Querido Papa Francisco:
Ante todo, un gracias grande
Gracias por haberse entregado por entero en estos ocho años. Desde sus inicios, nos lanzó como desafío la conversión pastoral para toda la Iglesia y es usted el primero en luchar por concretarla. El Concilio Vaticano II marcó un hito en la vida de la Iglesia y en el intenso y largo proceso de aplicación del Concilio habrá un hito a partir de su pontificado. Para ello, como decimos los argentinos, usted ha puesto “toda la carne al asador”.
Gracias por dejarse llevar por el Espíritu Santo como el Santo de Asís. Usted respondió al “Francisco: repara mi Iglesia” y nos orientó con la Evangelii gaudium. Escuchó el grito de los más pobres y del planeta identificándolos en una sola crisis, a la que nos enseña a responder con Laudato si. Y discernió que la clave para enfrentar las problemáticas de nuestro mundo sumido en una tercera guerra mundial en etapas es una sociedad de hermanos y hermanas, como nos lo señala en Fratelli tutti y el seguir adelante en la senda del ecumenismo y del diálogo interreligioso emprendida por sus antecesores. Gracias por ser el Francisco del siglo XXI y por su pasión por las familias, especialmente por las más necesitadas, mostrada en Amoris laetitia.
Gracias por tratar de purificar y sanar las llagas abiertas de la Iglesia, las atrocidades de los abusos y de las esclavitudes modernas, las violaciones a la dignidad de la mujer y nuestra lejanía en vivir cotidianamente el Evangelio. Gracias por avanzar más allá de las críticas y de los remolinos del diablo, guiando la barca de la humanidad en medio de la tormenta provocada por el Coronavirus. Gracias por mostrarnos que es fundamental emprender procesos para lograr cambios y que cada cambio necesita un proceso educativo que involucre a todos. Gracias especialmente por intentar que demos a la Iglesia el rostro femenino que la identifique por su ternura, cercanía y misericordia.
En segundo lugar, el deseo de dar un paso más
Querido Papa Francisco, recuerdo que el año pasado usted nos recomendó personalmente ser valientes como María Magdalena incluso al dirigirnos al Papa. Por eso me permito decirle, con todo respeto, confianza y afecto, que como mujer experimento una deuda. Es usted un luchador contra el machismo y el clericalismo pero pienso que no se ha avanzado suficientemente en aprovechar la riqueza de las mujeres que componen gran parte del Pueblo de Dios. Ya existe una teología de la mujer con múltiples elaboraciones. Está probada la idoneidad de las mujeres en la sociedad civil, en la economía, la salud, la educación, el cuidado del planeta, la defensa de los derechos humanos y tantos otros campos, obviamente, así como en la familia y la catequesis.
Este mensaje no desea ser reivindicativo. No se trata de ocupar cargos para quedar “como floreros”, de adorno, porque está de moda nombrar mujeres ni tampoco se trata de alcanzar puestos para “trepar” a posiciones de poder. No. Se trata de servir a la Iglesia con los dones que el Padre Creador nos ha dado: una peculiar inteligencia y sensibilidad, una afectividad y particular capacidad para la gestación y formación de personas y una especial aptitud para la generación de bienes relacionales. Ojalá el deseo expresado por usted acerca de que las mujeres integren junto a los hombres los equipos de toma de decisiones deje de ser considerado una utopía y pase a ser algo habitual en la Iglesia.
En tercer lugar, compartir un sueño
¿Puedo compartir con usted mi sueño? Sueño con una Iglesia que tenga mujeres idóneas como jueces en todos los tribunales en que se tramitan causas matrimoniales, en los equipos de formación de cada seminario y que ejerzan ministerios tales como el de la escucha, de la dirección espiritual, de la pastoral de la salud, del cuidado del planeta, de la defensa de los derechos humanos, etc., para los que, por nuestra naturaleza, las mujeres estamos igual o a veces mejor dotadas que los hombres. No sólo consagradas sino ¡cuántas laicas en todas las regiones del globo están ya listas para servir!
Y sueño con que, durante su pontificado, usted inaugure junto a los sínodos de obispos, un sínodo distinto: el sínodo del Pueblo de Dios, con proporcional representación del clero, de los consagrados y las consagradas y de los laicos hombres y las laicas mujeres. Ya no nos alegraremos solo porque una mujer vote por primera vez sino porque muchísimas laicas preparadas, en comunión con todos los demás miembros de dicho sínodo, habrán dado su aporte y su voto que contribuirá a las conclusiones que se depositarán en sus manos. Seguramente, Santo Padre, usted ya tiene esta “carta en su mazo” para poner en práctica la sinodalidad y espera el momento oportuno para ponerla en juego.
Le aseguro, querido Papa Francisco, junto a las comunidades de las que formo parte, la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC) y la Asociación de Vírgenes Consagradas Servidoras - fundada en su diócesis de origen, Buenos Aires, por el siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo -, nuestra oración, encomendándolo a María. Perdone por no haber seguido su huella a muchos respectos. Me comprometo, unida a millones de mujeres católicas, a reflexionar más profundamente sus enseñanzas para ponerlas en práctica.
Le confieso que cada mañana cuando me levanto me pregunto: ¿con qué nos va a sorprender hoy el Papa? Gracias por abrir tantas vías a la Iglesia. Y agradezco a la divina Providencia por esto y mucho más recibido a través suyo durante estos primeros ocho años de pontificado.
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