Vargas Llosa 85

En el zoom lento al acercarse y ampliar su foto, se ven los surcos y las heridas del tiempo, pero en ningún momento rendición o derrota. Y al mirar se ve la inteligencia

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(EFE/Javier López)
(EFE/Javier López)

Es un ejercicio para cazadores, rostros fuertes y significados valiosos. La foto en primer plano del premio Nobel y el Cervantes no es de los que pasa uno de largo. Su literatura tampoco, desde “La ciudad y los perros” hasta ”Cinco esquinas”.

Son muchos. Es el escritor incesante y metódico.

“Lituma en los Andes”, “La guerra del fin del mundo” -pequeñas preferencias personales del que escribe-, ”Conversación en la Catedral”, son muchos y todos admirables. Todos, además, con su respectiva fuente de apoyo de hechos reales transformados en el arte de contar y recrear. Mientras tanto, en el zoom lento al acercarse y ampliar la foto de 85, se ven los surcos y las heridas del tiempo, pero en ningún momento rendición o derrota. En cementerios romanos solían poner en los relojes de sol “Omnes vulnerant. Postuma necat”. Las horas: todas hieren, la última mata. Esos huesos, esa mirada, nos dicen que falta mucho y lejos. De paso, la inscripción del reloj romano está en una de las obras de Pérez Reverte, que allí viene uno a encontrarlo y le viene justa al retrato de Mario Vargas Llosa. La apostura de siempre, la inteligencia de siempre. Curioso, quizás: la inteligencia se ve al mirar. Podemos verla.

Puertas adentro

Al principio se registra el sonoro casamiento con su tía Julia. ”La tía Julia y el escribidor” apenas modificó la historia. Julia Urquidi, escritora boliviana alta y atractiva. Vargas de 19, ella diez más. El casamiento fue secreto y se establecieron en París. Ya muy culto y con una gota de arrogancia, Mario iba a ser bien pronto una estrella legítima de la literatura en todas partes, con punto de partida en los dos años que pasó en el Liceo Militar Amancio Prado por imposición del severísimo padre, opuesto a que se dedicara a contar quién sabe qué cuentos por ahí. Punto de partida de esa novela inicial ha de haber gestado el boom latinoamericano donde escritores iban a desempolvar y renovar la lengua que hablamos unas setecientas millones de personas. Entre ellos, amigos y a poca distancia uno de otro, Gabriel García Márquez, casi el anverso -tumultuoso hijo del de Aracataca, Colombia- como modo de vida y estilo en relación con Vargas Llosa, en Barcelona. Periodista de oficio nunca abandonado y enorme éxito planetario luego de que en Buenos Aires Editorial Sudamericana aceptara y publicara “Cien años de soledad”, después de 20 rechazos del original. Tal que, entre varios integrantes radicados entonces, entre 1970 y 1974 , eligieron vivir y trabajar con la astuta y maternal agente Carmen Balcells. En la Barcelona en la que fueron reunidos entonces serían -Mario, Gabriel- dos amigos que iban a ser premio Nobel.

Aracataca fue Macondo y Vargas Llosa ya no compartía la vida con la célebre tía, sino con Patricia Llosa, esta vez una sobrina, cincuenta años en común hasta el ingreso del escritor en el mundo de la mujer más famosa de España, Isabel Presley. Y hasta ahora.

Puertas afuera

Vargas Llosa y García Márquez se distanciaron alguna vez, no sé si para siempre. Se cuenta que en una pelea con golpes incluidos por celos amorosos primero y después por las humillantes autocríticas de obligación debido a libros del poeta Heberto Padilla con objeciones a Castro y al régimen en Cuba. Rompieron la flecha como los jefes sioux en los westerns. Gabriel permaneció igual y en ningún caso dejó de llamar Revolución al sistema. Como amigo personal de Fidel siempre.

Vargas Llosa giró hasta ser, además, un dirigente de gran influencia, liberal químicamente puro. Ahora que se atraviesan pandemia y el mayor aumento de pobreza en el planeta y América Latina, sin mediar fobias y filias rabiosas, rindamos al mundo el arte vivificante que dio con tierra Colón y se escribió en el Quijote.

En un punto de la historia, en el siglo veinte y en lo transcurrido de este, escribe Vargas Llosa lo que la cultura de los humanos debemos a la lengua española.

Vargas Llosa 85. Mirémoslo otra vez.

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