Discriminación y anticapitalismo en el mainstream de Palermo Trotsky

El escritor Carlos Busqued formaba parte de un sector del mundo literario que se siente blindado e impune. Afortunadamente, la obra suele superar al ser humano que la produce

Carlos Busqued (Foto: Adrián Escandar)

Quiero contar lo que pude saber del último día de vida del gran escritor Carlos Busqued, que murió el último lunes 29 de marzo. No importa mucho qué haya querido decir con su obra y con su vida; importa, sí, lo que cada lector o cada persona que interactuó con él extrajo de esos yacimientos: la interpretación. Estoy seguro de que quienes reverencian su disruptiva irreverencia (¡la gran paradoja del servilismo cómodo de cierta “izquierda caviar”, ese mainstream artístico y editorial al que llamaremos sintéticamente “Palermo Trotsky”!) estarán en desacuerdo con mis conclusiones y creo que es el mejor test de verdad que tengo para mis argumentos.

En 2009, luego de presentarla en el Premio Herralde –que no ganó pero que llevó a uno de los jurados a recomendarla–, publicó su mejor obra: Bajo este sol tremendo. Desfilan por esa novela casas agrietadas por la inundación, pozos negros que revientan, militares que venden marihuana, chicos sin destino narcotizados frente al televisor mirando series o dibujos animados, pequeños secuestros extorsivos, vientos que arrastran olor a carne podrida del matadero (con ecos remotos de Echeverría), cortes de luz, animales sueltos en las rutas y, por fin, el azar como único regular social posible en medio del total desorden. El propio Busqued declaró tiempo después: “La escribí cagado de odio”. Nos podrán decir los hipster de Palermo Trotsky –que cuidan su lugar dentro de las cofradías áulicas– que esas imágenes fantasmagóricas corresponden a su infancia, que son flecos remotos de un país bajo la oscura dictadura militar (que él vivió entre los 6 y los 13 años), incluso que estaba escrita desde hacía mucho tiempo, que se trata de “realismo sucio”, pero lo cierto es que se publicó en 2009 y que ni el ya viejo Proceso Militar ni los años del menemismo explican por sí solos, en todo caso, semejantes desbarajuste y miseria. Los bienpensantes se cuidarán mucho, al elogiar la novela de Busqued, de expatriar al kirchnerismo en particular y al peronismo en general de la culpabilidad por esa debacle. No es cool, no otorga cátedras ni sillas en coloquios ni lugares dentro de la cofradía sostener que Busqued retrató la resaca pegajosa y mugrienta que dejó el peronismo en el norte del país, donde ha dominado a cal y canto durante décadas la mayoría de las provincias con regímenes feudales que asfixian las libertades individuales y tienen al noventa por ciento de la población comiendo de la mano del Estado benefactor. Es piantavotos decirlo para el mainstream, para la hegemonía cultural. Pero, ¿no hemos visto acaso imágenes del Chaco gobernado por el kirchnerismo en las que los Qom son torturados por la policía provincial o por fuerzas parapoliciales?

Su segunda obra fue Magnetizado: un non fiction a la manera de Truman Capote sobre un muchacho que en septiembre de 1982 cometió una serie de crímenes nocturnos. Cuatro asesinatos casi idénticos y sin motivo. Casi 40 años después de los hechos Busqued grabó 90 horas de entrevistas con el asesino. Se trata de la fascinación por un ser esencialmente antisocial. Un individuo que vendría ser un antisistema porque sí, la banalidad del mal. En la contratapa del libro se dice que la obra habla de “una manera de habitar el mundo” y tiene razón.

