A viva voz necesitamos pensar el país que queremos tener

Hasta que el bienestar de todos los argentinos no sea prioridad para la política, concebir un futuro mejor que el actual no será fácil

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Una mujer camina frente a
Una mujer camina frente a la Casa Rosada, en Buenos Aires (REUTERS/Agustin Marcarian)

Coco Chanel decía que el acto más valiente era pensar por uno mismo y en voz alta. Definitivamente, hoy los argentinos nos debemos más que nunca iniciar un pensamiento a viva voz sobre lo que fuimos, lo que somos y a dónde queremos llegar.

A principios del siglo XIX, bajo el predominio de las ideas de la libertad, Argentina se encaminaba a ser uno de los países más ricos del mundo. Luego, las ideas imperantemente intervencionistas, a partir de la década de 1930, nos torcieron el camino al progreso; y, ahora equiparamos nuestras condiciones económicas al nivel de países africanos.

Mientras el mundo avanza, la Argentina retrocede. El economista austríaco Ludwig von Mises decía que era necesario de conocimientos económicos para que se escoja la libertad. Y es cierto, ya que sólo basta con mostrar algunos números para poseer una radiografía sobre el estado de pauperación en la cual nos encontramos inmersos.

Las ideas imperantemente intervencionistas, a partir de la década de 1930, nos torcieron el camino al progreso; y, ahora equiparamos nuestras condiciones económicas al nivel de países africanos

Es bien sabido que, para poder reducir los niveles de pobreza, un país necesita de capital y, éste se ahorra durante mucho tiempo. El ahorro en nuestro país se ha ido reduciendo, paulatinamente, en los últimos años. Según datos del Banco Mundial, el ahorro bruto como porcentaje del Producto Bruto Interno ha disminuido desde el 34,05% en 1976 al 15,8% de nuestros días; es decir, en casi un lustro el ahorro se redujo a la mitad. En tanto, si observamos a, por ejemplo, nuestro país vecino Chile, éste ha incrementado su ahorro bruto del 14,4% de 1976 al 18,9% en 2019. ¿Algo mal estamos haciendo, no?

Es más, una de las formas que tienen los países emergentes como el nuestro para converger al nivel de desarrollo de los países más ricos es atraer capital excedente del resto del mundo. No obstante, si analizamos la evolución de la entrada neta de capital por inversiones extranjeras directas –también como porcentaje del PBI– vemos que mientras en la región éstas han sido en promedio del 2,1% –con Chile con 4,04%, Uruguay con 2,05% y en Brasil con 1,9%– en Argentina fue de sólo 1,9 por ciento.

Semanas atrás, el presidente Alberto Fernández visitó México y un grupo empresario le recalcó la necesidad de la incorporación de nuevas tecnologías para el desarrollo del país. Sin embargo, nuestro país también presenta un atraso respecto al resto de la región. En la Argentina, las solicitudes de patentes por residentes, se ha ido reduciendo desde un número anual de 1.269 en la década de los 80 a las 552 en 2010, hasta las 400 en nuestros días; es decir, tuvimos una caída de más del 65% en cuarenta años. Mientras que, en el resto de la región se fueron expandiendo desde principios del siglo; tal es el caso de países como Chile que tuvo un incremento en patentes desde 1980 del 213%, Brasil del 154% y Perú del 67 por ciento.

Fabiola Yanez, Alberto Fernandez y
Fabiola Yanez, Alberto Fernandez y el presidente mexicano Andrés Manuel Lopez Obrador, en México, en febrero de este año

Concebir un país, ante éste panorama, con perspectivas de progreso, es muy difícil. Y eso lo vemos en la degradación continua del entramado socioeconómico de los últimos años. Según los últimos datos del Indec, la Argentina habría caído un 10% en el último año. Esto supone una caída del PBI per cápita de cerca del 18% entre 2019 y 2020, o sea, pasamos de un PBI per cápita, a precios actuales, de USD 9.912 en 2019 a US$8.424 en 2020. Esto se encrudece si miramos la película completa y hacemos mención que en 2017 habíamos alcanzado un PBI per cápita de 14.613 dólares.

Si hacemos foco en los datos de pobreza, la situación es aún más alarmante. Desde la Fundación Libertad y Progreso elaboramos un Índice de Empobrecimiento de los Trabajadores (IPT) que mide la evolución de los salarios de los trabajadores argentinos, deflactado por la evolución de la canasta básica total. Al ser un índice de variación mensual podemos analizar si desde que se publicó el último dato de pobreza (40,9% de pobreza en el primer semestre), la situación ha mejorado o ha empeorado. De acuerdo a este índice, la situación se ha agravado en el segundo semestre de 2020. Es más, si lo comparamos con octubre del 2017, cuando se registró cierta recuperación de los salarios en relación a la canasta básica, podemos ver una corrosión de más de 20 puntos porcentuales.

Finalmente, la pregunta sería: ¿cómo hacemos para salir de la crisis? Para ello, hay que entender que en la Argentina existen dos tipos de equilibrios.

Según datos del Banco Mundial, el ahorro bruto como porcentaje del Producto Bruto Interno ha disminuido desde el 34,05% en 1976 al 15,8% de nuestros días

El primero equilibrio es el económico, el deseable, el que nos permitiría crecer al 6% anual. En él se encuentran todas las reformas estructurales que necesita nuestro país: achicamiento del Estado obeso e ineficiente, reforma tributaria, eliminación de cientos de regulaciones, reforma del sistema previsional, modernización laboral, apertura comercial y reforma del sistema de coparticipación federal.

El segundo es el equilibrio político, el de los privilegios, la corrupción, los intereses particulares, las prácticas lobistas, los planes sociales como herramienta de captación política, la inflación, el desempleo y la pobreza. Éste equilibrio, el que le conviene a un determinado grupo de poder, es el que termina primando a lo largo de toda nuestra historia.

Hasta que el bienestar de todos los argentinos no sea prioridad para la política, concebir un futuro mejor que el actual no será fácil. Naturalmente, la política está allí gracias a nuestros votos. Ahí entra en juego la necesidad de los argentinos de reflexionar cuál es nuestro rol como ciudadanos a la hora de exigirles a la clase gobernante lo que merecemos y si todos los días hacemos lo suficiente como para cambiar la realidad. Quizás sea tiempo de que los argentinos seamos más valientes y empecemos a pensar más en voz alta.

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