Cuando un Gobierno entra al barro, acelera y, lógicamente, se hunde

Alberto Fernández tuvo respuestas incoherentes ante el escándalo de las vacunas VIP. Por un lado, reconoció la gravedad del error y le pidió la renuncia a un ministro. Por el otro, culpó a los medios, la oposición y la Justicia

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Alberto Fernández, presidente de la
Alberto Fernández, presidente de la Nación

El presidente Alberto Fernández, muchas veces, improvisa sus discursos. Cuando le llega el turno, durante tal o cual acto, tiene que llenar el espacio acorde a la jerarquía y, entonces, expone las ideas que le vienen a la mente. El jueves pasado, ocurrió algo de eso en Yapeyú, adonde había viajado para recordar el nacimiento del general José de San Martín. En ese contexto, sorpresivamente, empezó a hablar contra los medios de comunicación. ¿Cuál sería la relación entre ellos y la gesta sanmartiniana?

Así lo explicó el Presidente:

“Cuando a veces sentimos que el esfuerzo que ponemos en el gobierno nacional por ir a buscar vacunas en el mundo, para darle tranquilidad y salud a nuestros compatriotas, vemos que nos enredan en debates y discusiones que no son lo importante. Cuando siento que en los diarios, la tele, las redes sociales generan debates que, por momentos, nos obligan a desatender lo importante, pienso que aquellos enormes hombres del 1800 no tenían que enfrentar esa adversidad que es luchar contra la prédica malintencionada, contra las voces altivas”.

El confuso párrafo presidencial contiene un elemento que, en otro contexto, sería gracioso. Al parecer, San Martín tuvo la suerte de no padecer “la adversidad” de las editoriales de Luis Majul o Baby Etchecopar y por eso las cosas le resultaron mucho más sencillas que a Fernández. La mente humana llega a lugares insospechados cuando está demasiado exigida.

Pero hay otro fragmento que permite percibir la dificultad de articular un discurso coherente por parte del Presidente en estos días difíciles. Fernández sostiene que las redes sociales, los diarios, la tele “nos enredan en debates y discusiones que no son importantes”, y “nos obligan a desatender lo importante”.

En condiciones normales, esos planteos podrían ser atendibles. Efectivamente, muchas veces los medios de comunicación imponen temas que no son los importantes en un país. No solamente eso: en la Argentina el debate político que se lleva a cabo en los medios es muy tóxico, extremo y agresivo. En esa dinámica participan medios que militan en contra el Gobierno y otros que lo hacen a su favor.

Pero esta semana no fue eso lo que ocurrió: esta vez, los medios se dedicaron a escribir, hablar, y editorializar sobre algo realmente importante.

La sociedad argentina, durante el último año, debió enterrar a más de 50 mil compatriotas, que murieron bajo los efectos del coronavirus. Es una sociedad, como tantas otras en el mundo, atravesada por el dolor, la incertidumbre y la pobreza. Durante largos meses debió encerrarse en sus casas para protegerse. Los niños perdieron un año lectivo. Muchos profesionales de la salud arriesgaron su vida diariamente en las salas de terapia intensiva.

Gines Gonzalez Garcia, Carla Vizzotti
Gines Gonzalez Garcia, Carla Vizzotti y Alberto Fernández

En ese contexto, el viernes 19 de febrero, el país se enteró, por boca de uno de los beneficiarios, que en los más altos niveles del Gobierno se había decidido vacunar a amigotes y aliados políticos antes que a otras personas que eran prioritarias. Entre los beneficiados irregularmente figuran personajes icónicos del escenario nacional.

Uno de ellos, el que habló de más, fue Horacio Verbitsky, una de las personalidades más destacadas del periodismo oficialista. Pero también fueron inoculados, entre otros:

-Un ex presidente, Eduardo Duhalde, junto a toda su familia y su secretario privado. A Duhalde le enviaron un equipo a su casa.

-La fórmula completa del Frente para la Victoria del 2015: Daniel Scioli-Carlos Zaninni. Junto a ellos, recibió la vacuna la esposa de Zaninni, que luego fue ratificado por el Gobierno en su cargo de procurador del Tesoro.

-Ocho integrantes del entorno presidencial. Ocho integrantes del entorno del ministro de Economía. Algunos de ellos muy jóvenes. No se explicó cuál era la necesidad de hacerlo dado que sus tareas no requieren una presencialidad imprescindible.

-Poderosos empresarios como el marplatense Florencio Aldrey Iglesias, y su familia.

