Rápidamente y sin pausa, nuestro país se está convirtiendo en un lugar donde, como en una obra de teatro, el guionista orienta el foco hacia un lado para distraer la atención del hilo real del guión. A los ciudadanos se nos pretende hacer creer una cosa cuando la realidad, que en una pieza teatral asoma al final de la obra, es otra. Por eso es importante distinguir la realidad, velada tras el batifondo del relato, para no tener que esperar hasta el final, muchas veces trágico, para conocerla.
Veamos a las máximas autoridades del país. Luego de años durante los cuales Alberto Fernández defenestró a Cristina Kirchner llegaron a un acuerdo para alcanzar el poder cuando, posiblemente, la ambición sin escrúpulos se sumó al miedo a la cárcel. El resultado es que la máxima autoridad del país está subordinada, en la práctica, a su subalterna formal. Tenemos un presidente que no preside. ¿Será para Cristina otro funcionario que no funciona?
Por otro lado, nos ponen sobre el escenario la teoría del lawfare, acusando a la Justicia de inventar procesos para perseguir a políticos “que luchan contra los poderes concentrados”. Por suerte son difíciles de borrar pruebas tales como bolsos con plata volando sobre el muro de un convento, 70 millones de dólares en inmuebles en USA de secretarios del poder, cajas de seguridad con millones pertenecientes a personas que nunca tuvieron una actividad lucrativa conocida, decenas de confesiones sobre pago de sobornos de empresarios u hoteles con facturación plena, pero casi sin ocupantes, a contratistas de obra pública.
El relato también sirve para evitar responsabilidades y endilgar el fracaso a terceros. Se acusa a las grandes cadenas de supermercados y a los productores de alimentos de ser los responsables de la inflación. Llamativamente, la estructura competitiva de estas industrias es muy similar en casi todos los países capitalistas, repitiéndose muchos de los jugadores. En esos países la inflación anual es similar a nuestra inflación mensual. ¿No será la causa de nuestra inflación la emisión monetaria producto del despilfarro estatal?
Otra de las ficciones es el Mercado Único y Libre de Cambios (MULC), donde solo venden sus divisas los que están obligados a hacerlo y no puede comprar nadie. El nombre MULC, no es ni único ni libre, es una burla a todos los pobres ciudadanos que se ven obligados a liquidar sus exportaciones al dólar oficial.
Lamentablemente, en la salud también se utiliza el relato. Y después de plantear como lema que la vida de la gente está antes que todo, como los bienes son casi siempre escasos, llegó el momento de definir el orden de prioridad en la vacunación. Sin ahondar en la vergüenza de los vacunatorios VIP y para militantes, ¿por qué la vida de un empleado público, así sea presidente, vice o ministro (y su corte) vale más que la de cualquier ciudadano? ¿Por qué tuvieron prioridad en la vacunación? En muchos países, por ejemplo Uruguay para no ir más lejos, esto no fue así. En Argentina parece que la vida de algunos poderosos está antes que la de otros.
También en la educación. Nos pasamos un año sin colegios por presión de los sindicatos. Ahora que la presión de las encuestas superó a la ejercida por los sindicatos se está volviendo a la educación presencial, pero en forma limitada. Por otro lado, a la salida del colegio, los chicos practican deportes casi sin restricciones en sus clubes y tienen diversas actividades sociales (por suerte). Claramente, el tema de la salud fue secundario para evaluar cuestiones sanitarias y las restricciones se evalúan según la fuerza de la presión de las partes interesadas. El relato explica lo explica de otra manera.
Para cerrar esta nota repasemos los tipos de represión. Hay represión buena, como la que realiza un gobernador oficialista contra sus coprovincianos que se manifiestan porque quieren trabajar y represión mala, como la realizada por la policía de un distrito no oficialista cuando se apedrea el Congreso Nacional.
Estos ejemplos, hay muchos otros, demuestran que nuestros gobernantes tienen cualidades únicas para escribir una tragicomedia y que están más interesados en las percepciones que en el impacto real de sus medidas. O quizás, cual los guionistas, en esconder sus verdaderas intenciones. Lástima que nuestra vida no es teatro. Sería cómico si no fuera trágico.
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