Hace exactamente un año, la humanidad reaccionaba aterrada ante la multiplicación de casos de coronavirus. En ese contexto, Mauricio Macri dijo: “El populismo es mucho más peligroso que el coronavirus”. Casi un año después, escribió: “Sigo pensando lo mismo”.
En 2018, mucho antes de que el ex presidente presentara su libro Primer Tiempo, donde incluye esa afirmación, María Esperanza Casullo publicó un interesantísimo ensayo llamado “¿Por qué funciona el populismo?”. En los primeros capítulos, la cientista política intentaba definir al populismo. Para un sector de la vida política mundial, en el que se incluye Macri, el populismo está asociado a fenómenos en los que un líder muy popular confronta con los empresarios o con la idea de libre mercado. Casullo explicaba en su texto que el concepto debía ser más abarcativo, porque de esa manera no lograba incluir a personajes como Donald Trump, Alvaro Uribe, Jair Bolsonaro o, incluso, Mauricio Macri.
Al final de un documentado recorrido histórico, Casullo llegaba a la conclusión de que el populismo es un fenómeno político que se apoya en un relato eficiente que tiene en su centro a un héroe que es el único que puede salvar al pueblo de los enemigos que lo acechan: así logra ser querido y respaldado por ese sujeto llamado “pueblo”. Esos enemigos pueden ser los judíos, las corporaciones mediáticas, el comunismo, el capitalismo, los inmigrantes, el Poder Judicial, la delincuencia, el FMI o el mismísimo populismo. Lo importante, en este aspecto, no sería quién es el enemigo sino la estructura del relato: hay un líder que defiende al pueblo de sus opresores, y el día en que ese líder triunfe, finalmente el pueblo será feliz.
El jueves por la noche, en su reaparición política, Mauricio Macri expresó con una franqueza brutal lo que cree que va a pasar en el país en los próximos años. La Argentina, dijo, está en el final definitivo de la etapa populista. Esta vez, habrá una crisis definitiva que le explotará al Gobierno populista en sus propias manos. Eso hará que la gente vea, finalmente, lo que es el populismo y, entonces, lo apoyará a él con mucha más fuerza que en el 2015. Gracias a eso, empezarán “veinte años de crecimiento” en la Argentina.
Se trata de un relato fantástico: habrá un apocalipsis que destruirá a los enemigos y de allí emergerá un héroe que liberará a la sociedad de sus ataduras. Aunque puede parecer un tanto exótico, ese tipo de relato se ha repetido mucho en la historia, en fenómenos culturales y políticos tan diferentes como la izquierda revolucionaria o la iglesia pentecostal. El cuentito -el relato- es siempre el mismo: un salvador o grupo de salvadores, un enemigo del pueblo, una batalla redentora.
Primer Tiempo tiene una prosa amable, varios momentos interesantes sobre las dificultades de gobernar este país indómito, permite espiar en los odios y amores del ex presidente, insinúa que el fuego sagrado que lo llevó a la Casa Rosada sigue encendido pero, básicamente, se inscribe, con bastante claridad, en aquella tradición donde el mundo se divide entre héroes que defienden al pueblo y villanos que lo atacan. Hay un enemigo: el populismo. Hay un héroe: Mauricio Macri, al que Mario Vargas Llosa define como “un soñador”. Si el héroe no pudo gobernar bien, no es porque estaba equivocado sino porque no tuvo suficiente respaldo para vencer a los malvados.
La culpa no fue suya, sino de los enemigos. Macri no pudo llevar a cabo sus proyectos porque le faltó fuerza política, porque un sector del peronismo era muy radical, porque el otro sector estaba repleto de traidores, porque los periodistas no lo entendían (!), porque la crisis no le había estallado en las manos a Cristina Kirchner y por eso el pueblo no estaba convencido de aplicar medidas de shock, porque el FMI lo abandonó finalmente a su suerte (!!). En el centro de la argumentación de Primer Tiempo aparece eso: si gobernó mal no fue porque estaba equivocado sino porque los enemigos no le permitieron hacerlo bien. Todo lo demás es anecdótico. Por eso, justamente, se trata de volver, con mucha más fuerza, y aplicar, esta vez, en toda su dimensión, las recetas correctas.
