El discurso ante la Asamblea Legislativa no se prepara en un fin de semana. Los papers entre secretarias, ministerios, jefatura de Gabinete y despacho Presidencial van y vienen a lo largo de, por lo menos, dos meses. Al final alguien le da los trazos gruesos y el propio protagonista le pone su impronta.
Alberto Fernández prefiere hacer todo por su cuenta. Obvio, que escucha sugerencias y acepta ayuda. Pero la pluma final es solamente de él. ¿Por qué entonces el discurso de ayer pareció escrito por una persona en el inicio y por otra en el final? ¿Por qué al principio hubo firmeza mezclada con encono (recortarle el poder a la Corte Suprema creando un nuevo tribunal de alzada) , advertencia mezclada con amenaza (criminalización de la última deuda externa, es decir llevar a Mauricio Macri al banquillo de los acusados) y hasta chicanas para la oposición (el sainete con Fernando Iglesias) y al final un lacónico llamado a ser recordado como “un argentino que un día fue elegido como Presidente y fue capaz de servir a su Pueblo sembrando la mejor de las semillas que un ser humano puede sembrar: la unidad de su Patria más allá de las diferencias, la unión nacional más allá de la pluralidad de miradas, la concordia del país más allá de las razonables críticas”?
Posiblemente porque el final quedó con su primera versión esa escrita hace quizás un mes y con mirada de estadista que intenta como en su primera vez ir por encima de la grieta y estar mas allá de la coyuntura y el principio fue el producto del post Vacuna Gate y de las bolsas mortuorias en la Plaza de Mayo de la marcha de la oposición durante el fin de semana.
Es un Alberto en dos versiones. Como el Increíble Hulk antes y después de la conversión colérica. Si Patricia Bullrich hubiera estado sentada en la Asamblea Legislativa de ayer se levantaba y se iba. Casi no hubo respiro para la oposición en la primer hora de discurso del Presidente. Alberto se acordó de la desaparición del ministerio de Salud durante la era Macri, de la deuda externa contraída por fuera de reglamentos internos y en tiempo récord, del manejo de la Justicia, etc, etc, etc. Y hasta sucumbió a la chicana fácil contra el experto en chicanas Fernando Iglesias.
Episodio que nos prodigó de un meme instantáneo: aquel que reflejó a la dirigente históricamente mas crispada de la Argentina después de Lilita Carrió, Cristina Fernandez de Kirchner, intentando calmar a un exaltado Alberto. Un virtual segundo digno del Reino del Revés…
Está claro que el año electoral lleva a replegarse a los máximos protagonistas en sus propios electorados. Alberto ayer usó la Asamblea Legislativa para darles Letra a los propios. Pero le hablaba más a los medios de comunicación que a los dirigentes que tenia enfrente. Entre un Rodríguez Larreta subsumido al reino del zoom por diez días, con diputados y senadores sin una jefatura clara y con una oposición en general que baila al ritmo de la estudiantina y con reacciones hormonales (entre el papelón del sábado con las bolsas de cadáveres en Plaza de Mayo y el fallido cacerolazo de ayer) se llevaron dos porrazos públicos en menos de 48 hs, el Presidente siente que hoy su pulseada cotidiana es con el periodismo y los empresarios de medios más que con sus pares.
Tanta verba inflamada eclipsó lo más interesante del discurso. Cuando dio cifras de gestión, cuando dijo cuánto aporto el Estado para estar presente en medio de la pandemia o cuando se lanzó a hablar de los planes a futuro. Un eje central fue la decisión de desdolarizar las tarifas. Algo que impacta de lleno en el bolsillo de la gente. Pero para entonces los zócalos de las transmisiones ya se habían congelado en las frases mas funcionales a la grieta.
Cuando El Increíble Hulk volvió a ser David Banner los únicos oídos y espíritus capacitados para escuchar eran los propios. La furia opositora en el recinto ya estaba desatada y cada bloque salía disparado a la calle a seguir pescando en el mar propio.
La ancha avenida ya convertida en callecita del centro seguirá estando huérfana hasta octubre, o quien dice, noviembre. Pero ni el Frente de Todos ni Juntos por el Cambio parecen dispuestos a ceder en la confrontación.
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