En un lamentable incidente ocurrido durante la cumbre del Mercosur el 26 de marzo, el Presidente de la Nación ha provocado un daño severo a las relaciones bilaterales entre la Argentina y el Uruguay. Lejos de arrepentirse, el mandatario pareció sentirse orgulloso de sus imprudentes dichos cuando, un día más tarde, durante la emisión de un programa televisivo, reafirmó sus palabras y optó por responsabilizar al presidente uruguayo por el conflicto que él mismo había estimulado.
Las relaciones de los gobiernos de origen peronista con el Uruguay han estado atravesadas sucesivamente por períodos de amistad y enemistad a lo largo de las últimas ocho décadas. Tal vez resulte útil recordar algunos “hitos” de aquellos lazos.
Durante el primer peronismo (1946-1955), el vínculo entre Buenos Aires y Montevideo atravesó tiempos sombríos. Muchos exiliados argentinos vivían en el Uruguay y se hacían oír a través de Radio Colonia. El hecho indignaba a las autoridades argentinas que por entonces mantenía un férreo control de la prensa. El mismo tránsito de personas entre la Argentina y Uruguay estaba sometido a una serie de gravámenes impositivos y requisitos interminables. Y hasta en un momento determinado sólo se podía viajar al Uruguay mediante la obtención de un permiso especial del Ministerio del Interior, a cargo de Ángel Borlenghi. El ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti recordó que la caída de Perón, en septiembre de 1955, fue festejada en su país “casi como la liberación de París”.
Perón mismo se ocuparía de remendar aquella enemistad. Al volver al poder tras dieciocho años de exilio, firmaría el Tratado del Río de la Plata que se convertiría en una piedra fundamental de las relaciones argentino-uruguayas de la era moderna. En su discurso frente al pueblo uruguayo, Perón se mostró como un genuino estadista dispuesto a cerrar viejas heridas. Lejos habían quedado los días en que Uruguay acogía a los “exilados” del “régimen” peronista, entre ellos los que buscaron refugio tras el fracaso del demencial bombardeo sobre la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, que dejó un saldo de cientos de muertes. Aquel 19 de noviembre de 1973, frente a su par Juan María Bordhaberry, dijo Perón: “Un mismo cielo cubre nuestras dos orillas, su azul se refleja en nuestro paisaje, en nuestras aguas y en nuestras banderas. Aceptemos ese simbólico abrazo de la naturaleza como un signo de fraternidad que nos convoca a la paz, al trabajo en común, a la prosperidad y a la felicidad de nuestros dos pueblos”.
Incluso un busto del general Perón sería erigido en el Parque Rodó en la capital uruguaya años después. Su construcción fue impulsada por el embajador Benito Llambí -quien en sus Memorias relata que proponía erigir un monumento- e inaugurado por el intendente de Montevideo Mariano Arana, el 8 de octubre de 1996. Para entonces, gobernaba la Argentina otro presidente justicialista, Carlos Menem. Durante sus dos mandatos, Menem mantendría armoniosas, amistosas y constructivas relaciones con sus pares Luis Lacalle Herrera (1990-95) y Julio María Sanguinetti (1995-2000) con quienes impulsaría -junto al Brasil y el Paraguay- la formación del Mercosur. Un líder popular como Menem demostró que el peronismo podía ofrecer una cara moderna, democrática y plenamente integrada al mundo. Pero la afinidad de los años de Menem pronto sería abandonada.
Un nuevo conflicto con el Uruguay tuvo lugar durante la Presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), cuando las relaciones argentino-uruguayas descendieron hasta llegar al punto de que el propio gobierno oriental consultaría a las autoridades de los Estados Unidos en caso de que el conflicto con la Argentina se trasladara al plano de los hechos.
Los hechos se derivaron del interminable conflicto iniciado en 2005 cuando manifestantes ambientalistas y parte de la población de Gualeguaychú tomaron el puente internacional que conecta al país con el Uruguay en protesta por la instalación de una planta de celulosa en Fray Bentos (Botnia). La actitud del gobierno argentino -en el que el actual presidente era jefe de Gabinete- provocó un derrumbe en las relaciones entre Buenos Aires y Montevideo. Lejos de liberar los pasos fronterizos, las autoridades estimularon a los manifestantes. Incluso una de sus líderes sería nombrada secretaria de Medio Ambiente a instancias del entonces ministro coordinador.
Inútiles resultaron las argumentaciones de las autoridades orientales que sostuvieron que se había aplicado la tecnología más avanzada en la materia y con el menor nivel de contaminación del mundo. Al año siguiente, el conflicto escaló. El gobierno kirchnerista impulsó una demanda ante la corte internacional en La Haya por “violación del tratado del Río Uruguay” y un Kirchner indignado apuntó contra su par uruguayo Tabaré Vázquez en la primera oportunidad en que lo cruzó: “La verdad, estuviste muy mal. Nos diste una puñalada. No a mí, sino a todo el pueblo argentino”.
Para entonces las relaciones entre los gobiernos estaban seriamente dañadas. Años más tarde, Vázquez admitió que su gobierno evaluó la hipótesis de un conflicto armado con la Argentina a partir de la controversia por las pasteras llegando a plantear ese extremo a la entonces secretaria de Estado, Condoleezza Rice.
En tanto, las relaciones con el Uruguay mejorarían notablemente a partir de 2015. El ex presidente Mauricio Macri relató recientemente que, pocos días después de asumir el poder a fines de aquel año, mantuvo una amistosa reunión con su par Tabaré Vázquez, en la que este llegó a emocionarse cuando comprobó que podía acordar con los argentinos después de años de enfrentamientos.
Los sucesos recientes volvieron a poner en entredicho las relaciones argentino-uruguayas a partir de la reluctante actitud del gobierno argentino expresada en la última cumbre del Mercosur. Esta cuarta administración kirchnerista parece replicar el manual básico de su política exterior, consistente en relegar todas las cuestiones internacionales ante los conflictos y necesidades de la política doméstica.
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