Ser Cronopio en tiempos de COVID

Estamos en la era en que los Famas arrasan con todos nuestros sueños

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“Che Negro, el Jefe dice que le guardes 500 vacunas, la rusa o la china, cualquiera, que luego te cuenta donde tenés que mandarlas. A mí, el muy guacho no me puso en la lista”. El Cronopio estaba sentado frente a su viejo escritorio de noble madera pero manchado con multiplicidad de tintas y marcas parecidas a las que él recordaba de los pupitres de su escuela. Delante del Cronopio, se agolpaban infinidad de expedientes con aburrida documentación que a nadie le importaba. Escuchó la conversa y para sus adentros pensó que ese tampoco sería su día. Su cabeza explotaba de ideas, rebeldías y pasiones. Sin embargo, el letargo que lo rodeaba y el saber que jamás se animaría al desacato, lo sumía en la tristeza más profunda. Era Cronopio, no era ni Fama ni Esperanza, era eso, un simple y humilde Cronopio en la inmensidad de un país que lo abofeteaba sin descanso de la mañana a la noche.

Quizás, recordó o no a Julio Cortázar (1914-1984), pues vagamente le había quedado en su memoria que los Cronopios la tenían mucho más difícil que los Famas. Ser Cronopio era conocer mucho de fracasos, deslealtades y resignaciones. La vida del Cronopio “era ir siempre a contrapelo, contraluz, contranovela, contratodo, contra y recontra cada día contra cada cosa que los demás aceptan y que tiene fuerza de ley” (Cortázar dixit). En cambio, los Famas eran bien organizados, rígidos, constructores de relatos y sentenciosos de todo, ya que la única verdad estaba en ellos y nada se les podía discutir. Ellos, los Famas, eran la certeza final.

Nuestro Cronopio recordaba cuando debió acudir al amigo del amigo que tenía un amigo en la Aduana de Ezeiza para que lo ayudaran a “pasar” esa computadora comprada con esfuerzo en Miami. En el día del ingreso aduanero, observó como había una cola “VIP” paralela, donde muy hidalgos pasaban, no solo coquetas tripulaciones aéreas sino también aquellos ominosos con sus destaques, falsos honores y tarjetas con múltiples e inalcanzables cargos. En su fila, la interminable, titubeó ante el oficial de la mala cara desconfiada, el agente de las confiscaciones, que en forma inquisidora le preguntó qué tenía para declarar. Fue entonces cuando sus dudas lo delataron y por supuesto jamás entendió la seña de “poné un 100 en el pasaporte”. Había sido preparado para ser Cronopio, no para ser Fama y menos para ser Esperanza. La fila de los Cronopios no era la bendecida por el “pase, pase”. Era la fila de la lenta diligencia, la aburrida burocracia y el asesinato de utopías.

El Cronopio siempre pagó sus impuestos y multas, ya que nunca tuvo la voracidad miserable de los Famas que continuamente lograban perdones, excepciones y largas condonaciones de sus deudas. Recordaba que el mismo Cortázar, contaba que los Famas tratan de conservar múltiples recuerdos para luego embalsamarlos dentro de sábanas negras y de esta forma poder perpetuarlos en el tiempo. Ejemplos preciados eran las fotos con un Teniente General o con una Señora Vicepresidenta en algún acto de cualquier tipo y tenor. En caso de no contar con la materialidad del documento, los Famas podrían levantar épicas o falsos actos heroicos, ya que a nadie les importaría luego saber si eran verdades o no.

Él bien sabía que los Cronopios eternamente deberían formar fila en la más larga que hubiera frente a ellos. Esas filas que no tienen ni principio ni final, pero es allí donde quizás se puede conseguir algún día el documento deseado, el registro de conducir o el salva conducto que todo lo puede. Cuando chico, nuestro Cronopio, en épocas en que las entradas de cine o teatro se vendían solo detrás de una ventanilla con barrotes de bronce, siempre debía contentarse con las filas del fondo ya que las buenas filas al medio eran solo para los Famas, que las pagaban con algún billete y un leve exceso monetario.

Muchas veces vivió indignado al ver a los Famas apropiarse de todo, hasta de sus propios sueños inclusive, pero siempre se ilusionó cuando llegaban esos falsos y mentirosos cerradores de grietas, ya que luego en el declame solo se quedarían. Nunca se animó a juzgarlos como mafiosos o farsantes totales pues su destino ya estaba marcado. El Cronopio recordaba que el maestro Cortázar contaba la historia de aquél infausto caballero al que se le habían caído sus gafas al suelo y la suerte hizo que no se rompieran. Ante la desgracia no producida, corrió a comprarle a un Fama un bello estuche de sólida madera para poder así proteger sus lentes; pero finalmente cuando nuevamente sus anteojos al suelo cayeron, aún dentro de la nueva hermética caja, de estos solo le quedaron pedazos y añicos. El Cronopio concluyó entonces, que el destino ya lo tenía marcado y no tendría sentido ir contra él.

Hay en los Cronopios una suerte de abatimiento ante los saqueadores de vacunas, los ladrones de vidas, los hurtadores de privilegios y los cuatreros de las buenas posiciones en cualquier cola. Sabe que los Famas se inmunizan entre ellos, generándose entonces un escudo impenetrable de fueros y contra fueros a los que les imposible entrarles. Nunca vería a un Fama en el descampado y de a pie. Se sienten ya absueltos y no hace falta el legal trámite de un juzgado para que se los condene o se los redima. La historia, la inventada por los Famas, ya los perdonó y a los Cronopios solo les quedaba aceptarla.

Sin embargo hace unos días, cuando el Cronopio escuchó gritar y ver levantar dedos acusadores a una desbocada Fama que con bandera sobre su costado y acompañada de furibunda cadena mediática, blandía que blandía delaciones de todo grado, pensó por un momento si estos, los Famas, no estarían empezando a tener miedo. Si alguien grita tanto es porque a alguien quieren callar, reflexionó para sus adentros sin siquiera animarse a compartir esa cavilación con nadie. Sabía que ante tanta perversión, seguramente poco espacio quedaba para su rebelión.

“Dadas estas razones, los Cronopios acuden a los Famas para que fecunden a sus mujeres, cosa que los Famas están siempre dispuestos a hacer por tratarse de seres libidinosos. Creen además que de esta forma irán minando la superioridad-moral de los Cronopios”, un Julio Cortázar pleno nos lleva a discurrir en esta lenta e irremediable degradación de la sociedad. Pero el Cronopio seguía mascullando.

Tenía ante sí una compleja decisión. Podría bajar la cabeza y seguir haciendo filas que lo llevarían a la nada misma; anotarse en listas de vacunas que tendrían a otros destinatarios señores; pagar las deudas en tiempo y forma sin esperar los perdones que para algunos luego siempre llegarían o directamente salir y junto a otros Cronopios hacer una Revolución, por supuesto no de las armas llevar. Por el contrario organizar la más terrible y peligrosa revolución. Debía disponerse a la revolución de las provocaciones, de los apotegmas y de las ideas. Se quedó así mascullando entre los rincones y confines de su intimidad, dentro de esos espacios enormes que tenía en el alma y se dio cuenta que de esa forma estaría algo más libre, seguro más expuesto, pero podría andar sin permisos ni tapujos. Tarareó a Calamaro “..déjame atravesar el viento sin documentos..” y pensó que quizás era momento de salir de cacería.

Tributo a Julio Cortázar (1914-1984)

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