El impacto de la crisis educativa

La pandemia fomentó una creciente desigualdad entre estudiantes de familias ricas y pobres, de alto y bajo rendimiento, y entre jóvenes de familias con mayor y menor nivel educativo

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Según las Naciones Unidas, el coronavirus ha generado la mayor interrupción de los sistemas educativos de la historia. En el intento de garantizar una continuidad educativa, muchos países han activado iniciativas de enseñanza en línea. Las consecuencias de estas decisiones no están totalmente claras. Existen sin embargo estudios universitarios o de organizaciones internacionales que intentan analizar la complejidad de la crisis educativa que vivimos.

Una investigación de la Universidad de Oxford analiza el “aprendizaje perdido” en las escuelas holandesas. Durante la primera ola de contagios los Países Bajos habían cerrado las escuelas por ocho semanas y los investigadores pudieron acceder a los exámenes anteriores y posteriores a los cierres. A pesar de haber tenido un confinamiento breve, los resultados han sido nefastos. Los estudiantes de primaria perdieron en promedio una quinta parte de un año de escolaridad. Esto corresponde casi perfectamente al tiempo que las escuelas permanecieron cerradas. Es decir que el estudiante promedio progresó poco o nada mientras aprendía desde casa. Además, es preocupante que la pérdida de aprendizaje se concentre particularmente entre los estudiantes de familias con menor educación: sus pérdidas de aprendizaje son hasta un 55% mayores.

En realidad, que el COVID haya agrandando la desigualdad educativa no sorprende a nadie. Otros estudios intentan abordar el tema y, haciéndolo, identifican tres tipos de desigualdades. Primero, la ya mencionada diferencia entre estudiantes de familias con mayor educación y menor educación. Segundo entre chicos de familia de altos y bajos ingresos. Tercero entre estudiantes de alto y bajo rendimiento.

Según una encuesta del Ministerio de Educación chileno en conjunto con el Banco Mundial, con la interrupción de clases presenciales prolongada, los estudiantes de Chile habrían perdido en promedio un 88% de los aprendizajes de un año. Se trata sin embargo de un promedio. En este escenario, los estudiantes de menores recursos (quintil 1) podrían haber perdido, en promedio, un 95% de sus aprendizajes; mientras que los estudiantes de mayores recursos (quintil 5), un 64%.

Se trata de un dato que debería alarmar. Que los estudiantes económicamente desfavorecidos hayan sido más perjudicados por la pandemia podría tener implicaciones duraderas para la movilidad intergeneracional, la desigualdad socio-económica y, en consecuencia, el bienestar de una sociedad.

Un estudio alemán demuestra que, durante los cierres, los estudiantes han reemplazado el tiempo de aprendizaje por otras actividades y las horas de estudio se redujeron a más de la mitad, de 7.4 horas por día a 3.6 horas. Además, es interesante notar que el tiempo de aprendizaje no difería significativamente entre los alumnos de bajo y alto rendimiento antes de los cierres (7,4 frente a 7,5 horas). Pero durante el cierre de las escuelas, los alumnos de alto rendimiento dedicaron media hora más al día a actividades relacionadas con la escuela en comparación a los alumnos de bajo rendimiento (3,9 frente a 3,4 horas).

Los cierres han generado también problemas adicionales a las familias. La pérdida del acceso a las comidas en la escuela durante la pandemia ha obligado a los gobiernos a adaptar sus programas de alimentación para seguir prestando apoyo alimentar a los niños. Pero no cabe duda que parte del costo ha sido pagado por las familias. Además, los padres han adaptado su trabajo a sus obligaciones de cuidado infantil ya que se ha vuelto más probable que trabajaran por la noche y su productividad ha sido afectada. Se ha agravado también la desigualdad de género. Durante el confinamiento, en los hogares con un niño menor de 5 años, las mujeres cuidaban en promedio un 78% más los niños que los hombres.

El impacto educativo del COVID-19 depende también del país donde el estudiante se encuentra. De hecho, a pesar de la pandemia, los países asiáticos y nórdicos decidieron no cerrar las escuelas. Por lo contrario, países como Alemania, Francia y Reino Unido cerraron temporáneamente las escuelas durante la primera ola del virus, pero decidieron mantenerlas abiertas durante la segunda.

En fin, otros países, entre ellos los latinoamericanos, decidieron adoptar casi permanentemente la educación en línea. Las consecuencias de esta decisión deberían alarmar si consideramos que estos países registran el mayor porcentaje de población entre 0 y 14 años y, según las últimas pruebas PISA, los peores resultados en matemáticas. Es decir que los países latinoamericanos son los que más necesitan invertir en educación. Pero, para enfrentar la pandemia, fueron los países que más cerraron las clases.

La crisis educativa generada por el COVID-19 podría entonces estar agrandando la diferencia educacional entre los alumnos de distintos países. La pregunta es si será un retroceso temporal o estructural.

Un estudio argentino de 2019 (Jaume y Willén) ha intentado medir el impacto de la interrupción de la educación en el largo plazo. El análisis intenta estimar el efecto de las huelgas de maestros argentinos en los estudiantes. Los dos autores demostraron que el haber estado expuestos a huelgas de maestros durante la escuela primaria (promedio de 88 días) reduce ganancias en el mercado laboral anual de un 3 por ciento. También encontraron evidencia de un aumento en desempleo (+0,7%) y aumento de la probabilidad de no trabajar o estudiar (+1,6%). El estudio sugiere entonces que la interrupción de la educación estaría generando costos sociales en el futuro.

En definitiva, a un año del inicio de la pandemia, hay evidencia de que la interrupción de la educación presencial ha generado efectos devastadores. Pero, sobre todo, está fomentando una creciente desigualdad educativa entre estudiantes de familias más ricas y más pobres, entre estudiantes de alto y bajo rendimiento, y entre estudiantes de familias con mayor y menor nivel educativo.

Además, no se puede garantizar cuántos niños regresen y permanezcan en la escuela cuando estas se vuelvan a abrir. Por otro lado, aunque puedan terminar su ciclo de educación, los alumnos afectados podrían encontrar, a lo largo de sus vidas, dificultades en sus búsquedas laborales.

En pocas palabras, con el cierre de las clases la escuela ha fracasado en su objetivo: nivelar las oportunidades y crear una sociedad más justa e inclusiva.

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