La información que acaba de dar a conocer el Indec sobre la situación laboral es, sin duda, dramática. Expandiendo los datos de la Encuesta de Hogares al total del país, en el año 2020 se perdieron un millón de puestos de trabajo. La misma cuenta para los desocupados da una suba de trescientos mil. Allí aparece el primer interrogante: ¿por qué si un millón de personas perdieron sus empleos la desocupación no aumentó en igual número?
No hace falta reiterar la intensidad y peculiaridad del impacto de la pandemia en general y las medidas para afrontarla (en particular, la extensión de la cuarentena). Es decir, no es necesario remarcar que una masa tan grande de activos que se tornan en inactivos, no puede adjudicarse precisamente a condiciones de mejoramiento del bienestar de las familias o del mejoramiento de su calidad de vida.
Predomina el desaliento
En la terminología habitualmente utilizada para estos análisis encontramos las palabras aliento y desaliento. La primera alude a percepciones o creencias que podemos calificar de optimistas en materia laboral. En esos casos predomina la convicción de que hay abundantes y/o atractivas oportunidades laborales y eso empuja a más gente a la búsqueda de empleo.
A la inversa, en situaciones en las que los datos de la realidad o la interpretación que la población afectada hace de esos datos lleva a la convicción de que es prácticamente inútil toda búsqueda, no sólo no hay nuevos contingentes buscando trabajo sino que aquellos que lo perdieron no se deciden a emprender el sondeo de uno que reemplace al anterior. A tal situación se la suele denominar como de desaliento.
En la terminología habitualmente utilizada para estos análisis encontramos las palabras aliento y desaliento
Los cierres (prolongados) de innumerables actividades económicas más las restricciones a los movimientos de las personas resultaron en 3,7 millones de puestos de trabajo perdidos en el segundo trimestre del año. Casi todos ellos correspondían o bien trabajadores en relación de dependencia desprotegidos o bien cuentapropistas o patrones. Ese fue -y sigue siendo- el principal sector social afectado desde el punto de vista laboral y de los ingresos.
La información disponible hasta ahora es escasa para entrar en mayores detalles. Sin embargo, llama la atención que mientras los patrones cierran el año con cifras negativas (más de 350.000) recuperando apenas una pequeña porción de lo perdido, los cuenta propia no sólo recuperaron el nivel prepandemia sino que lo han superado. No es de descartar que esto incluya un proceso de traslación de trabajadores asalariados a una condición de autónomos, más allá de lo que ya preexistía.
Ahora bien, el modesto incremento del número de desempleados que registra la encuesta frente a la cuantiosa pérdida neta de empleo, indica que en la sociedad habría la creencia -aún en la parte final del año, que es el período al que refieren los nuevos datos- de que sería inútil toda búsqueda de empleo.
Es por eso, que la tasa de desempleo arroja un número de dos dígitos pero que puede calificarse de modesto. De no ser por esa idea dominante, la demanda activa de empleo arrojaría cifras cercanas al 20 por ciento.
Tampoco puede formularse la hipótesis de que los ingresos que intentaron compensar tal situación, como el IFE, fueron suficientes para mantener en sus casas a quienes perdieron el empleo. No olvidemos que hubo sólo tres transferencias de $10.000 a lo largo de los nueve meses de cuarentena en 2020.
En efecto, en estos datos, que sólo cubren los aglomerados relevados por la EPH y por tanto son sólo unos dos tercios del total del país, los ocupados venían perdiendo dinamismo desde hace bastante tiempo. No obstante, se observa que las afirmaciones sobre la pérdida de empleo durante el gobierno de Cambiemos no tienen asidero para el conjunto de la ocupación, aún considerando que no son totalmente comparables debido a las modificaciones introducidas por el Indec a las estimaciones de la población de referencia en 2014 y en 2016.
Si miramos la secuencia de los asalariados protegidos que surgen de la Encuesta de Hogares, se ve con mayor claridad que la dinámica importante en materia de creación de empleo se concentró a la salida de la crisis de 2002. Es más, en el período inicial el empuje era tal que no sólo se creaban puestos protegidos sino también precarios.
Durante el primer gobierno de Cristina Kirchner el ritmo bajó mucho y, además, parte de los empleos protegidos nuevos eran traslados de condiciones precarias a protegidas, lo cual es excelente pero la creación neta de empleo asalariado pasó a ser sustancialmente menor.
Ya en el tercer gobierno kirchnerista el volumen de creación de empleo era un diez por ciento de lo que fue al comienzo.
En ese sendero llegó luego el gobierno de Cambiemos, en el cual se desbarrancó el empleo asalariado protegido (valores pequeños pero negativos) y fuerte incremento del empleo asalariado precario. Aquí no están los datos pero también hubo intensa creación de empleo no asalariado.
Todo ello muestra un cuadro que se puede sintetizar, esquemáticamente, así: la primera década de este siglo con alto crecimiento económico y fuerte absorción de empleo, con notable diferencia dentro de ese primer decenio.
En el segundo decenio, estancamiento económico con desbarranque a partir de mediados de 2018 y un empleo cada vez menos dinámico y de peor calidad.
Este contexto precede al drama, en 2020, de la pandemia.
Por lo tanto, siendo notable la incidencia de esta última en el desempeño laboral reciente, no hay dudas de que el resultado conjuga la cuestión sanitaria y las carencias estructurales que nos aquejan desde hace tiempo. De allí que sea poco útil mirar sólo el balance (sin duda negativo) del año que pasó.
Pronto tendremos los datos sobre la distribución del ingreso que, desafortunadamente, completarán con trazos más fuertes el dramático escenario.
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