Él tenía un sueño. En un mundo asolado por la discriminación, el racismo y la segregación del distinto, él tenía un sueño. En el sueño veía niños y niñas negras caminando de la mano con niños y niñas blancas como hermanos y hermanas. En el sueño todos profesaban una verdad absoluta: que todos los seres humanos habían sido creados iguales. Un sueño acerca de cómo los hijos de los que fueron esclavos y los hijos de los que fueron esclavistas se sentaban finalmente juntos en la mesa de la hermandad. Un sueño donde sus pequeños hijos no serían nunca más juzgados por el color de su piel sino por su carácter y su personalidad.
No logró ver su sueño en vida. Fue asesinado pocos años después de haber contado el sueño. En un par de semanas se cumplirá un nuevo aniversario de la muerte del Dr. Martin Luther King Jr. Sembrador de soñadores.
Luther King dijo: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el estremecedor silencio de los buenos”. Porque callar es no sentirse llamado a soñar. Y no permitir hablar es matar el sueño de libertad. Sembrador de sueños de libertad.
Ocho años después de su muerte, aquí en Argentina comenzaba la peor pesadilla. El Golpe militar que hizo desaparecer las libertades y con ellas 30.000 personas, sueños, historias y mañanas. El próximo 24 de marzo es el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, donde se cumplirán 45 años del golpe militar que hundió a nuestra Argentina en un capítulo de horror. El Golpe a la libertad de soñar con un país donde podamos pensar distinto y aún así caminar como hermanos y hermanas. La épica de las Madres y Abuelas fue justamente no callar en medio del silencio que trae la muerte. Junto a ellas gritamos: “Nunca más”. Y no callamos ese grito nunca más. Sembradoras de esperanza.
16 años después, un 17 de marzo estallaba en Buenos Aires la Embajada de Israel, anticipando el baño de terror que 2 años más tarde terminaría con un segundo ataque en la sede de la AMIA. Recordamos esta semana los 107 muertos, cientos de heridos y millares de sueños que dejaron de ser. Atentados a la libertad de soñar con un país donde podamos creer, rezar y celebrar a Dios de maneras diversas y aún así caminar como hermanos y hermanas. Como nación no dejamos en estas casi 3 décadas de marchar, de recordar, de exigir y de no olvidar. Juntos gritamos: “Justicia, Justicia perseguirás”. Y no callamos ese grito nunca más. Sembradores de plegarias de paz.
Esta semana comenzamos un nuevo Libro de la Torá, que lleva como nombre la primer palabra con la que empieza el libro: “Vaikráh”. Si bien es conocido como “Levítico”, su traducción real resulta un nombre insólito para un libro: “Y Llamó”. No sólo el nombre es extraño sino que, en todas las ediciones de su original en hebreo, la última letra de esa palabra aparece en un tamaño mucho menor a todo el resto de las letras del texto bíblico. Tan pequeña, que podría no leerse. Esa letra es una “Alef”, la primer letra del alfabeto. La letra que contiene todas las letras, todas las palabras. Si se anula esa letra, si se silencia una sola voz, no existe el llamado.
La palabra “Vaikráh” con la letra “Alef” significa, tal como dijimos: “Y Llamó”. Pero si se le quita esa letra, cambia dramáticamente su significado ya que se lee: “Vaiker” -”Y sucedió”. Es la diferencia entre sentirse llamado, o hacer que las cosas apenas sucedan y pasen frente a nosotros. En silencio. Es el silencio lo que hace que la vida pase, sin haber escuchado siquiera a qué estábamos en verdad llamados.
Es el silencio de la gente buena lo que agiganta el grito de la impunidad. El silencio adormece, el silencio nos desaparece, nos aletarga. Dejamos de soñar cuando caemos en el más pobre nivel de nuestro alma, el de la aceptación y el conformismo. Es el silencio ante la injusticia, ante la falta de libertad, ante la libertad de no callar, el silencio ante la falta de ética, lo que nos hace cómplices. Como dijo Martin Luther King Jr.: “Llega un momento en que el silencio, se hace traición.”
Amigos queridos. Amigos todos.
No renunciemos al sueño. A ningún sueño. A los sueños de un sociedad atravesada por valores altos, por democracias sanas, y por libertades creativas. Al sueño de sembrar con el compromiso de nuestra memoria, nuestra Tierra Prometida. Al sueño de un mundo donde nunca más debamos marchar reclamando justicia. Un sueño donde gritemos que Nunca Más el que piensa, siente, vota, cree, luce o ama diferente sea visto o tratado como un enemigo. Al sueño donde todos seamos iguales en nuestros derechos y en nuestras oportunidades. Al sueño donde nos veamos en nuestras benditas diferencias, hombres y mujeres, negros y blancos, judíos, cristianos y musulmanes, de derechas y de izquierdas, creyentes y no creyentes, caminando como hermanos y hermanas.
Puede que no veamos el sueño hecho realidad en el tiempo que esperamos. Lo que no podemos es seguir perdiendo el tiempo, en silencio, sin escuchar ese llamado, que nos dice que el sueño puede ser realidad.
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