Frente a la grieta, la gente va a estar

Para que las sociedades avancen se necesitan construir puentes en las diferencias, diálogos para fortalecer la ciudadanía democrática. Y como pasa con el acceso a la cultura, si se generan las condiciones, la ciudadanía participará

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Hace casi 45 años, marzo se transformó en un mes especial para todos los argentinos. Es una de esas cosas que ya no cambiarán jamás. Los 24 aparecen en el calendario como una daga que despierta sentimientos y reflexiones. La última dictadura nos marcó a fuego como país, por eso cada aniversario que vivimos en democracia es una invitación a respirar profundo y a hacernos fuertes en los derechos que la sociedad consiguió recuperar. También es un excelente momento para dar debates enriquecedores.

Esta nueva conmemoración, al igual que la pasada, me encontrará trabajando en un lugar que amo y que es protagonista de muchos momentos significativos de nuestro revivir democrático. Un espacio que tiene en su esencia la promoción de la libertad creativa y la diversidad ya sería motivo suficiente para destacar a una entidad de más de cinco décadas de vida, pero me refiero a otras cosas. Seguramente mucha gente lo sabe o lo recuerda, pero tal vez haya quien desconozca el dato. El Cultural San Martín fue el centro de cómputos en la elección que nos devolvió la democracia y que consagró a Raúl Alfonsín como presidente de todos los argentinos. También aquí se desarrolló la CONADEP, la convención constituyente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y fue el lugar donde funcionó la primera legislatura porteña, entre 1997 y 1999.

La relación entre cultura y democracia es tan potente que, además de lo importante que fueron los artistas populares en la recuperación del Estado de derecho, bajo la primera gestión posdictatorial la cantidad de personas que visitaban anualmente al CCGSM pasó de 22 mil a 410 mil, en sólo dos años. Como marca este ejemplo, siempre que haya interés político en fomentar su desarrollo, se producirá una simbiosis natural entre libertad, creadores y público. Es una de las cosas incuestionables que tiene nuestra vida en sociedad. Paradójicamente, para establecer qué principios son indiscutibles, muchas veces hay que discutir primero. Buscar acuerdos robustece criterios colectivos, organismos y alienta a la participación ciudadana. No es muy audaz de mi parte asegurar que esto último debiera ser otra de las cosas categóricas de una nación.

No obstante, mientras esa necesidad de encuentros se hace más urgente, somos testigos del recrudecer de una “grieta” que parece no terminar nunca. En un derrotero que va desde la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso, donde el presidente borró de un plumazo el discurso conciliador de la apertura de 2020 e hizo foco en sus “enemigos” y propuso que un poder avance sobre otro, a manifestaciones en las que militantes usaron bolsas mortuorias simuladas con nombres de personas vacunadas, haciéndonos recordar lo más oscuro de nuestra historia, el clima se sigue espesando y da la sensación de que buena parte de la clase política descree que debiera bajar un mensaje diferente. Dentro de las coaliciones (del centro, de izquierda o de derecha) conviven distintos partidos con diferentes maneras de expresar sus ideas y es responsabilidad de los más moderados construir mayorías para contener a los más radicalizados. Porque para que las sociedades avancen se necesitan construir puentes en las diferencias, diálogos para fortalecer la ciudadanía democrática. Algunas democracias del mundo nos han demostrado que eso es posible y prioritario. Está en nosotros optar por el camino del respeto.

Otra cuestión que fomenta la división es la posible suspensión de las PASO, que ya no sería una mera modificación de las reglas del juego en medio del partido, cosa de por sí gravísima, sino un atentado contra un principio natural de la República. Días atrás, el secretario general de la ONU advirtió que “con la pandemia como pretexto, las autoridades de algunos países han tomado duras medidas de seguridad y adoptado duras medidas para reprimir a las voces disonantes, abolir la mayoría de las libertades fundamentales, silenciar a los medios independientes y obstaculizar el trabajo de las organizaciones no gubernamentales”. Además, agregó: “Las restricciones ligadas a la pandemia sirven de excusa para socavar los procesos electorales, debilitar las voces de los opositores y reprimir críticas”. Si el COVID-19 no sirve como justificación para avanzar sobre derechos básicos, tampoco es aceptable utilizar a la economía como argumento, sobre todo cuando hay posibilidades de adoptar la boleta única en papel, método probado que, al mismo tiempo de reducir costos, agregaría transparencia.

A lo largo del tiempo, algunos representantes del pueblo no han honrado el cargo por el que fueron elegidos y, de alguna manera, socavaron la confianza de la ciudadanía en la clase política. Una buena manera de mejorar nuestro sistema es promoviendo la participación, no dinamitándola. Porque, como pasa con el acceso a la cultura, si se generan las condiciones, la gente va a estar.

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