Un acto amoral en un gobierno donde el amiguismo emocional paraliza neuronas

Para ser inmoral hay que tener moral y romperla a sabiendas. O, al menos, diferenciar entre el bien y el mal

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Para ser inmoral hay que
Para ser inmoral hay que tener moral y romperla a sabiendas. O, al menos, diferenciar entre el bien y el mal (Presindencia de la Nación)

Todavía tienen más preguntas que certezas. Todavía están confundidos. Todavía no pueden dimensionar las implicancias. A 48 horas del escándalo que terminó eyectando a Ginés González García del Ministerio de Salud —con escache incluido al regresar a su casa en Puerto Madero— el Gobierno se aferra a la esperanza de que el tiempo minimice las consecuencias. Mientras, en el extremo más gurka de la oposición ya se relamen con un intento de juicio político.

La primera gran crisis gubernamental de Alberto Fernández se originó en fuego amigo. Los dos protagonistas del trágico sainete, Ginés y Horacio Verbitsky, y sus actores secundarios -Eduardo Valdés y Jorge Taiana- están en el registro emocional del Presidente desde hace innumerables años. A todos los aprecia y respeta. Y con Verbitsky, además, tenía una admiración intelectual que rozaba el cholulismo en el mejor de los casos o la subordinación en el peor.

Haber montado un vacunatorio VIP en el Ministerio y ofrecido o aceptado un atajo preferencial para acceder a la inmunidad sanitaria, no fue un acto inmoral para los involucrados. Para ser inmoral hay que tener moral y romperla a sabiendas. O, al menos, diferenciar entre el bien y el mal.

El relato edulcorado del periodista en cuestión en primera persona, el enojo del Ginés por la reacción del Presidente, entre otras cosas, demuestra que ambos cayeron en una acción amoral, con la impunidad de quien esta convencido de no estar haciendo nada mal.

¿Cómo puede pasar que personas inteligentes terminen en semejante insensatez? Es la borrachera del poder. Una excitación eufórica contra las fronteras éticas. La misma que le permite a la clase dirigente anestesiarse ante un dato lacerante de la realidad: que en la Argentina de hoy las zapatillas de marca que usan los chicos del country valen lo mismo que un salario mínimo o el alquiler mensual de un monoambiente.

Obvio que en el medio hubo miles de otras implicancias. Un Ginés que cuando se enteró que podía saltar el escándalo creyó tener coartada mediática, un Verbitsky que se autopercibió lavandina y pensó que blanquearía la situación con solo ponerle su voz y un Presidente a quien todos quieren pero nadie le tiene miedo.

A catorce meses de ejercicio del poder ya hay mecanismos que están claros. No hay dudas de que las directrices estratégicas del gobierno son potestad de Cristina. Que Alberto trata de no hacer olas y se toma sus tiempos. Que la alianza entre ambos es hasta el final y que los melones se fueron acomodando a imagen y semejanza de cada uno. Pero casi en el mejor momento de la relación entre ambos desde que se inició el mandato, cuando habían erradicado las desconfianzas mutuas de los primeros meses, estalla el polvorín en el lugar menos pensado.

“No hay figura jurídica que penalice el colarse en una fila”. Alberto escuchó esa frase tranquilizadora en la tertulia posterior a la asunción de Carla Vizzotti ayer en Olivos. Premiar a la segunda de Ginés fue más que una salida consensuada, un maquillaje exprés que se cocinó con tres llamados telefónicos. El primero, a Cristina. El segundo, a Máximo. El tercero, a Sergio Massa. En el mecanismo de toma de decisión de Alberto es fundamental el efecto espejo. El Presidente no pide permiso, pero sí necesita escuchar qué opinan los otros para terminar de convencerse o salir disparado en dirección contraria.

Ginés González García, Carla Vizzotti
Ginés González García, Carla Vizzotti y Alberto Fernández

Esta vez la bandeja estaba servida. Vizzotti, una sanitarista traída por Ginés, pero que había tomado un protagonismo en la pandemia que hasta despertó los celos del ministro, implica entre otras cosas un cambio para que nada cambie. Al menos, hasta que la tormenta amaine. En política en general, los que llegan con el jefe se van con el jefe, Carla había roto emocionalmente con Ginés bastante antes porque no dudó un segundo en aceptar la propuesta del Presidente.

Su primer desafío será convencer a Putin de mandar más vacunas y el segundo, despejar las dudas de quienes con lógica sospechan que es pueril pensar que Vizzotti no sabía nada del Vacunatorio VIP.

Alberto partirá para México con una comitiva que se redujo a ultimo momento con las bajas de Taiana y Valdés. Dicen que a la distancia se ve más claro. El lunes el Presidente estará a 7.500 kilómetros de distancia. Suficiente para que empiece a hacerse cargo de que no saldrá indemne de este escándalo. Por lo pronto, se sumió en un estruendoso silencio. Una sana costumbre inaugurada en este incipiente 2021 que, por corta en su trayectoria, aún no se sabe si llegó para quedarse o es simplemente un impasse a su verborragia habitual.

Cuando retome la palabra pública sería bueno que le dedicara unos minutos a los militantes de a pie. Esos que, como la mayoría de los argentinos, aún no se vacunaron, y que vivieron la revelación del Vacunatorio VIP con el mismo nivel de vergüenza que les provocaron los bolsos de López repletos de dólares en el convento.

También está claro que el Presidente deberá pedir disculpas a la sociedad en general. Por acción u omisión también fue responsable. La salida de Ginés viene siendo conversada hace casi tanto tiempo como la de Felipe Solá. Pero a Alberto le cuesta desprenderse de los amigos. Y más ahora que ya no le quedan recambios propios.

Veremos si este vendaval logra corregir, al menos en parte, ese estilo.

Por lo pronto, los próximos días va a tener que capear la tormenta. El Gobierno enfrenta una coalición opositora sin jefatura única. Un acuerdo para bajar tensiones con Horacio Rodríguez Larreta o con los gobernadores radicales no significa calmar a Patricia Bullrich ni a Mauricio Macri.

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