La “ilusión de verdad” es un mecanismo por el cual se llega a creer algo que es cierto sin serlo. Es un fenómeno muy analizado desde la psicología. Sucede porque hay un fallo en nuestro procesamiento de la realidad. Conscientes de esto, debemos saber que, para protegernos de las mentiras, debemos obligarnos a nosotros mismos a dejar de repetir falsedades. Y eso es algo que, en un contexto de tanta incertidumbre por la pandemia por COVID-19, es central para que tomemos las mejores decisiones como sociedad.
Durante 2020 hubo clases y fueron virtuales. Todos estuvimos de acuerdo. Y también acordamos que la virtualidad fue una ayuda enorme en un momento en el que las dudas superaban en número y contundencia a las certezas. En ese momento, se convirtió en un gran paliativo que nos permitió continuar de la mejor manera que pudimos con la educación. Además, sabemos que, a nivel general (por fuera del contexto pandemia) es una herramienta muy relevante para alcanzar con educación de calidad a estudiantes que están lejos de los centros urbanos, o bien que por distintos condicionantes no pueden acceder a la presencialidad. Pero no caigamos en la “ilusión de verdad” de pensar que resolvimos exitosamente para siempre el modelo educativo dominante solo con las clases virtuales. En todos los niveles educativos, necesitamos la presencialidad.
Los motivos de por qué necesitamos la presencialidad en educación son muchos y se han repetido muchas veces. Entre algunos de los argumentos más destacados: porque no todas las familias tienen el mismo acceso a la virtualidad y trabajar únicamente con modelos virtuales profundiza la desigualdad educativa; porque la educación no solo se limita a aprehender conocimientos, sino también conductas y hábitos sociales que no se pueden obtener en clases online; porque la riqueza de las clases presenciales (en especial para materias prácticas) no se puede lograr en los modelos virtuales; porque las familias y los alumnos necesitan una rutina que no se reemplaza con la virtualidad.
Buena parte de las escuelas y las universidades se adaptaron muy bien al modelo de la virtualidad. Pero no nos engañemos. Muchos quedaron afuera del barco y no sabemos cuántos se van a poder volver a subir. Y quienes, gracias al esfuerzo colectivo de docentes y alumnos lograron mantenerse a flote, necesitan volver a experimentar la presencialidad para completar con éxito su formación.
A los seres humanos, nos cuesta muchas veces aceptar los aspectos duros de la verdad y nos sentimos muchas veces más cómodos perpetuando ilusiones. Por eso, es importante sentarnos y asumir que, después de un año de virtualidad en educación, los modelos remotos nos ayudaron en la crisis (y nos ayudan en determinadas circunstancias donde la presencialidad no es una opción), pero lo que ahora nos queda es definir concretamente cómo se vuelve a lo presencial o cómo combinamos lo presencial con lo virtual mientras no se pueda volver a la presencialidad en un cien por ciento.
Afortunadamente, y después de un año en el que encontramos protocolos funcionales para casi todo -menos para hacer volver masivamente a los alumnos de los distintos niveles a los distintos establecimientos educativos-, las clases van a regresar a la presencialidad. ¿Pero cómo vuelven las clases? ¿Vuelven en todos los niveles?
Las clases vuelven a la presencialidad, pero no de manera completa. Los colegios vuelven con grupos divididos, con jornadas más cortas y, hasta donde sabemos, sin comedores. Y eso sucede en los establecimientos escolares. El nivel universitario está todavía más lejos de recuperar la presencialidad. Se piensa que, por tratarse de estudiantes que son jóvenes adultos, la virtualidad alcanza.
Nuevamente, no caigamos en la “ilusión de verdad”: también los estudiantes universitarios necesitan volver a sus estudios presenciales. Primero y principal, las clases presenciales para materias con desarrollo práctico permiten realizar experiencias que no se pueden replicar de igual manera en los hogares de manera remota. En segunda instancia, al igual que la escuela, la universidad es un ámbito clave en el desarrollo de la sociabilidad de los alumnos, sobre todo, en los primeros años de cursada. En tercer lugar, el modelo de clases presenciales establece dinámicas de interacción social entre el profesor y los alumnos que fomentan la participación de los estudiantes en debates que enriquecen su pensamiento crítico. Este relacionamiento difiere mucho del que se establece en los modelos virtuales o remotos.
El reclamo por la vuelta a la presencialidad en todos los niveles no supone una negación del impacto de la pandemia. Implica el pedido de garantizar que, mediante la implementación de protocolos de regreso seguro a las aulas, todos los alumnos (siempre que no haya factores de riesgo) en todos los niveles van a recuperar la presencialidad en educación. Y, por último, pero igual o aún más importante, involucra el compromiso para que en la Argentina, en este 2021, escuelas y universidades sean las últimas -y nos las primeras- que se cierran frente un recrudecimiento del brote epidemiológico.
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