes de la empresa denominan “eficiencia del vendedor, medida por KPIs con parámetros objetivos como ventas, reputación, etc.” y el poder económico del vendedor pareciera ser bastante clara. El problema no es que la empresa busque su propio lucro, sino que sea la única alternativa comercial para emprendedores y pymes chicas, que quedan “más abajo” en las búsquedas y, por tanto, venden menos. ¿Cómo se resuelve? ¿Se regula? El statu quo favorecería la concentración. Los mejor posicionados seguirán vendiendo más y, por tanto, seguirán siendo los mejor posicionados. Mercado Libre mostró capacidades de auto-regulación cuando, por ejemplo, eliminó la oferta de productos con precios exorbitantes al comienzo de la cuarentena. Pero, ¿debemos confiar en que siempre podrá regularse sola? La mano invisible del mercado no es efectiva cuando el poder está muy desbalanceado o hay tanto dominio en una posición. Entonces, ¿qué opciones quedan?
Mientras que buena parte del comercio electrónico de plataformas del país sucede a través de esta plataforma, las comisiones de venta o el tiempo entre el pago del cliente y la acreditación del dinero en la billetera de los vendedores denotan que “MELI” posee un poder de negociación desorbitante
Desde la izquierda sugieren estatizarla, declararla servicio público o desmembrar sus diferentes unidades estratégicas de negocios. Cualquiera de estas opciones o incluso la de iniciar una demanda antimonopólica (difícilmente “ganable”) contra un gigante digital en un país como el nuestro, que representa el 15% de los ingresos de la empresa, no tiene sentido. Tal cual hizo Google en Europa, con relativamente poco esfuerzo, Mercado Libre se puede mover hacia donde la presionen menos, como Uruguay, y Argentina se queda sin el pan y sin la torta: menos empleo y menos impuestos recaudados. Mal que le pese al orgullo argentino, el país pesa poco en las cuentas de la empresa. Más allá de esto, los conceptos de regulación de competencia pensados para algunas industrias no necesariamente aplican en otras. Las plataformas dependen de economías de red y no es trivial la forma que se establezca para regularlas de manera óptima. No sólo no tendría sentido, sino que se podría terminar destruyendo todo el valor que crea la empresa. A la vez, no pensar alternativas de regulación porque lo conocido hasta ahora no aplica, tampoco es la solución. Hay que pensar fuera de la caja. Como bálsamo, el ejemplo de Australia muestra que quizás estos grandes perros ladran pero no muerden: el gobierno reguló la publicación de noticias de prensa por parte de Google y Facebook, más allá de las amenazas de ambos gigantes de dejar el país si se avanzaba en esa línea. Se reguló y no se fueron. El poder de negociación variará, claro, en función de la fuerza del mercado de cada país…
Las empresas monopólicas fijan precios a su conveniencia, dado el bajo poder de negociación de los clientes y de los proveedores, encareciendo los costos para todos los jugadores del sistema. Si se le suma la capacidad de comprar a cualquier potencial competidor, el poder parece absoluto
La pregunta no pasa tanto por si se debe regular la actividad de los grandes oligopolios globales ni de Mercado Libre, en particular, sino por cómo hacerlo de una manera que no genere más perjuicios que beneficios. Mercado Libre crea un inmenso valor económico y social: eso es innegable. ¿Cómo mitigar los efectos indeseados sin perder lo positivo? En un país en el que cada diez veces en las que el estado interviene, en siete mete la pata, la tentación es no tocar nada. Pero, ¿es la mejor opción? El debate está abierto. El mundo está recién aprendiendo cómo relacionarse y convivir con los oligopolios de las tecnológicas. Sin dudas, la llegada de Amazon al país sería una bocanada de aire fresco para dinamizar la competencia del comercio electrónico de plataformas y representaría mayor libertad y democratización del sector, tal como sucede en Brasil, por ejemplo, donde ambas plataformas conviven y compiten. Pero si la respuesta no viene del mercado, sino del estado, las posibles soluciones implicarán acuerdos multilaterales a nivel regional. No va a haber una solución “a la argentina”, sino que habrá que apuntar a un diálogo sostenido, coherente y que convoque a los actores de los diferentes espacios políticos nacionales, para poder darle continuidad al abordaje del tema, como con cualquier política de estado. Analizando el estado de situación político-social del país y teniendo en cuenta la imposibilidad de conmemorar el Mercosur sin tener un intercambio ácido respecto a las barreras comerciales, todo indica que, por ahora, habrá mucho más laissez faire para una empresa que, contrario a lo que propone su propio nombre, no siempre favorecería las dinámicas de mayor libertad en el mercado de comercio minorista.