¿Qué significa “tranquilizar la economía”?

El primer día de su gestión, el ministro Martín Guzmán afirmó que esa era su aspiración y que daría a conocer por escrito su programa. Ese documento aún no se hizo público

¿El ministro de Economía tiene un programa sólo para un año? En los últimos tiempos ha dicho que “su programa” es el Presupuesto Nacional 2021 (Reuters)

¿El ministro de Economía tiene un programa sólo para un año? En los últimos tiempos ha dicho que “su programa” es el Presupuesto Nacional 2021. La verdad es que entre los meandros de su acción está el patear la deuda con los privados y con el FMI, a un tiempo en que él estará nuevamente en su despacho de investigación en Columbia. Piensa poner en marcha acciones que permitan al país generar la enorme capacidad de pago futura comprometida como para no tener que volver a la crisis de deuda en los próximos años?

El primer problema de los ministros, desde que se instauró “la economía para la deuda” y se materializaron luego los contratos de deuda como “inevitables”, es que pudieron pedir y recibir. Pero no devolver. El dinero solicitado nunca se utilizó para mejorar las condiciones de la economía. Sólo se usó para salir del trago amargo, dejando el problema al que venía después: lograr una quita y la ampliación de plazos.

El dinero solicitado nunca se utilizó para mejorar las condiciones de la economía. Sólo se usó para salir del trago amargo

Cuando llegó el momento de la “negociación”, la economía era la misma que había necesitado el crédito. Era y es la economía para la deuda: sin inversión reproductiva y que para funcionar necesita importar lo que no puede pagar. Ese funcionamiento no genera empleo productivo: la PEA crece más que el empleo.

El Estado, para evitar la explosión de la crisis, subsidia y genera déficit fiscal que, los “economistas para la deuda”, sostienen que hay que endeudarse para financiarlo. El problema es mental, por un lado, y es estructural por el otro.

La mentalidad elude el largo plazo y la estructura es aquello que se acumula en el largo plazo. Guzmán, por ahora, no dice nada, tal vez sabe y no puede.

Antes de la “economía para la deuda” el programa de corto plazo (el PEN de Federico Herschel, por ejemplo) tenía como horizonte el Programa de Desarrollo elaborado por el Conade. Todo desapareció del Palacio de Hacienda en 1975. Nació la economía para la deuda.

Antes de la “economía para la deuda” el programa de corto plazo (el PEN de Federico Herschel, por ejemplo) tenía como horizonte el Programa de Desarrollo elaborado por el Conade. Todo desapareció del Palacio de Hacienda en 1975 (EFE)

¿Hay verdadera política económica de corto plazo si está fuera del horizonte del programa de largo plazo? El largo plazo es el producto de un consenso social amplio. ¿Qué queremos producir, dónde y cómo? ¿Cuánto y dónde queremos consumir y ahorrar para invertir? ¿Cuánto y qué queremos exportar y que estamos dispuestos a no producir e importar y cómo lo vamos a pagar?

Si podemos responder a esas preguntas y hacernos cargo de las respuestas que afectaran a las próximas generaciones y al ambiente en el que vivimos, está todo bien. Pero la retahíla de improvisaciones de corto plazo, llevadas a cabo en las últimas cuatro décadas, nos han dejado el 40% de pobreza, endeudados con el mundo y siendo malos pagadores, con una productividad estancada, con una concentración de la riqueza escandalosa y una concentración demográfica insostenible.

¿Sabían los ministros de todos los colores qué habría de ocurrir? No. Simplemente no proyectaron el largo plazo que se derivaba de sus acciones. Así de simple. Lo mismo pasa con la salud. Se puede disfrutar un tiempo. Pero el largo tiempo se sufre. Cualquiera lo sabe.

“Deme dos” (Martínez de Hoz, Menem, Cristina, Mauricio, Alberto) es la consecuencia del atraso cambiario que destruye el aparato productivo, el empleo, y el capital social. Una carambola de una troupe de “mareados” que recitan libros de texto atemporales y a territoriales pesimamente leídos.

