La pospandemia llega con más dudas que certezas, con temores e improvisaciones, pero fundamentalmente, con la incertidumbre de un plan serio y transparente de distribución de la vacuna por parte del Estado.
Lo que sucedió hace unos días es, seguramente, la punta del iceberg de un programa sistemático de distribución discrecional de las dosis entre los allegados del poder. A cierta edad una ya no se sorprende de la falta de honestidad de determinados actores políticos, pero lo que es increíble es que nos sigan subestimando como sociedad: la Viceministra (Carla Vizzotti) asume en el lugar del Ministro (Ginés González García), que renunció por haber favorecido a sus amigos, pero no le contó a la ahora flamante Ministra. Parece confuso, pero es perverso. El que sabía no denunció, y el que no denunció es porque no sabía. Es decir: estamos acorralados entre la ignorancia y la inmoralidad.
Algunos analistas catalogan lo sucedido como “haberse disparado un tiro en el pie” por parte del Gobierno, pero poco importa eso. Lo realmente grave es que el disparo fue a la honestidad y a la señal que debe dar el Estado a todos los argentinos, sobre todo cuando está en juego la salud, cuando una dosis puede signar la vida o la muerte de una persona, cuando miles de jubilados aún esperan su turno pacientemente para que los citen.
Las y los radicales militamos convencidos de que la política es, a las claras, una herramienta de transformación social con el preciso objetivo de mejorar la calidad de vida de la gente; pero este gobierno la utilizó para martillar un programa que debería haber sido transparente, ordenado y sistemático, priorizando los grupos de riesgo por edad, responsabilidad y vulnerabilidad.
La crisis social, política y económica devienen de la madre de todas ellas: la crisis moral, la de los sobreprecios, los tráficos de influencias, los acomodos, la corrupción… Pero como bien dicen los asiáticos, “crisis es oportunidad”, oportunidad de poder demostrar que la política tiene otra cara, otra mirada, otra manera de hacer las cosas. Y el radicalismo se enfrenta ahora al desafío de volver a ser protagonista, así como lo fue en los momentos más importantes de nuestra historia. Encarar la reactivación social, política y económica exige cuadros políticos comprometidos y capaces, por ello, días pasados, cientos de correligionarias alzamos nuestra voz acompañando el proyecto de Maximiliano Abad y Érica Revilla para conducir los destinos de la UCR en la provincia de Buenos Aires. Fue incluso la propia Érica -intendenta de General Arenales- que ratificó su compromiso de no aplicarse la vacuna hasta tanto no lo haya hecho todo el personal de salud, como correspondería hacerlo a cualquier dirigente que se digne de serlo.
Vamos por un radicalismo que levante bien alto las banderas de nuestros ideales, esos que nos dejaron como enseñanza Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia, Ricardo Balbín, Florentina Gómez Miranda y, por supuesto, Raúl Alfonsín, a quien recuerdo muy especialmente en estos días… su legado, su pensamiento, sus palabras… El jueves, mientras recorría su ciudad natal, Chascomús, y luego de reunirme con concejales y consejeros escolares del partido al que represento, me detuve un largo rato frente a su monumento, me preguntaba qué estaría diciendo él ante este nuevo caso de corrupción e inmoralidad, y su silenciosa respuesta fue haber recordado aquellas míticas palabras de hace casi 40 atrás: “En Argentina hay hambre, no porque falten alimentos, sino porque sobra inmoralidad…”
La única diferencia es que ahora también faltan vacunas, las que prometieron en diciembre o en enero, las que eran para los esenciales primero.
Y para colmo, sigue sobrando inmoralidad.
Adelante radicales, es el momento de volver a ser protagonistas de la historia.
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