Corría el verano de 1951, hace exactamente setenta años, cuando el general Juan Domingo Perón decidió una de las medidas más polémicas y controvertidas de su gobierno: la expropiación del diario La Prensa.
La Prensa era probablemente el diario de mayor alcance popular de la Argentina. Sus páginas otorgaban gran espacio a los avisos clasificados, fundamentales a la hora de buscar empleo. Al momento de ser confiscado, La Prensa vendía algo más de cuatrocientos mil ejemplares los días de semana y medio millón los domingos. La población argentina entonces era de menos de 20 millones de habitantes.
Naturalmente, la ley de expropiación pasó con comodidad en el Congreso. El peronismo mantenía una amplísima mayoría en la Cámara de Diputados y la totalidad de los miembros del Senado. El diputado por la Capital John William Cooke afirmó en la sesión del 12 de abril: “Estamos en contra de La Prensa porque creemos que diarios de esa clase son los que han minado la base de la nacionalidad, creemos que La Prensa es uno de esos obstáculos, como hay muchos en el continente, que han impedido o demorado todas las posibilidades de reivindicaciones proletarias en Latinoamérica”. Cooke sostuvo que “estamos con los obreros y estamos contra La Prensa, porque La Prensa siempre estará, como lo ha estado hasta ahora, contra los obreros y contra nosotros”.
La operación había comenzado semanas antes. Un conflicto gremial fue la excusa perfecta para la toma. En la noche del 25 de enero de aquel año, la planta del diario había sido rodeada por grupos armados. La edición del día 26 no pudo salir a la calle. Poco después su director, Alberto Gainza Paz, escapó en barco hacia el Uruguay desde donde viajaría a los Estados Unidos acompañado por su hijo Máximo.
La continuidad de la empresa fue otorgada a la Confederación General del Trabajo (CGT). Durante una asamblea, el 2 de marzo, su secretario general, José Espejo definió a La Prensa como “oligárquica, antiargentina, antiobrera y extranjerizante, puesta al servicio de los intereses capitalistas”. La leyenda “Ahora es argentina” fue adicionada por la nueva dirección debajo del cartel de La Prensa en la sede del diario, sobre la Avenida de Mayo, donde ahora funcionan dependencia del gobierno porteño.
La historia de la confiscación de La Prensa y el manejo de los medios por parte del aparato de propaganda peronista resulta inseparable de la figura del entonces Secretario de Prensa y Difusión, el talentoso pero controvertido Raúl Alejandro Apold. Su biógrafa, Silvia Mercado, autora de “El inventor del Peronismo” (2013) reflexionó que “aún sin La Prensa, sus lectores siguieron pensando más o menos lo mismo” y que los resultados terminaron siendo contraproducentes, toda vez que “apenas aumentaron su odio” hacia el peronismo.
Mientras lo dirigió la CGT, el diario observó las consignas propagandistas del gobierno pero su director Martiniano Pazo -recordado como un excelente periodista- formalmente se atuvo a ciertas expresiones de sobriedad profesional de las que carecían otros periódicos del régimen, como Democracia, El Laborista, El Líder. Su formato y diseño eran prácticamente idénticos al original, aunque tenían más despliegue las fotos, mayoritariamente de Eva y Perón. Obviamente, La Prensa de la CGT fue un fracaso. Mercado señaló que “no la compraban los peronistas, porque la veían demasiado tradicional, ni tampoco los antiperonistas, porque su contenido no lo era”.
Pero lo más relevante del caso La Prensa fueron las consecuencias indeseables que provocaría en la imagen externa del gobierno. Una catarata de editoriales condenando la violación de la libertad de prensa en la Argentina se reprodujeron en todo el mundo. El 12 de abril de ese año, el New York Times tituló en su portada que se había consumado un “atraco contra uno de los grandes diarios del mundo”. El 6 de abril, el influyente National Press Club llamó a un día de duelo para conmemorar “la muerte de La Prensa”. El caso alimentó las peores sospechas -en este caso infundadas- sobre las motivaciones del gobierno argentino: el Washington Post editorializó el día 4 de abril que Perón buscaba “conspirar con los soviéticos dado que existe poca distinción entre los totalitarismos de izquierda y de derechas”.
La medida fue adoptada probablemente sin advertir que la misma condicionaría los intentos del gobierno peronista por remediar sus relaciones con los Estados Unidos, un acercamiento que se profundizaría a partir del triunfo del general Dwight D. Eisenhower en las elecciones de 1952.
En junio de 1950 el propio Perón había asegurado que la Argentina estaba del lado de Washington cuando estalló la guerra de Corea. En aquel momento, el líder justicialista había interpretado que el conflicto en el Lejano Oriente presagiaba el inicio de la tantas veces anunciada tercera guerra mundial que en este caso enfrentaría a los EEUU y la Unión Soviética.
Otras promesas habían tenido lugar. Durante la gira del ministro de Hacienda Ramón Cereijo a los EEUU en procura de un crédito del Eximbank, a comienzos de 1950, éste había garantizado en nombre de Perón las seguridades de que dos diarios argentinos, La Prensa y La Nación, podrían continuar su publicación y dispondrían de abundante papel tan pronto como se resolviera la escasez de dólares de la Argentina.