“Deme dos” (Martínez de Hoz, Menem, Cristina, Mauricio, Alberto) es la consecuencia del atraso cambiario que destruye el aparato productivo, el empleo, y el capital social

La política siempre ocurre en las coordenadas del tiempo y del espacio. Por ahora sigue habiendo graduados en no comprenderlo. Más aún, la “apertura financiera y la deuda tienen las consecuencias de la enfermedad holandesa” sin beneficio material alguno. Un espanto.

Una idea no es un programa

El Presupuesto de Hacienda no pasa de ser una idea más o menos concreta de los gastos -no siempre acertada o criteriosa- y una necesidad de ingresos. Punto.

El ministro Guzmán, además, ha dicho dos cosas bien concretas. Que los salarios este año irán por delante de la inflación y que el dólar oficial ira por debajo de la inflación que el estima en 29% y le puso un valor en diciembre de 2021. Toda una definición programática muy parecida al elogio del atraso cambiario para ganar elecciones.

La decisión de reducir algunas, demasiado pocas, retenciones para las exportaciones incrementales (los aumentos de exportaciones de 2021 respecto de 2020) se supone tiende a compensar este aumento de los costos salariales de los exportadores y el resto del atraso cambiario. ¿Es una política de similar envergadura que el anuncio de un dólar fijo y “desinflado” para todo 2021? Claro que no.

Sin anunciar “un programa”, pero ejecutando una política cambiaria, Guzmán ha logrado, con costos futuros, tranquilizar el dólar paralelo. Para nuestros mercados, tan pequeños como sensibles, no es un mérito menor.

Pero a pesar del dólar calmo el riesgo país no para de subir. No bajará si no se logra una demostración cabal de capacidad de cumplir con nuestras obligaciones. Para eso hace falta un programa de corto engarzado con el largo. No están ni lo uno ni lo otro.

La pandemia obligó a paralizar la economía y a cancelar la normalidad de su funcionamiento que consiste en “agregar valor”.

A pesar del dólar calmo el riesgo país no para de subir

Nuestra enfermedad, anterior a la pandemia y acrecentada con ella, es que no agregamos el valor necesario para subvenir el nivel de vida objetivo que se basa en la memoria de un pasado inolvidable, los años del Estado de Bienestar.

Los trabajadores de la Administración Pública mantuvieron la plenitud de sus remuneraciones pero, con la excepción de salud y seguridad, un gran número de agentes no trabajaron ni presencial ni remotamente y en consecuencia, el nivel de los salarios fue mayor que el valor por ellos agregado. Si no trabajan no agregan valor.

La Contabilidad Nacional computa el valor agregado de la Administración Pública por la suma de los salarios pagados. El Indec hará “estallar la teoría económica” o hará “contabilidad creativa” que es otra enfermedad nacional. Este es un ejemplo de cómo la pandemia, la cuarentena más precisamente, implica un funcionamiento “no normal” de la economía. La suma de los salarios pagados, por la razón antes apuntada, será mayor al valor agregado.

El Indec hará “estallar la teoría económica” o hará “contabilidad creativa” que es otra enfermedad nacional

Muchas otras actividades (por ejemplo Hoteles y Restaurantes) durante largo tiempo atravesaron la misma “contradicción” (más salarios que valor agregado) con el agravante que la cobertura de parte de la diferencia de caja de las empresas, entre salarios e ingresos, debió ser cubierta por el gasto público.

Hace unos meses comenzó su “retorno a la normalidad”. La normalidad está lejos. La falta de vacunas, la lentitud de aplicación de las mismas, nos dicen que la normalidad necesita muchos meses, siempre y cuando, no ocurra un accidente.

La economía que vivimos no es normal. El sector privado ha perdido muchas empresas y muchos puestos de trabajo. Y el sector público atraviesa una sobrecarga sin la cuál la situación sería infinitamente peor. Un dilema.

Esta anormalidad contiene algunas paradojas que la acentúan. En este tiempo el empleo público creció y la generación de utilidades privadas declinó con empleo en caída. La consecuencia será que la Contabilidad Nacional, a pesar de la brutal caída del PBI y de la recuperación “insuficiente” de este año, reflejará una mejora de la participación de los salarios en el Ingreso Nacional. Paradoja generada por la pasión de creación de empleo del sector público que, como todos sabemos, no tiene ganancias de capital.

