El paso indisimulado de los años nos hace pensar, a veces, que la vida es justamente eso: atravesar el tiempo dando batalla a cada día. Cada situación parece ser parte de la coyuntura, de la casualidad, de la realidad del país, de la pandemia, de decisiones ajenas, del devenir inevitable de alguna historia, de la suerte, de la mala suerte, del antojo de los dioses o del capricho del destino. Las historias son consecuencias de alguna causa, secuelas de orígenes desconocidos, resultados de problemáticas o de logros sociales, o bien efectos tanto de la limitación como del poder del ser humano.
Podríamos leer entonces la historia de cada individuo como una cadena de hechos azarosos -afortunados unos y desdichados otros- que van construyendo ese relato peldaño a peldaño, tras superar cada etapa. De la misma manera podríamos explicar la historia de los pueblos. Tal el ejemplo del relato bíblico que solemos estudiar en esta columna: un pueblo es libre, luego esclavizado y más tarde liberado para llegar a la tierra de sus ancestros, donde decide construir un Templo para agradecer a su Dios y celebrar la vida. De eso trata de hecho, la porción de la Torá de esta semana: del diseño para la construcción de ese primer lugar sagrado. Sin embargo, el origen y por lo tanto el devenir de cada historia, podría ser completamente otro.
En el libro de Bereshit Rabbah (56:10) Rabbi Berajia nos regala, hace unos 1800 años, una potente imagen. El maestro nos enseña que antes de la creación del mundo, Dios construyó una Sucá (tienda precaria que habitaban los israelitas en su peregrinaje por el desierto) en el Monte del Templo en Jerusalén, y comenzó a rezar: “Que sea Mi Voluntad, que mis hijos el día de mañana construyan un Templo en este Monte”.
¿Acaso Dios reza?, y si así fuera ¿a quién?, ¿por qué no construyó Él mismo su Gran Templo en vez de una pequeña Sucá?, y por último, ¿cómo podría suceder todo eso en Jerusalén, antes que el mismo mundo fuese creado?
El objetivo de un “midrash”, una exégesis rabínica, no es contar historias sino generar mensajes. Rabbi Berajia nos está hablando de otro plano diferente de existencia, acerca del lugar y el tiempo donde nacen y se originan todas las historias.
La Cabalá, la mística judía, intenta describir el funcionamiento interno de Dios a través de las Sefirot, las emanaciones divinas del famoso Árbol de la Vida. La primera y más elevada de las Sefirot es llamada Keter – Corona. Keter está relacionada a la Voluntad primera del Creador. Por lo que la Voluntad (Ratzón) lo precede a todo. Antes del mismo tiempo, el comienzo de la iluminación nace en la Voluntad. La Voluntad Original del Creador es anterior a toda su Creación.
Es así también con nosotros. Nuestra Voluntad es el origen de todo. La llave para una vida genuina, radica en conocer cuál es nuestra verdadera y primera Voluntad – Ratzón. Saber cuál es el monte que queremos alcanzar, cuál el espacio sagrado a habitar. Las decisiones cotidianas pueden ser reactivas, pasionales, o bien, estar en equilibrio con nuestra intima y personal Voluntad creadora. Ese lugar desde donde somos realmente libres.
La Voluntad a diferencia del deseo, se basa en una elección racional, mientras que el deseo suele provenir de las elecciones emocionales. Es por esto que la más elevada de las Sefirot es Keter – Corona. Porque sólo asumiendo el control y el poder de nuestra Voluntad nacida desde la razón, es que podemos administrar los deseos de nuestras emociones, que son los que digitarán en definitiva nuestras acciones y decisiones.
Sin embargo, comprender que el comienzo de toda construcción y la creación de cada historia nace en la Voluntad (Ratzón) es importante, pero no suficiente. La palabra “MAL” en hebreo se dice “RA”. Nos enseñan los místicos que “RA” son las iniciales del concepto “Ratzón Atzmí” o “Voluntad Egoísta”. En nuestra Voluntad, podemos crearlo todo, o destruirlo todo.
La verdadera libre elección se encuentra en la Voluntad. El origen del deseo bueno o malo, de las decisiones positivas o negativas, de las emociones tóxicas o creadoras de instantes inolvidables, tanto como en el final la obra de nuestras manos, radica en la libre elección de buscar dentro, nuestra Voluntad real.
El relato de Rabbi Brajia dibuja ese mensaje. Si Dios mismo reza, el motivo y alcance real del poder del rezo es más profundo de lo que solemos creer. No es apenas un espacio al que generalmente vemos como limitado a pedir cosas para que quien escuche la plegaria nos obedezca. No tiene que ver con la fe en ningún agente externo, más que al Poder que habita dentro. Al Poder de dominar nuestras elecciones, de descubrir nuestra verdadera Voluntad y guiarnos en ese faro. En diseñar a la cima de qué Monte queremos llegar, y entonces antes de cualquier creación, pedir a la propia Voluntad alcanzar los sueños. Por último, hacerlo dentro de la fragilidad y la humildad de una Sucá, nos muestra desde dónde comenzar el camino a nuestras metas, por más que nos creamos Todopoderosos.
Amigos queridos. Amigos todos.
La historia la escribimos nosotros. Si este es el tiempo del Corona, será sin dudas un buen momento para volver a escribirla. El camino hacia el Monte que soñamos lo decidiremos desde la convicción de nuestra Voluntad. La manera de atravesar las barreras la impondrá el gobierno o el desmanejo de nuestras emociones. Somos nosotros en este nuevo origen quienes decidimos si hacer de nuestro mundo un lugar sagrado.
Cierta vez, le preguntaron de manera irónica al maestro jasídico Menajem Mendel, hijo del gran Tzemaj Tzedek, si acaso Dios podía crear una piedra tan tremendamente pesada, que ni Él mismo pudiera levantarla. El objetivo era ridiculizarlo al poner en duda el Poder ilimitado de lo divino. El Maestro sonrió y respondió: “Claro que sí! De hecho ya la creó. Esa piedra se llama… Libre Albedrío”.
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