Era vendedor viajante de jabón. Cuando su hermana Eva María se casó con Perón en 1944, de vendedor de jabón pasó a ser Inspector del Casino de Mar del Plata.
En 1946 su hermana se convirtió en primera dama, hecho que a su vez lo convirtió a él en secretario privado de su cuñado, el presidente Juan Domingo Perón.
A partir de ese momento, bajo el escudo protector de su poderosa hermana, el ex vendedor del jabón marca “Radical” comenzó a disfrutar a lo grande de la vida.
Se compró un departamento en Avenida Callao y una casa asentada sobre un campo de dos mil hectáreas en la localidad de San Miguel de Monte. Tenía dos palcos exclusivos, uno en el teatro porteño Tabaris y otro en el Hipódromo de Palermo.
Después añadió a su lista de bienes un avión, acciones, permisos especiales de importación de automóviles extranjeros, e inversiones en la empresa cinematográfica Sono Film.
Esto último le permitía tener “acceso directo” a reconocidas mujeres de la farándula de entonces, entre las que se contaban las actrices Elina Colomer y Fanny Navarro.
Juan Duarte –de él se trata- era conocido como “el rostro visible de la corrupción peronista”.
La cuenta regresiva
El historiador Félix Luna dijo que Juan Duarte “jamás tomó la menor precaución para ocultar sus movimientos y bienes mal habidos, puesto que el amparo de Evita parecía inconmovible”.
Un día, el propio Duarte se autodefinió como “el millonario soltero más rico de Sudamérica”.
Pero, todo comenzó a ponerse oscuro para él cuando el cáncer se llevó a su hermana y protectora, más aún desde el momento en que Perón lo mandó a Suiza para que le haga ciertos trámites.
El escritor y ex diputado nacional Silvano Santander reveló que Perón guardaba parte de sus tesoros en el Banco Oficial de Suiza, a nombre de Eva Perón. Por la muerte de su esposa, le era muy difícil al Presidente repatriar esa fortuna.
Según las leyes suizas, desaparecida la depositante el derecho sobre eso que estaba depositado en las cajas fuertes de la banca suiza debía ser reclamado por alguno de sus herederos directos.
En éste caso, los herederos directos eran la señora Juana Ibarguren, madre de la extinta, y el viudo, Juan Perón.
Ni Perón ni su suegra podían viajar a Europa para tramitar el recupero de esos valores (parte de ellos de dudosa procedencia, que algunos vincularon con el tesoro nazi) depositados en el referido banco.
Por eso en octubre de 1952 Perón mandó a su cuñado y secretario privado a encargarse del asunto.
Éste encargo, sin embargo, tuvo una derivación insospechada: inició un conflicto sin retorno entre los dos.
Desde Berna, “Juancito” informó a su jefe que los bienes que encontró en el banco no coincidían con la lista que había llevado, que en realidad había mucho menos.
Evidentemente, no se le creyó porque cinco meses después -abril de 1953- Duarte apareció “suicidado” en una de las suites de los pisos superiores del Alvear Palace Hotel.
Le habían aplicado la “cláusula imperativa”, un eufemismo que los nazis solían usar para referirse a las ejecuciones.
La carta manuscrita que quedó colgando entre sus dedos, cuyo texto parecía más una mala copia de la letra de un tango que una carta de despedida, convenció a la opinión pública de que en realidad se había tratado de un asesinato.
Nada ni nadie le sacó de la cabeza a la gente que Juan Duarte se fue de éste mundo no por la sífilis como decía aquella carta, sino por un entredicho entre él y su poderoso cuñado.
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