En un nuevo aniversario
Hace ocho años Jorge Mario Bergoglio al ser ungido Obispo de Roma tomó como nombre Francisco, por el santo de Asís, hombre predestinado a quien Cristo le dijo en sueños: “Restaura mi Iglesia” y fue santo en el desierto.
Buenos Aires-Roma
Jorge Mario Bergoglio era un jesuita que había llegado a cardenal, apenas un conocido de este cronista. El día en que se supo que había presentado la renuncia Benedicto XVI y antes de emprender su viaje a Roma para participar del cónclave le dijo a Alicia, mi esposa y periodista: “¿Por qué no vienen a Roma?”
Arrendamos un cuarto en un “albergo”, en el cuartiere Mancini, a 20 minutos de San Pedro, donde se llevaría a cabo el cónclave y dos medios de prensa se hicieron cargo de pasajes y viáticos.
Una Iglesia en terapia intensiva
Eran tiempos agónicos para la Iglesia católica. Corría el serio riesgo de ser devorada por la mundanidad, las tentaciones de los negocios y bienes materiales penetraban la institución. La evangelización estaba en caída cuando teólogos y pastores abandonan la acción por el saber puramente teórico del Evangelio. Una lógica institucional había desplazado a los fines evangelizadores de liberación del hombre y de los pueblos y así fue que la Iglesia se fue encerrando sobre sí misma.
La previa al Cónclave
Unos días antes de la reunión del Cónclave los cardenales se juntan a deliberar. El jueves 7 de marzo cada uno tenía 5 minutos para expresar su pensamiento acerca del momento crucial que vivían. Bergoglio habló durante 3 minutos y medio. Hizo un diagnóstico y marcó una dirección. Cuenta Austeb Ivereigh, uno de sus biógrafos y retratistas, que “los aplausos no eran una práctica aceptada, pero el silencio que siguió a aquellas palabras resultó aún más estridente. El cardenal Schönborn se volvió hacia el cardenal que se sentaba a su lado y le comentó: “Eso es lo que necesitamos”. Se fijó el día miércoles 13 para el inicio de las sesiones.
Encuentro a la salida, en la columnata de Bernini
El Salón donde se realizaron las reuniones previas está detrás de la Sacristía de la Basílica de San Pedro y se ingresa por una de las calles laterales que conducen al exterior del Vaticano por la Porta del Santo Oficio, a pocos metros de la columnata que rodea la plaza. Ahí un grupo de reporteros observábamos cómo se iban retirando de la última reunión previa. Unos a pie, otros en vehículos particulares, algunos con limusinas, casi todos con chofer. Ninguno hacía declaraciones, solo se los veía salir, unos muy sobrios, otros con sotanas lujosas, crucifijos de oro, asistentes con carpetas. Al final de la retirada vimos a un hombre casi escondido en su sobretodo negro, sin adornos ni distintivos, con portafolios en mano y zapatos que Alicia y yo conocíamos. Los habíamos visto muchas veces transitar la Plaza y la Avenida de Mayo, la Catedral de Buenos Aires y su sacristía, los hospitales Borda, Gutiérrez y otros, la parroquia Caacupé o la villa de Barracas y pocos días atrás subir a un improvisado altar en una calle del barrio de Flores. Era él. Ante su paso Alicia gritó “Padre Jorge!” Parado en la base de una de las columnas apunté mi cámara y tiré una ráfaga de tomas donde se puede apreciar que nos dirige sonrisa y saludo con tono de barrio.
Piazza di tanti ombrelloni, clamor y lágrimas de alegría
El martes 12 se inició el cónclave y las votaciones arrojaron fumo nero. Por la tarde del miércoles, entre nubarrones y lloviznas intermitentes la plaza San Pedro se fue poblando de feligreses y turistas que resistiendo el mal tiempo, formaban una paleta de doscientas mil ansiedades de diversos orígenes. El fumo nero se había elevado por las votaciones de la mañana al mediodía y cuando a las 18 debió haber otra señal esta se demoró y la tardanza inquietó los espíritus que permanecieron, no obstante, en su sitio. El reloj marcaba las 19:07 cuando comenzó a salir el fumo bianco, sonaron las campanas y la muchedumbre aplaudió en forma estridente. Un instante histórico.
Minutos más tarde el cardenal Tauran anunció al mundo el nombre del nuevo papa.
Recuerdo la impresión imborrable del instante en que entendí con claridad la no fácil pronunciación del cardenal francés cuando dijo el apellido “Ber-goglium”. Me sentí en medio de un inmenso mar que se movía hacia uno y otro lado, la algarabía de la multitud sonaba a un allegro de Vivaldi y un llanto estalló desde lo más hondo de mi ser, me apoye en el monopié de mi Nikon hasta que poco a poco fui distinguiendo en el clamor una pregunta que siendo un coro de lenguas diversas sonaba a quo? quem? su? ju? quién es? Nos abrazamos con el gentío que me rodeaba y después de unas fotos me fui a la Sala Stampa a celebrar.
¿Por qué Francisco? La fe en el nombre
Revelado su nombre por el Espíritu Santo a los cardenales aquel 13 de marzo, hoy sabemos que Francisco vino para anunciar la palabra de Cristo “viviendo” desde su lugar el Evangelio, encarnándose en el amor concreto al prójimo, con una clara preferencia por los débiles. Nos hizo retornar a los cristianos a Cristo, a sentir y practicar sus enseñanzas abriéndonos al prójimo. Una propuesta tan simple como difícil y revolucionaria para un mundo en llamas.
El Papa explicó que en el momento en que había sido electo, el cardenal Claudio Hummes lo abrazó, lo besó y le dijo: “No te olvides de los pobres” y entonces pensó en Francisco de Asís y “...el nombre entró en mi corazón”.
Con “...nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Hch 1,8)” (Francisco, discurso aud. Cardenales, 15/3/2013).
El nuevo Papa se hizo presente en el balcón una hora después de confirmada su elección.
El pueblo fiel del Sur del sur americano le regaló su arzobispo a Roma
El pueblo fiel de Dios de nuestra nación “casi al fin del mundo” (Papa Francisco palabras del 13 de marzo de 2013) le regaló a Roma su Arzobispo Diocesano. Una joya que el pueblo pobre de Argentina escondía y conserva en sueños. Donó al cura de las periferias. Para que sirva a mundo. ”Se lo dimos, me dijo una mujer de la villa 1-11-14, en silencio...”.
Para que con su mansedumbre, su genio y su misericordia logre “brillar como astro en el universo en medio de esta generación corrompida y perversa” (Filip. 2, 15).
Y así es como al cabo de unos años Francisco es la “luz sobre el candelero” (Marc. 4, 21). Dice el pensador británico arriba citado en su obra “El gran reformador” refiriéndose a Bergoglio “...combina dos cualidades que casi nunca se dan juntas, y que surge una vez cada generación: la genialidad política de un líder carismático y el misticismo profético de un santo del desierto.” (op. cit. 475).
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