El 12 de marzo, el subsecretario para Asuntos Hemisféricos Edward Miller afirmó “como todo hombre que cree en la libertad de prensa y como genuino amigo de la Argentina no puedo sino sentirme profundamente preocupado por la situación de La Prensa y sus empleados”.
En un cable de la Embajada norteamericana en Buenos Aires el 19 de abril se informaba a Washington que “la reacción de la opinión pública se limitó a la aprobación por parte de la prensa oficialista, a severos editoriales sobre la suspensión de los derechos humanos en “La Nación” y a una concentración numerosa y entusiasta que reunió a unas 20.000 personas en Plaza Constitución”. El cable, sin embargo, contenía una prudente advertencia dado que indicaba que “aún cuando muchos ciudadanos argentinos que no pertenecen a los altos niveles del gobierno condenan unánimemente la medida, resulta prematuro predecir si la expropiación de “La Prensa” ha sido un error político importante en relación a la supervivencia del régimen más allá de 1952″.
Pero, ¿qué motivó a Perón a adoptar una medida de esa naturaleza? En su biografía sobre Perón (1983) Joseph A. Page sostiene que fueron las dificultades económicas que el gobierno justicialista enfrentó desde 1949 las que intensificaron los intentos del régimen por contener las voces críticas y opositoras.
Ya a comienzos de aquel año Perón había advertido que los tiempos de bonanza que había vivido la Argentina de la inmediata posguerra habían quedado en el pasado. La realidad había obligado al líder a desprenderse del primer “zar” de la economía peronista, Miguel Miranda y a reemplazarlo por el equipo económico encabezado por Alfredo Gómez Morales. El deterioro del comercio exterior -especialmente con Gran Bretaña- sería una constante de los nuevos tiempos. En 1946, el gobierno británico se había visto obligado a decretar una fuerte devaluación de la libra esterlina, la moneda en la que estaban nominadas las acreencias de la Argentina provocando enormes dificultades para acceder a los dólares necesarios para las importaciones. De pronto, el triángulo económico entre la Argentina, el Reino Unido y los Estados Unidos se había vuelto imposible para nuestro país. Las dificultades se intensificaron cuando una fuerte sequía afectó al campo argentino poco después. Page explicó: “Tal vez haya sido la declinación de la economía argentina la que inspiró al gobierno para ahogar las fuentes independientes de información”.
Muchos años más tarde, el propio Hipólito Jesús “Tuco” Paz, quien era canciller en aquel momento, reconoció en sus Memorias (1999) que la expropiación “fue un error que nos trajo muchos dolores de cabeza”. Félix Luna sostuvo en su obra “De Perón a Lanusse” (1972) que “el silenciamiento del diario de los Paz fue uno de los errores más graves del régimen peronista: expresión de una mentalidad conservadora, sus opiniones no repercutían sino en el limitado núcleo de lectores que lo seguían”.
La confiscación de La Prensa terminó de perfeccionar la sistemática práctica de limitaciones a los medios que había impulsado el gobierno de Perón, una política de la cual se arrepentiría años después. Así lo explicó Julio Ramos en su obra “Los cerrojos a la prensa” (1993): “Perón llegó a la presidencia en 1946 con el aval de pocos medios. Sólo lo apoyaba un diario de la tarde, La Época, dirigida por Eduardo Colom (...) Sin embargo, disponía su nuevo gobierno de un decreto fechado el 3 de marzo de 1946, durante el régimen iniciado por la Revolución del 43 (lo había sancionado el entonces presidente, general Edelmiro J. Farrell), que sería crucial luego para amordazar a la oposición periodística. Era una autorización al Poder Ejecutivo para disponer el papel para diarios. El manejo del papel para imprimir, con distintos artilugios, permitiría por sí hacer la historia de las violaciones a la libertad de prensa en la Argentina”. El fundador de Ámbito Financiero destacó que “la distribución anual de esa materia prima, fundamental del periodismo escrito, se hacía mediante otros decretos. Era un mecanismo de evidente control de la prensa ya que, mediante normas oficiales, se determinaba directamente la cantidad de páginas con las que debía salir a la calle cada diario. Así, en octubre de 1948, La Nación y La Prensa, cuyas ediciones superaban las 30 páginas, pasaron a tener sólo 16”.
La Prensa fue devuelta a sus legítimos propietarios después de la caída de Perón, casi cinco años después y reapareció a comienzos de febrero de 1956, pero sus tiempos de gloria habían terminado. La confiscación de La Prensa tendría consecuencias entonces inimaginadas.
Los hechos posteriores demostraron que la expropiación de La Prensa fue, ante todo, un grave error político. Mercado reconoció que “por eso al volver en 1973, Perón ya no quiso dominar a los medios. Se dio cuenta que de nada le había servido ese esfuerzo”. Son incontables los testimonios de visitantes de Perón durante su exilio madrileño que recuerdan las palabras del viejo pero ya sabio general: “En 1945 tenía todos los medios en contra y llegué al poder... en 1955 tenía todos a favor y me derrocaron”.
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