Desde los albores de la civilización, la línea que divide las aguas de las dos principales corrientes de pensamiento, individualismo y colectivismo, se dibuja nítida en el horizonte, dejando claramente al trasluz el acento en el valor máximo que define a cada una de ellas: la libertad y la igualdad.
Los primeros homínidos lograron adaptarse a las salvajes condiciones a los que los sometía la naturaleza y, apenas sus diminutos cerebros fueron capaces de comprender las dificultades que el entorno les imponía, aprendieron a cooperar voluntariamente a fin de incrementar las chances de sobrevivencia y mejorar sus precarias condiciones de vida.
La división del trabajo surgió espontáneamente, y fue la herramienta principal de la que se valieron los primeros grupos de individuos para ahorrar esfuerzos y facilitar la obtención de alimentos y cobijo, organizándose, según sus habilidades, de manera tal, que unos recogían bayas y otros cazaban presas salvajes, entre otros menesteres, a fin de satisfacer las necesidades de la vida diaria.
La división del trabajo surgió espontáneamente, y fue la herramienta principal de la que se valieron los primeros grupos de individuos para ahorrar esfuerzos y facilitar la obtención de alimentos y cobijo, organizándose
Pronto surgieron individuos con mayores grados de habilidad para la realización de diferentes tareas. Quienes sentían inclinación o se percibían dotados de facilidad para alguna de ellas, como curtir cueros, cortar leña o mantener la limpieza de sus moradas, optaron por especializarse, sin que mediara una organización formal ni un mandato establecido.
Estas primitivas sociedades describen a la perfección la naturaleza y el carácter espontáneamente gregario del ser humano. Pero la nota distintiva y peculiar que solidificó su permanencia y su dominio sobre el extenso territorio que los rodeaba fue la asociación voluntaria y utilitarista que los compelió, luego, a incrementar paulatinamente, el grado de especialización, lo cual permitió un incremento del rendimiento colectivo y una mejora de las condiciones de vida del conjunto social.
Transcurrieron varios milenios de convivencia pacífica hacia el interior de cada grupo, lo cual no exime de considerar algunos crueles enfrentamientos con sus vecinos, en disputa por los territorios de caza o recolección. El derrotero natural de estas primitivas instituciones, fue interrumpido por la aparición de grupos de “iluminados” que se arrogaron ascendencia divina y se apoderaron de inmensos territorios, cercándolos y convirtiéndolos en propiedad real o señorial.
El “más igual” de ellos, fue convertido en monarca y tuvo así, el derecho de conceder a la naciente aristocracia, el uso y explotación de las tierras anteriormente “confiscadas”.
El lujo y el boato de la clase dominante requería ingentes fondos. Nació así la coerción y el arrebato de la libertad individual, en busca de obtener una porción de las riquezas que generaba el pueblo trabajador.
El lujo y el boato de la clase dominante requería ingentes fondos. Nació así la coerción y el arrebato de la libertad individual
En un régimen de semi-esclavitud, los súbditos fueron “atados jurídicamente” a la tierra que debían, obligatoriamente, explotar. Una porción ingente de lo obtenido, se destinaba a las arcas de los señores y un mínimo sustento diario, que apenas alcanzaba para, a duras penas, sobrevivir, se asignaba, graciosamente, a los siervos de la gleba. Las fincas de los caballeros feudales se autoabastecían, sin necesidad de comerciar con sus vecinos, y menos aún, con gentes de lugares extraños y/o lejanos.
La aparición de los gremios de herreros, alfareros, hilanderos, etc., fue el primer intento deliberado y consciente de especialización y división del trabajo organizada. La habilidad para administrar eficientemente sus ingresos, hizo que algunos individuos pudieran ahorrar una parte de sus remuneraciones. Con estos fondos, apareció lo que en los libros de historia económica se denomina “proto-capitalismo”.
Los nuevos burgueses adquirían los materiales necesarios para la confección de telas y los entregaban a los hilanderos. Estos, en sus hogares, y con el trabajo a destajo de toda la familia, incluyendo a los niños y adolescentes, convertían las materias primas en productos terminados, recibiendo a cambio una paga salarial por su labor.
El agrupamiento de hogares y familias, en los alrededores de los feudos, fue creando silenciosa y lentamente los primeros esbozos de ciudades dedicadas a estas tareas de transformación productiva y generación de riqueza.
Esta aglomeración favoreció la aparición de mercachifles y comerciantes de tierras lejanas, que traían novedosas mercancías y adquirían, a su vez, los géneros locales para distribuirlos en sus respectivos lugares de origen.
El comercio regional se hizo internacional y la burguesía se independizó de los señores feudales, generando el caldo de cultivo para la aparición de presiones revolucionarias que acotaran los derechos del rey y la aristocracia.