La peor noticia es que no sólo cae el PBI actual -comparado con 2018- sino que, a causa del deterioro del equipo productivo y el desplome de la inversión presente y las expectativas de inversión en el futuro inmediato, cae el Producto Potencial. Se achica el futuro del capital reproductivo. ¿Qué estamos haciendo para revertirlo?

Cae el Producto Potencial. Se achica el futuro del capital reproductivo

La pobreza, a pesar de los ingentes esfuerzos de los curas villeros, tiene enormes consecuencias sobre el “capital humano”; y es tratar de tapar el cielo con un harnero no proyectar el debilitamiento de la salud, la formación, la información y la preparación de quienes viven en la pobreza, o en su proximidad. Implica una caída notable del aporte potencial de la fuerza de trabajo disponible y futura.

La Argentina es un país que, en términos absolutos, posee un “Bono Demográfico” porque los jóvenes superan el número de mayores en estado pasivo. Pero es una relación mal leída. La pobreza hogar, las carencias derivadas, que supera el 40% de la población, estalla en más del 50% de los jóvenes menores de 14 años. Si baja el potencial integral del capital humano disponible, también se reduce a futuro el Producto Potencial, así creciera razonablemente la inversión física. En realidad más que Bono tenemos una Hipoteca Demográfica que reduce el Producto Potencial.

Ahora estamos en condiciones de analizar el significado posible de tranquilizar la economía que sería “el” programa de Martín Guzmán que aún no explicitó.

No hay en la literatura económica una definición de “economía tranquila”. Pero en el diccionario de la RAE (ed. 1925) la definición de “tranquila”, es la que refiere a una situación “quieta, sosegada, pacifica”.

Una economía quieta no puede ser un objetivo para una economía como la nuestra que la gravedad empuja hacia el pozo. Estamos en un plano inclinado desde hace décadas y requerimos, para lograrlo, una barrera difícil de construir y sostener.

La tarea de Guzmán no es asegurarse que la economía permanezca quieta porque los conflictos de otro orden no harían más que agravarse. Mantener la barrera de contención sería inviable.

La otra definición de “tranquila” sería la de una economía pacífica: una sociedad con conflictos razonablemente administrados. Imagino que Guzmán piensa en una economía con conflictos razonablemente administrados. Y está muy bien.

Un de los éxitos de una buena gestión económica es la razonable administración de los conflictos que suceden en el interior del país y con el exterior.

Guzmán administró razonablemente el conflicto con los acreedores privados externos y -más allá del tiempo empleado con pérdida de reservas que, para muchos, fueron excesos- la solución final, respeto por el capital, baja de la tasa de interés y plazos razonables, fue exitosa y notablemente superior que la de 2005 y 2010. El conflicto se disipó.

Pero la valoración del futuro nacional (capacidad de pago, solvencia política) que implica el potencial de acceso al crédito, es muy negativa para “los mercados” lo que se mide por el índice de riesgo país. La no resolución de este potencial conflicto, la prorroga de la misma por todo 2021, nos coloca en esta situación dramáticamente dependiente.

China es el único país que “nos financia”. Es el único país al que Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández, le han ofrecido el aterrizaje dominante sobre todas las áreas estratégicas mediante la compra de equipos, tecnología y management (Reuters)

China es el único país que “nos financia”. Es el único país al que Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández, le han ofrecido el aterrizaje dominante sobre todas las áreas estratégicas mediante la compra de equipos, tecnología y management con financiamiento chino. La evidente incapacidad política de diseñar un programa de desarrollo empuja a los líderes del proceso de decadencia, a aceptar financiamiento con condicionalidades estructurales y a no diseñar previamente una estrategia estructural para lograr financiamiento que es abundante en todo el Planeta.

Una economía pacífica respecto a las relaciones externa no se estaría logrando no sólo por la demora en el Acuerdo con el FMI sino por los sostenidos avances en la estrategia de no pensar el proyecto propio del país y tratar de financiarlo, sino de aceptar el financiamiento del país pensado por los países que venden. Esa es la puerta a conflictos de mediano plazo.