-El sindicalista Hugo Moyano, que recibió un lote de vacunas en su obra social y separó tres que lo beneficiaron a él, a su mujer y a su hijo de 20 años. “Sean sindicalistas como su padre”, le había dicho Fernández hace unos meses a los hijos de Moyano.

-El diputado Eduardo Váldez y el senador Jorge Taiana, dos legisladores que se defendieron con el argumento de que debían viajar a México pese a que los tiempos de la vacunación no les aportaban inmunidad, y el resto de la comitiva no fue vacunada.

Al estallar el escándalo, Verbitsky dijo que no advirtió “que fuera algo incorrecto, el ejercicio de un privilegio”. El Presidente, ¿lo advirtió? ¿lo advierte? ¿registra que su gobierno está afectado por uno de los escándalos más dolorosos que se produjeron desde el regreso de la democracia, que se roben vacunas para dárselas a amigos en este contexto, en lo más alto del poder?

En las primeras horas de la crisis, Fernández pareció haberlo percibido: le pidió rápidamente la renuncia al ministro de Salud, Gines Gonzalez García, y bajó de la comitiva a los legisladores privilegiados. Un mínimo de sensibilidad hubiera aconsejado profundizar esa línea o, al menos, sostenerla. Fue un hecho deplorable. El Gobierno es responsable. No hay nada más que decir.

Pero después empezaron a pasar cosas.

Primero, Fernández alertó que se había montado un “escenario de escarnio mediático”. El martes por la mañana, al llegar a México, Fernández empezó con las artimañas de la política tradicional. Se quejó porque lo ubicaban a él entre los vacunados VIP, cuando no era ni por lejos el eje de la discusión. Luego despotricó contra la Justicia, porque abrió una causa para investigar lo sucedido, contra los medios de comunicación, y empezó a enumerar hechos irregulares ocurridos durante la gestión de Mauricio Macri.

Lo hizo con suma torpeza. Por ejemplo, donde debía decir “el vaciamiento del Correo”, dijo “el vaciamiento del Congreso”. La manera en que se refirió al hundimiento del submarino ARA San Juan fue brutal: “Un ministro envió un submarino al mar para que murieran 44 personas”.

Mientras tanto, su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero elongaba como podía para explicar que la esposa de Carlos Zaninni merecía vacunarse antes que el resto de la población. Finalmente, en Yapeyú, Fernández sostuvo que los medios de comunicación, en este contexto, “nos enredan en discusiones y debates que no son importantes”.

En todo este recorrido, hay un clásico presidencial. Fernández suele decir una cosa y la contraria para tratar de conformar a distintos sectores de su audiencia. Por un lado fue un hecho deplorable que merece la renuncia de un ministro clave. Pero por el otro hay escarnio mediático y la culpa no la tiene el Gobierno sino los medios de comunicación y la Justicia que no debe investigar el escándalo sino la corrupción de Macri. Ese vaivén es su método. En el contexto del robo de vacunas ese método muestra a un líder que, en el mejor de los casos, exhibe una escala de valores incomprensible y volátil.

Durante la semana, el Gobierno -además- intentó tapar el escándalo con una campaña sucia en contra de Horacio Rodriguez Larreta, por haber incorporado a empresas de medicina prepaga y obras sociales en la aplicación de las vacunas. Esa campaña incluyó una muy oportuna denuncia judicial y un despliegue masivo y simultáneo de trolls en las redes sociales. En la denuncia, al menos hasta ahora, no aparece un solo caso de vacunación indebida. Sin embargo, se produjeron tres: el de Hugo Moyano, el sindicalista amigo del Presidente, su esposa y su hijo. Más política menor en el marco de un escándalo espantoso.

Mañana por la mañana, Alberto Fernández no improvisará: leerá su discurso en la apertura de las sesiones ordinarias. ¿Será el Presidente que defiende la escala de valores que puso en marcha cuando reaccionó ante el escándalo? ¿O el otro, el que intenta que la sociedad se enrede en discusiones que no son las importantes, sobre los medios, la Justicia y la oposición para intentar que se olvide un episodio de ostensible degradación?

La democracia argentina ha sobrevivido a una sucesión de hechos como este, aunque muy pocos de semejante obscenidad: ¿el indulto?, ¿la tragedia de Once?, ¿los bolsos de Lopez? Tal vez sería razonable no exigirle tanto. Si los dirigentes no se respetan a sí mismos, ¿cuál suponen que será la reacción de la gente, que los mira perplejos?

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