No hay pregunta más fascinante para hacerle a un chico como “¿qué vas a hacer cuando seas grande?”. La capacidad de traslación hacia el futuro conlleva una serie de pensamientos que, concatenados, nos ayudan a pensarnos como queremos ser, donde queremos estar, qué podemos esperar sobre nosotros mismos en cinco, diez o veinte años. Pobres y cortos de pensamientos aquellos que creen que el futuro es una mera traslación del presente o, peor aún, los que se la pasan idealizando un pretérito que ya muerto está. No quiero incluir en estos grupos a los embusteros inventores de relatos, fabuladores de lo nunca acontecido y baratos tergiversadores de la realidad. Estos tienen ante sí plateas cada vez más abundantes de pobres e ignorantes aplaudidores, a los que quiero eximir de responsabilidades ya que le han dado de comer solo mentiras, dádivas y nada de educación. Permítame el lector compadecerme ante el carenciado que no tuvo la posibilidad de leer un libro, discernir sobre ideologías o entender que solo con el trabajo y el esfuerzo es factible crecer. Hacia ellos mi modesta misericordia. Hacia los camanduleros, mi mayor y furibunda condena. Ante la contienda que fuera, bien yo sabría de qué lado estar.
Uno de los más bellos tangos que nos dieron los arrabales porteños es “Los Mareados”, obra original estrenada en 1922 bajo el nombre de “Clarita”, luego rebautizada “Los Dopados”, para finalmente transformarse en 1942 en esta única e inmortal poesía de la mano y sensibilidad de Juan Carlos Cobián (1896-1953) y Enrique Cadícamo (1900-1999). En “Los Mareados” hay dos versos que contienen solo trece palabras que en forma conjunta alcanzan seguramente el pináculo de la poesía tanguera: “Hoy vas a entrar en mi pasado/ en el pasado de mi vida”. Ninguna vergüenza quiero esconder al reconocer que las lágrimas se me piantan al solo escuchar esas pocas palabras. Muchos necesitan de largas diatribas para construir falsedades, cuando con tan pocos vocablos estos poetas nos murmuran que, cuando algo debe quedarse atrás, solo es cuestión de dejarlo ir, a lo sumo con algunas copas mediante.
El talento de imaginarse un porvenir es directamente proporcional a la cualidades requeridas y necesarias para enfrentar adversidades. Si un pueblo no tiene esas fortalezas (por falta de educación o porque lo han llenado de mentiras) seguramente le será más cómodo navegar por los vericuetos de lo ocurrido, por historias polémicas no probadas o estériles discusiones de culpabilidades jamás resueltas. Alguien dijo por allí “me importa más el futuro, ya que es donde pasaré el resto de mi vida”, frase que inserto en cuanta conferencia o clase que doy.
Que no se malinterprete, ya que no estoy tirando por la borda a los revisionistas, ni a los historiadores. Pero llegado un punto, es hora que demos paso a un San Martín o un Sarmiento (por dar solo dos ejemplos propios), que tenían claras visiones del futuro de nuestra región, y dejemos de lado a los señores de paso cortito que no pueden ver mas allá de sus narices. ¿Donde están nuestros Nicholas Negroponte (MIT), Alvin Toffler (El Shock del Futuro) o John Naisbitt (Megatrends), que marcaron caminos en las Ciencias y en la Tecnología durante décadas? Nos hemos convertido en un país expulsador serial de aquellos que practican una de las maravillosas técnicas para encontrar el crecimiento, que es la de generar utopías. Seguimos revolcados en el doloroso barro de los desaparecidos, de la “memoria”, de la defensa de los derechos humanos (cuando se violan sistemáticamente las potestades primordiales de educación, justicia, trabajo, salud) y sin saber construir una alternativa superadora que nos cuente aproximadamente el camino de los próximos veinte años. Infundirle miedos es el preludio a la dominación, frase prima hermana de “la culpa es del otro” o “la herencia recibida”. Caray, Sr. Dirigente de Alto Rango, si el pueblo lo ha puesto en tamaño escalafón no es justamente para llorar niñerías y bobadas del ayer, señalando cual cobarde al nene malo que antes ocupó su banco. Tenga lo que hay que tener y haga lo que deba hacer, le aseguro que la historia no recordará ni a los cobardes, ni a los genuflexos.
Por fuera de las mediciones que marca la economía en forma dura, los países también debieran ser medidos por su aptitud de resiliencia y sus facultades de superación. Imaginemos por un momento los horrores vividos post guerra en Japón, Alemania, Vietnam... Seguramente, en esos países aun deben subyacer discusiones sobre las calamidades vividas, pero inequívocamente en determinado momento, bajo el liderazgo de algunos, se dijeron entre sí, “el norte está para allá”. Y hacia allá fueron. La aterradora mediocridad de nuestros comandantes a cargo nos muestra la absoluta incapacidad para plantearnos el país del 2030 o del 2050. Solo nos largan zalamerías que de tan empalagosas y atemporales ya sabemos de antemano que nos llevarán a la nada misma. Entre los que quieren buscar un “Segundo Tiempo” (creyendo que salieron a jugar un “Primer Tiempo”, cuando solo en los vestuarios se quedaron) y las doctoras señoras quieren reinventar historias y torcer juzgados, se nos está llevando a la debacle final. Entre tanta baratija, escucho al “Dipy” y se me hace un Churchill transcultural del Siglo XXI y no estoy exagerando. Entre mil de esos pibes rompedores de paradigmas versus mil militantes acomodaticios con banderas que ya nadie quiere levantar, no tengo dudas que estaré del lado del pibe con nombre de “Comic” y oriundo de La Matanza. Sr. “Dipy”, lo re banco.
Karl Marx (1818-1883) escribió que cuando las clases del poder en forma repetida montan sus relatos sobre mentiras recurrentes, irremediablemente llevan a los pueblos a la falta de una ideología propia. Dice Marx que el objetivo de esas élites, no es otro que hacer sus negocios a espalda de los comunes a los que en el mientras tanto, se los entretiene con contiendas ya perimidas. Mientras releía a este enorme filósofo me preguntaba a mí mismo, si por lo menos los que nos conducen saben quién es y que pensaba Marx (que no es justamente Adam Smith). A esta altura, debiéramos caer en la cuenta que los obsesivos del pasado no solo son los asesinos del futuro sino que también, por consecuencia, son los generadores de la marginalidad, de la criminalidad, del hambre y de toda Injusticia o de atribución mayor que le pudiera caber a un pobre muchacho ahogado en un secundario río de la Patagonia. El joven Maldonado es un víctima de los revisadores de la nada y es usado como pantalla (sin darle paz en su descanso) para que se sigan haciendo tropelías en nombre de la defensa de su supuesta memoria.
Los generadores del futuro se encuentran acorralados por los removedores de carroña. Es el fratricidio del sin sentido. Es la guerra sin balas pero que nos hiere con puñales de mentiras y saqueos. Son los vacunados poderosos por el simple hecho de “ser militancia”, versus los utópicos que se van quedando sin soñares y por supuesto sin inoculaciones. No soy pájaro de mal agüero, pero entramos en tiempos de muy alta turbulencia en los que ninguna variable está alineada con el rumbo del mundo moderno. Es claro que somos los “lastres”, pero no nos damos cuenta, que no somos nosotros los que arrojaremos por la borda a los países que no comulgan con nuestras trasnochadas ideas. Son ellos los que nos tirarán a nosotros y nos juntarán con el concierto de las naciones más pobres e impredecibles del planeta.
Los revisionistas e inventores de cuentos están actuando con desesperación y son feroces. Pero de este lado del margen del río, estamos los que imaginamos una sociedad justa, basada en el trabajo y el estudio. Los de esta orilla también deberemos mostrar que se puede pensar un mañana distinto. Por ende, deberemos ser mas feroces que ellos. A bancar la parada.
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