Sostenidos avances en la estrategia de no pensar el proyecto propio del país y tratar de financiarlo

El caso chino es obvio, ese gran país está lanzado a construir los puntos de destino de la nueva “ruta de la seda” y nosotros en lugar de gestar nuestro proyecto para hacer uso de esa “ruta”, estamos por molicie, incapacidad o alma dependiente -que es lo que nos sobra- aceptando el destino que otros nos diseñan.

Es así con Cristina Fernández de Kirchner, con Mauricio Macri y con Alberto Fernández que -en lo estructural- son idénticos: no planifican, no incentivan la inversión planificada y sueñan con la lluvia, mientras la balanza comercial se primariza y el déficit industrial se multiplicará si llegamos a crecer. Este camino no augura pacificación sino conflictos.

El rol de los subsidios sociales

La pacificación de la economía interior es la administración de los conflictos sociales. La estrategia del gobierno, difícilmente haya otra, para administrar el conflicto social es multiplicar las partidas de financiamiento de las familias que carecen de la oportunidad y capacidad de generar sus propios recursos.

La economía del subsidio puede ser mejorada desde el punto de vista técnico, sin duda. Hay mucho despilfarro y -tal vez- clientelismo. Pero esos problemas no mueven el amperímetro de las cuentas fiscales. La cuestión de fondo es evitar el conflicto social. Y eso implica, en un primer momento y siempre hay un primer momento, la estrategia de subsidios.

Es irresponsable sugerir que hay a la mano la salida de cortarlos. Pero no cabe duda que esa estrategia a mediano plazo es insostenible y que exige que esos recursos recalen en un proceso de agregación de valor. ¿Cómo? La respuesta es convocar a diseñar una estrategia de largo plazo para que la masa de subsidios sociales, progresivamente, se convierta en agregación de valor dada la inviabilidad de la continuidad e incremento de estos fondos reclamados.

Hay otro potencial conflicto social que se deriva del legítimo reclamo de los trabajadores que no han perdido el empleo pero que sí han perdido, y no de ahora, el nivel real de los salarios.

Es necesario reconocer colectivamente que la productividad de la economía argentina en su conjunto, que es lo que determina todo, está en franca declinación. Llevamos casi medio siglo caminando para atrás.

El estancamiento del PBI por habitante (hoy estamos en el nivel de 1974) impide tratar de resolver este drama vía negociaciones salariales convencionales.

El acuerdo social de 1973, que fue de precios, salarios y nuevas normas, se diseñó como una estrategia de incremento de la productividad, distribución progresiva y equitativas de la productividad acumulada y apertura a las exportaciones industriales. No fue sólo una intención, sino una realización concreta que los números demuestran categóricamente.

El conflicto social fue administrado con éxito porque el conflicto político había desaparecido. La política se había pacificado.

Martín Guzmán y el Gobierno hablan de acuerdo, de coordinación de expectativas, de pacto. Pero el intento será imposible porque la que no está pacificada es la política.

Sin embargo si sacamos la foto de la economía de hoy, desde cierta perspectiva, está tranquila, está porque el dólar, el indicador sísmico, está tranquilo.

Claro habrá que volver a las posibles definiciones de la tranquilidad en la economía. Tal vez sea la calma que, justamente, anuncia la futura tempestad.

Martín Guzmán tiene una propuesta que para ser entendida y para que se desarrolle (porque no lo está) necesita de la pacificación política

Martín Guzmán tiene una propuesta que para ser entendida y para que se desarrolle (porque no lo está) necesita de la pacificación política que es la condición indispensable para lograr un acuerdo que nos permita el diseño de un programa que agregue valor productivo a los subsidios sociales y que logre un acuerdo de crecimiento vertiginoso de la productividad para resolver el problema de la distribución del ingreso en los términos del sistema capitalista.

Para eso necesitamos pacificar la política, para pacificar la cuestión de la pandemia, para pacificar nuestras relaciones con el FMI y para pacificar la cuestión social. Sin todo eso no hay ni remotamente posibilidad de una economía pacífica. Tal vez sea posible, lo dudo, pero “esa tranquilidad” podría ser el anuncio de una tormenta. Tal como la normalidad que prometió Néstor Kirchner y desencadenó el desastre de la vida política que vivimos.

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