En marzo de 2019 vinieron a la Argentina el rey de España Felipe VI y su mujer Letizia Ortíz. Al visitar la provincia de Córdoba, en la habitación que tenían reservada en el Hotel Sheraton, encontraron unas cajas de alfajores cordobeses Chammas. Letizia los probó y de inmediato se comunicó con la empresa para pedir ocho cajas para llevar de regalo a la familia real. Al día siguiente, ya en Buenos Aires, el Presidente Mauricio Macri invitó a los reyes a una fiesta, a la que también asistimos Juan José Sebreli y yo entre más de doscientos invitados. A Busqued, que era muy activo en su cuenta de Twitter, no se le ocurrió mejor idea que conectar los dos hechos con el siguiente mensaje: “Al rey le convidaron alfajores, a sebreli lo habrán llevado a petear pibes cuarteteros” (sic). Lo interpelé en ese momento diciéndole que era una lástima que un buen escritor fuera tan discriminador. Es tremendo que quienes se proclaman “progres” discriminen nada menos que al fundador del Frente de Liberación Homosexual. Peor aún: en rigor la discriminación no era por gay sino por liberal y antikirchnerista, es decir por haber participado de una reunión con Macri y el rey. Busqued me contestó con una única palabra, también escrita en minúscula: “ahre”. ¿Quería decir que lo había dicho de modo irónico? ¿Era una disculpa? Es muy difícil saber qué quiere decir exactamente ese “ahre” tan típico de los adolescentes poscentennials en ese contexto, pero tengo la impresión de que significa algo así como: nosotros, el mainstreem literario de Palermo Trotsky, estamos blindados, somos impunes, podemos discriminar o decir lo que se nos antoje porque somos peronistas, kirchneristas y de izquierda.

Exactamente dos años después, en este nuevo marzo, un enorme barco de nombre “Ever Given”, que iba cargado de contenedores de oriente hacia Holanda, encalló en el Canal de Suez durante una tormenta de arena. El buque tiene 400 metros de largo, 59 de ancho y 60 de alto: una mole. El episodio produjo el total bloqueo del paso entre el Mar Mediterráneo y el Mar Rojo El Canal de Suez es crucial en el comercio internacional, por allí pasa el 10% del comercio del mundo, ahorra cerca de 6.000 kilómetros en el movimiento de los barcos de oriente hacia Europa, ahorra por lo tanto tiempo, petróleo y trabajo. Ícono del capitalismo y el comercio, en 1956 había sido bloqueado por las autoridades egipcias en el contexto de una crisis política internacional. En esta nueva ocasión, los poderosos remolcadores no lograban liberar el canal y rescatar el gigante marítimo convertido en una suerte de colesterol simbólico que obstruía la arteria, y más de cien barcos con sus cargamentos esperaban en la fila.

El último lunes 29 ya habían pasado 6 días desde el encallamiento del “Ever Given” y la obstrucción del crucial canal. Carlos Busqued se levantó a la mañana, probablemente leyó la noticia en el diario mientras desayunaba y a las 9,59 escribió un nuevo tuit: “Ojalá lleguen a la punta del canal y se les hunda ahí y no lo puedan sacar en la reputísima vida” (sic). ¿De qué nos habla esta nueva intervención sino de un fuerte recelo anticapitalista, antisistema, de un instinto antisocial? Nos dirán otra vez que hablaba en forma irónica, que sus epigramas de Twitter no podían ser tomados demasiado en serio o que era un genio que los pobres mortales como yo no alcanzamos a comprender en su inmensa complejidad. Puede ser. Pero en la tarde de ese mismo día sucedieron dos hechos decisivos. El primero: bajo la luna llena de Egipto el carguero fue reflotado y llevado por remolcadores hacia el norte, liberando el canal, y el comercio del mundo volvió a fluir. El segundo: casi simultáneamente Busqued salió a la calle, probablemente para comprar algo o para airearse, y al volver a su departamento las arterias de su cuerpo ocluidas por el colesterol le jugaron una mala pasada: taponadas como el carguero que bloqueaba el Canal de Suez, no fluyó la sangre, sufrió un infarto y cayó por las escaleras de su edificio. Algunos maledicentes dijeron en las redes sociales, a las que él era afecto, que fue una suerte de justicia poética. Prefiero pensar, de modo más creativo, que dejó dos libros intensos y ricos, el primero de los cuales bien podría convertirse en un clásico. La obra suele superar al ser humano que la produce, como en Louis-Ferdinand Céline, que era nazi; como en Foucault, a quien acusan de abusador de niños en Túnez; o como en Busqued, que discriminaba y quería el fin del capitalismo.

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