Alberto Fernández se mantiene pasivo mientras Cristina y La Cámpora devoran personas de su confianza.
El presidente demuestra con sus cambios constantes de opinión que no es hombre de una sola palabra. Cristina Fernández sólo está inquieta por la conclusión de los juicios que la tienen como protagonista de temerarios actos de corrupción. Y se siente dueña de las circunstancias. A los jueces que la citan los abofetea con discursos denigrantes. Los senadores del Frente de Todos pidieron el sobreseimiento de Cristina del cerco tendido por la Justicia. Apuntaron, como si fueran Frankenstein, a un sector de la Justicia y denigran a los medios de comunicación.
Ahora el poder está en manos de Cristina Fernández, los de abajo obedecen sus órdenes.
Durante el desencadenamiento del Covid-19, en los días del “pico”, estuvo levemente recatada pero ya a fines del 2020 y definitivamente en 2021 puso en acción a La Cámpora para correr y denostar a jueces que no son sus seguidores.
Hace y deshace, nombra a los que la quieren y la obedecen y pide jubilación a los que la tienen entre ojo y ojo. Sigue repitiendo que su sufrimiento y el de sus hijos es culpa del PRO y especialmente de Mauricio Macri. Los desprecia, saca su odio sin tapujos.
El único de la troika de poder, aparentemente, que piensa en las próximas elecciones, que sabe que el 93% de los encuestados por empresas serias consideran que Alberto no es un presidente respetado o querido, se llama Sergio Massa, el tercero en la línea de sucesión, ahora a cargo de la cámara de Diputados.
La elecciones pueden perderse si nada cambia.
Massa escucha. Busca algo para aferrarse. Y uno de los pasos que dio fue favorecer a la clase media que no suele exaltar al peronismo frenando el impuesto a las Ganancias a quienes ganan como techo 150.000 pesos y que al beneficiario le devuelvan lo pagado en los primeros meses del año.
El presidente demuestra con sus cambios constantes de opinión que no es hombre de una sola palabra. Cristina Fernández sólo está inquieta por la conclusión de los juicios por corrupción. Y se siente dueña de las circunstancias
El Impuesto a las ganancias data de 1933, cuando se les impuso a los Directores de las Empresas. Luego se lo aplicó ciegamente y sin fundamento porque ayudaba a llenar las arcas fiscales, siempre débiles. Si bien ahora es oportuna la decisión gubernamental lo que más importa es modificar todo el esquema impositivo, muy gravoso que resulta una carga pesada y de arrastre. Un impedimento que lleva décadas. Hubo excelentes especialistas que propusieron cambios para facilitar la producción y aliviar a la sociedad. El apreciado colega Marcelo Zlotogwiazda y el pensador José Nun (recientemente fallecido) presentaron en su momento, en distintos medios y con altavoces, los cambios imprescindibles que necesitaba impositivamente el país.
Otro problema que tiene que encarar la Casa Rosada es la presión inflacionaria, las necesidades apremiantes de los marginados (uno de cada dos argentinos es pobre). Los empresarios piden reglas económicas sensatas.
La inflación no se resuelve con los Precios Cuidados y para peor son esos Precios Cuidados los que llevan al ahogamiento a importantes sectores. Por ejemplo: La Serenísima declaró haber perdido 2.300 millones de pesos porque el 75% de sus productos se venden bajo ese régimen. Es que las empresas proveedoras debieron absorber incrementos en los costos. La tabla de salvación es la exportación, que dejaría vacía a las góndolas.
El gobierno no ha hecho un estudio a fondo de la matriz productiva, de las necesidades de la población y las de las líneas industriales. Eso es caminar a ciegas. Se salva algo, poquito, y se perjudica a muchos.
Todavía no se sabe el parámetro de las paritarias. Aunque se intuye que bordearán el 30 por ciento. La excepción fue la que manejó Víctor Santa María, comandante del gremio Suterh de los porteros, quien consiguió el 32% para sus afiliados.
El acuerdo fue firmado por las cámaras de administradores que no son los que sacan el dinero del incremento de sus bolsillos. No ha trascendido por qué no participan los propietarios en las negociaciones. El resultado será un incremento del 16 por ciento en las expensas.
Todo es una carga pesada para la clase media castigada económicamente por todos los costados. En algunos de los tantos edificios de Buenos Aires se han hecho arreglos especiales con los porteros (el pago de ellos absorbe el 70% de las expensas). Otros han despedido servicios de vigilancia nocturna. O quitaron las horas extras o bien los dueños pagan a los encargados sólo por el total de las horas trabajadas.
El tema está en manos de Dios. Nadie interviene. Y las víctimas son los que pagan.
En el mundo de la actividad productiva hay posiciones tomadas. Las centrales empresarias siguen reclamando un plan económico para saber a qué atenerse en medio de la oscuridad mundial. El presidente de la Asociación Empresaria Argentina, Jaime Campos, en un reportaje, cuestionó la presión impositiva, que no cesa, el exacerbado gasto público. Dijo, además: “Sin una Justicia independiente es imposible crecer: hay que respetar los poderes constitucionales”.
Por último: vamos en camino de repetir los errores del anterior gobierno de Cristina Fernández, como congelar tarifas de los servicios, sin consideración. Cuando asomen los balances reales la puesta al día de esos servicios será imparable. Cayendo como una montaña contra la población.
Como si todo fuera poco, queda pendiente el tema de la vacunación. Han llegado al país más de 4 millones de vacunas y recién se han aplicado el 30% mientras el resto las esperan ansiosamente. ¿Quién las distribuye, cual es su espíritu, su propósito?
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