Tras siglos de luchas por la libertad, el mundo se iluminó. Floreció el comercio, y el capitalismo, una nueva y espontánea creación social, sacó de la pobreza a la mayoría de la población.
El mundo se iluminó. Floreció el comercio, y el capitalismo, una nueva y espontánea creación social, sacó de la pobreza a la mayoría de la población
Ya satisfechas las necesidades básicas de las grandes mayorías populares, surgió el embuste de los farsantes vendedores de espejismos. Con hábiles y resonantes discursos, convencieron a la gente común de la necesidad de crear colectivos sociales con poder de coerción sobre los ciudadanos, a fin de quitar el excedente de los más productivos y entregarlo a los más flojos u holgazanes.
Surgió la premisa básica que guió, en lo sucesivo a la vida en sociedad: “de cada cual, según su capacidad y a cada cual, según su necesidad”.
Muchos incautos cayeron en las redes urdidas por la nueva oligarquía, que hoy domina la escena mundial, saqueando a los pueblos y destruyendo riqueza. Al igual que los aristócratas, parecen odiar el trabajo y el comercio. Actúan como si su misión fuera satisfacer las necesidades del ignorante pueblo trabajador, al que parecen considerar incapaz de auto-administrarse y/o valerse por sí mismo.
La corporación política
Numerosos autores, consideran que la autoproclamada “corporación política” no distingue credo ni nacionalidad. Liderarían, ociosos, a las grandes mayorías, creando instituciones “redistribuidoras de los ingresos”, a fin de eliminar las “injusticias” generadas por el esfuerzo, la frugalidad y el mérito personal que premia el capitalismo.
No conformes con “reinar plácidamente”, explotan la candidez de algunos y el cinismo de otros para exigir respeto y pleitesía al grandilocuente discurso igualador que obliga a ceñirse mansamente a lo que denominan “conciencia de clase”. Pretenden dividir, grotescamente, a la sociedad, entre la mísera clase trabajadora y los opresores patronos explotadores.
Explotan la candidez de algunos y el cinismo de otros para exigir respeto y pleitesía al grandilocuente discurso igualador que obliga a ceñirse mansamente a lo que denominan “conciencia de clase”
El término “polilogismo” proviene del griego, poli: muchos, logos: lógica. En su libro cumbre “La acción humana”, Ludwig Von Mises, describe con él la creencia de que diferentes grupos de personas razonan de manera diferente. De esta idea parte el sostén filosófico del marxismo y otras propuestas de organización social de carácter totalitario.
La pertenencia a una clase social, a una raza, a una religión o a cualquier otro modo de caracterización en el que pueda incluirse a un individuo, define obligatoriamente, según esta forma de pensamiento, no solo el modo en que razona sino en el que, obligatoriamente, debe razonar cada individuo, so pena de ser estigmatizado con el anatema de traidor a su clase, a su raza o a su religión.
La inmensa y crecientemente eficiente capacidad productiva del núcleo duro que crea riqueza, parece disimular el inmenso contrapeso a la que lo somete el sector prebendario, despilfarrador y muchas veces corrupto grupo social que se apoderó del poder coercitivo del Estado y lo sujeta con uñas y dientes, trasmitiendo la posta, de generación en generación, entre familiares, amigos y militantes oportunistas y/o fanatizados.
El discurso igualitario se cree, apabulló a los defensores de la libertad. No obstante, en las últimas décadas, surgieron reformas, tímidas al inicio y más contundentes luego, en muy diversos lugares del planeta, que comenzaron a inclinar lentamente el fiel de la balanza hacia las instituciones organizadoras de la vida en sociedad que privilegian la libertad por sobre la ilusoria igualdad en la distribución de los ingresos.
En la comarca que habitamos, aún existe una burda e inútil porfía entre los defensores de la batalla cultural y los dispuestos a embarrarse en campo ajeno, disputando el poder a los políticos en su propio territorio.
Algunos pensadores de otrora, como Mises, Hayek, Friedman y muchos otros, seguramente acordarían en silencio, que pronta y bendecida será la hora en que los pueblos sacudan el yugo que los sujeta y elijan a sus “servidores” entre la gente común, destronando a los profesionales de la mentira, el odio y el resentimiento, muchas veces sembrado, no por convicción, sino como mero y vulgar entretenimiento y distracción, dirigida a una “demasiado cómoda y ocupada” mayoría silenciosa que, por acción u omisión termina convalidando la cruel y mísera prisión en la que encuentra encarcelada.
Algún sabio pensador escribió hace mucho tiempo que, existen dos clases de personas: las que observan ocurrir los acontecimientos y las que provocan que los hechos acontezcan. Sólo la participación en la “res-pública” de los amantes del crecimiento en libertad, en base al trabajo, el esfuerzo y el mérito personal, puede cambiar la línea directriz hacia la que se dirige, inconscientemente, la humanidad.
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