-¿Qué haría si gana?—le preguntaron en la última campaña electoral.
-Lo mismo, pero más rápido.
Mauricio Macri puede haber puesto en marcha un plan económico que produjo mucho dolor en las familias argentinas. Podrá haber errado en liberar el cepo de una, aun cuando muchos de sus partidarios le recomendaban que no lo hiciera, aún cuando hay nutrida literatura sobre los efectos de la liberación del mercado de cambios en un país sin dólares. Podrá haber recurrido al Fondo Monetario para descubrir luego que eso no era una solución. Todo eso podrá haber generado la inflación más alta en 30 años, una de las devaluaciones más violentas en la historia de la moneda mundial, un salto en los índices de pobreza, un endeudamiento vertiginoso que supera a casi cualquier otro de la historia. Pero esas políticas, y sus efectos, tienen un espacio casi marginal, en Primer Tiempo.
Lo central es otra cosa: la lucha del Bien contra el Mal, de Macri y los suyos contra el kirchnerismo. Eso tiene su lógica, porque el relato populista es lo que mejor le funcionó a Macri en su carrera. Él llegó a Presidente gracias a que fue el líder de una coalición cuya razón de ser era el combate contra un enemigo. Fuera de eso, no había un plan congruente. Había poco más que un relato: un héroe, los enemigos, y el pueblo, o una fracción de ese pueblo, que estaba dispuesto a seguirlo en su combate.
Tal vez uno de los rasgos más problemáticos del populismo sea ese. El arte de gobernar es complicado, gris, dificilísimo. Consiste en articular una serie de medidas coherentes para que lentamente, con suerte, mejoren las cosas o, como mínimo, no empeoren demasiado. No tiene demasiado encanto. La lucha del Bien contra el Mal, en cambio, tiene su magnetismo. En ese sentido, meter preso a Amado Boudou y difundir su foto esposado y en pijamas, por ejemplo, es más relevante que frenar la inflación, porque refuerza la idea del héroe que combate a los enemigos del pueblo. Además, ofrece una excusa. Si las cosas no salen como deben, hay un chivo emisario al que se le puede echar la culpa: los medios, La Cámpora, el peronismo, el bloqueo, los fugadores de divisas, los judíos, los inmigrantes. Siempre hay fuerzas oscuras que explican el fracaso del héroe populista.
El libro Primer Tiempo refleja que nada ha cambiado. Ningún arrepentimiento, ningún sufrimiento personal por haber causado problemas en la vida de tanta gente, ninguna reflexión profunda sobre cuáles fueron sus errores, y cuáles los motivos que lo llevaron a ellos. Solo es cuestión de esperar el apocalipsis populista y entonces sí, llegará él, o alguno de los suyos, para instalar el progreso y la felicidad.
Lo curioso es que mucha gente inteligente, que no piensa como él, que sabe que el ex presidente no es una víctima sino un hombre que, como mínimo, cometió errores muy graves, aplaudían fuerte el jueves, en la presentación del libro. Eso se debe a que un sector importante de la sociedad –tal vez un 30 por ciento- sigue encandilada con su lucha. Entonces, con Macri no alcanza pero sin él es imposible. A uno y otro lado de la grieta, vastos sectores sociales se sienten muy cómodos en la lucha del Bien contra el Mal, y solo le piden a sus líderes que encarnen ese relato tan ingenuo.
Moraleja: Argentina tiene un problema serio con sus ex presidentes, y con la fascinación que ellos ejercen sobre sectores muy numerosos de la población.
La trampa sigue allí, inconmovible.
SEGUIR LEYENDO: