En medio de acusaciones cruzadas se desenvolvió la reunión clave entre las principales figuras de los gobiernos de los Estados Unidos y de la República Popular China que tuvo lugar el 18-19 de marzo pasado en Anchorage, Alaska. El tono de confrontación de la cumbre casi no encuentra antecedentes recientes.
El encuentro fue el escenario para un primer contacto oficial entre las autoridades de las dos potencias más importantes del mundo desde la asunción de la Administración Biden. Presidieron la delegación norteamericana el secretario de Estado Antony Blinken y el asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan. Beijing estuvo representado por el responsable del Partido Comunista de China (PCCH) para Asuntos Exteriores Yang Jiechi y el jefe de la diplomacia (canciller) Wang Yi.
Las relaciones sino-norteamericanas atraviesan el punto más bajo desde que ambos países formalizaron su vínculo diplomático en 1979. El enorme crecimiento de China -iniciado hace cuatro décadas gracias a las reformas de apertura de su economía lanzadas por Deng Xiaoping tras la muerte de Mao- transformaron a Beijing en la capital de la segunda potencia económica del mundo. Pero el ascenso de la República Popular despierta naturales inquietudes en la potencia establecida, los Estados Unidos, la nación que sigue siendo la más poderosa de la Tierra. Un intento por “resetear” la relación condujo a los protagonistas a encontrarse en Alaska, pero lejos de producir un “deshielo”, la cumbre pareció aumentar las tensiones entre los gigantes.
Una batalla dialéctica dio inicio a las conversaciones. El titular del Departamento de Estado anunció que Washington procura “resistir” las prácticas comerciales chinas y recordó que “tener fuerza no es lo mismo que tener razón”. Blinken acusó a los jerarcas del Politburó del PCCH de tener un comportamiento que “amenaza” el orden global. Asimismo, criticó a China por la situación en Hong Kong, Xinjiang y en Taiwán, tres ítems clave de la política china que separan a Washington de Beijing. Blinken graficó que en el escenario internacional se plantean “alternativamente” un orden basado en reglas o un sistema en que el ganador se lleva todo y en el que “la fuerza hace el derecho” y explicó que tal extremo contribuirá a la inestabilidad del conjunto de la comunidad internacional.
Las palabras del jefe de la diplomacia norteamericana encendieron a los delegados del Politburó chino. Durante un duro discurso de dieciocho minutos, Yang respondió que no creen “en las invasiones con el uso de la fuerza, el derrocamiento de otros regímenes y las masacres de personas de otros países”. El responsable chino también opinó que es importante que EEUU cambie su imagen. Yang espetó: “Mucha gente en EEUU tiene poca confianza en la democracia de EEUU”, por el auge del racismo y del trato a las minorías. Yang acusó a los norteamericanos de sostener una “mentalidad de la Guerra Fría” y de utilizar su poder militar y financiero para “incitar” a otros países a atacar a China.
Las tensiones entre las potencias se vienen acumulando en los últimos años. Ya antes de viajar a Anchorage, el secretario de Estado tuvo expresiones duras que anticiparon el tono en que podría desarrollarse la reunión. Lo hizo al concluir una visita oficial conjunta con su par de Defensa Lloyd Austin a Japón y Corea del Sur, dos aliados de los EEUU que mantienen una tensa relación con Beijing. Desde Seúl, Blinken afirmó que ve “con claridad el fracaso constante de Beijing para cumplir con sus compromisos” y acusó a los jerarcas chinos por su “comportamiento agresivo y autoritario” que implica un “desafío a la estabilidad, la seguridad y la prosperidad en el Indo-Pacífico”.
Otras iniciativas frente a China tuvieron lugar tan sólo algunas semanas después de la asunción de la Administración. El 18 de febrero, el secretario de Estado había mantenido una promocionada reunión virtual con sus contrapartes de Japón, India y Australia dando apoyo al llamado Grupo de Quad que busca contener el avance de una China cada vez más asertiva en el Indo-Pacífico. Al término de aquel encuentro el vocero de Blinken, Ned Price explicó que los aliados buscan “fortalecer la resiliencia democrática en la región”.
La opinión pública norteamericana, por su parte, parece acompañar estos sentimientos. Un estudio del Pew Research Center realizado entre el 1 y el 7 de febrero y publicado el 4 de marzo reflejó que el 67 por ciento de los ciudadanos de los Estados Unidos (79 por ciento entre los votantes republicanos y 61 por ciento entre los demócratas) tienen sentimientos de “frialdad” frente a China. La misma medición en 2018 mostraba que esa percepción afectaba al 46 por ciento de la población.
El tono confrontativo en la primera sesión de la cumbre terminó de consolidar la ausencia de expectativas sobre la factibilidad de alcanzar algún acuerdo entre las partes. Un observador indicó que “no se puede esperar nada” y que las relaciones entre las dos mayores economías del mundo están condenadas a seguir atravesando un periodo de crecientes tensiones y rivalidad. Y recordó que hace pocas semanas el presidente chino Xi Jinping llamó a los oficiales de las Fuerzas Armadas chinas (PLA, por sus siglas en inglés) a “prepararse para la guerra”. No obstante, la gran mayoría de los analistas aseguran que la perspectiva de una confrontación militar directa entre ambas potencias es un extremo muy lejano y altamente improbable, debido al factor de disuasión nuclear y a la enorme interrelación económica y comercial entre ambas naciones.
Al derrotar a Trump en noviembre de 2020, Biden despertó una serie de conjeturas con respecto a la clase de aproximación que podría tener frente a China. Desde estas columnas, el experto Patricio Giusto, titular del Observatorio Sino-Argentino de la Fundación Nuevas Generaciones, anticipó que Biden tendría “escaso margen para retroceder frente a China” y que replicar la política exterior de Obama para con China “parece imposible”. Giusto indicó que “si los demócratas quisieran volver a la postura del relacionamiento competitivo, Trump ha llevado las cosas a tal punto con China que será muy difícil retroceder sin exhibir debilidad”.
El Global Times, en tanto, anticipó el viernes 19 que la cumbre de Alaska marcará “un punto de referencia” en la historia y describió la atmósfera de “severa confrontación” promovida por los norteamericanos. El editorial del medio oficial del Partido recordó que “los tiempos en que los Estados Unidos podían apuntar con un dedo a China están terminados” y que los norteamericanos “deben entender que deben tratar a China de acuerdo a las reglas del mutuo respeto”. El Global Times celebró el hecho de que la delegación china hiciera “un movimiento histórico por poner las cosas en su lugar” y recordó que “Washington no tiene autoridad para decir qué está bien y qué está mal en este mundo”.
La importancia del vínculo entre China y los EEUU fue remarcada horas después de la cumbre de Alaska nada menos que por Henry Kissinger. El influyente ex secretario de Estado -de 97 años- aseguró durante una presentación virtual en el China Development Forum que “la paz y la prosperidad del mundo dependen de un entendimiento entre China y los Estados Unidos”.
La dura postura de la diplomacia norteamericana en Alaska fue interpretada por observadores a la luz de otros desarrollos recientes por parte de las nuevas autoridades de los Estados Unidos. Horas antes, Biden había calificado al presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin de “asesino” provocando un nuevo descenso en el vínculo ruso-norteamericano. Analistas aseveran que los hechos permiten suponer que el futuro inmediato estará caracterizado por un aumento de la desconfianza y las hostilidades en las relaciones triangulares de Washington con Beijing y Moscú y que Biden podría haber optado por el inquietante camino de enfrentar simultáneamente a ambas potencias.
SEGUIR LEYENDO: