¡Clases, sí!

Existe un consenso generalizado de que debemos reabrir las escuelas, pero volver a la presencialidad requiere de aulas seguras. Una cuestión tan importante no puede caer en la grieta ni discutirse al ritmo de la campaña electoral

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Escuela en la ciudad de
Escuela en la ciudad de Buenos Aires

Desde hace años en Argentina todos los debates terminan encasillados en “la grieta”. Pero, así como en la vida personal nada es blanco o negro, en los debates políticos, cuando se imponen los extremos, lo que pierde es el equilibrio, la mirada con perspectiva, y la posibilidad de buscar aquella virtud que planteaba Aristóteles: “el justo medio”.

En una entrevista reciente, Roberto Mangabeira Unger -ex ministro de Asuntos estratégicos durante el gobierno de Lula en Brasil- dijo: “Tenemos que profundizar la democracia para construir una democracia de alta energía que no necesite de la crisis para permitir el cambio”.

Si bien la política es conflicto, y ya lo dice el proverbio “las crisis son oportunidades”, lo cierto es que hay momentos en que como sociedad podemos buscar puntos en común sin que un tsunami económico o una guerra mundial nos obligue. Si bien estamos viviendo una de las más grandes crisis sanitarias a nivel planetario, la pandemia reformuló el orden de prioridades y argentinos y argentinas hace casi un año logramos consensos y puntos en común para cuidarnos y priorizar la salud.

El mismo desafío se plantea ahora frente al comienzo del ciclo lectivo 2021: hay consenso generalizado de que debemos reabrir las escuelas, comenzar las clases presenciales y encaminar el año escolar lo mejor que se pueda.

Pero esto no debe tapar el fondo. También tiene que ser un tiempo para revisar algunas de las cuestiones que vienen arrastrándose en materia educativa y que deberíamos analizar con este regreso.

Por un lado las clases virtuales pusieron en valor el rol de los y de las docentes y la necesidad de los niños y de las niñas de estar con sus pares, y quedó en evidencia la falta de conectividad y de herramientas para afrontar clases virtuales que permitan que todos los y las estudiantes accedan a la educación.

Por otra parte, creo que es imperiosa la necesidad de avanzar en un nuevo modelo de escuela que esté a la altura de estos nuevos tiempos y que pueda acompañar a los y las estudiantes en los procesos pedagógicos en cada uno de los niveles educativos.

Nada indica que vayamos a volver a la escuela que dejamos en marzo del año pasado, y todo indica que tenemos que pensar en políticas públicas acorde a estos nuevos tiempos que llegaron para quedarse y para transformar el sistema educativo.

Creo que es una oportunidad que tenemos por delante para mejorar la calidad de la educación si dejamos de lado las especulaciones personales y nos tomamos el tema con la responsabilidad y el compromiso que requiere la situación para hacer de la educación una verdadera política de Estado.

Tenemos el desafío de empezar a debatir la nueva escuela, la escuela de la post pandemia que sabemos no será como la conocíamos hasta ahora. Quizá debamos partir de lo virtuoso de la presencialidad y de lo bueno de la educación remota, garantizando las herramientas y la conectividad para todos los y las estudiantes de todos los niveles y la correspondiente capacitación docente para llevar adelante esa nueva forma de enseñanza.

Una vez más, salgamos del péndulo en el que nos pone la grieta. Ningún político ni política que tenga buena fe y vocación quiere frenar la presencialidad. Pero es indispensable que los gobiernos provinciales -en este caso que tienen a su cargo las escuelas- marquen el rumbo, los protocolos y den precisiones y garantías de cuidado. Hay que fortalecer la infraestructura, mejorar los insumos, garantizar mayores servicios. Vacunar a los docentes, testarlos en forma obligatoria. Y sobre todas las cosas garantizar la igualdad de acceso a la educación tanto para quienes van a escuelas de gestión privada como para quienes van a escuelas de gestión pública, y tanto para aquellos alumnos que van en forma presencial como para quienes por motivos de cuidado tienen que quedarse en sus casas y recibir clases solamente en forma virtual. Tenemos la obligación de garantizar el acceso a la educación de todos y todas las estudiantes y de hacerlo con responsabilidad para que no tengamos que volver a cerrar la escuelas porque se hicieron las cosas de manera apresurada, generando nuevos focos de contagios.

Volver a la presencialidad requiere de escuelas seguras. Mi hija empieza primer grado y mi hijo quinto grado. Los dos van a una escuela pública de la ciudad de Buenos Aires. Hasta el momento sabemos que no irán todas las semanas. Una semana tendrán clases presenciales y la otra virtuales. Entrarán todos los días en diferentes horarios y tampoco cumplirán la jornada de 4 horas tal como establece la jornada simple en la escuela a la que concurren.

El Gobierno porteño anunció la presencialidad pero “pecó” de apurado y en el impulso por salir a la cancha, no organizó con tiempo el funcionamiento concreto de este regreso y dio a conocer un protocolo lleno de vaguedades que además exige de las familias una dedicación exclusiva, y para quienes trabajamos nos resulta imposible de cumplir.

Es necesario en este tema como en todos los temas centrales, tener mayor previsibilidad.

Sabemos que es un año electoral. Y todo empieza a moverse en ritmo de campaña, pero no usemos a los y las estudiantes para eso y no expongamos ni arriesguemos la salud.

Sabiendo de la necesidad de que abran las escuelas, apelo a la responsabilidad de las autoridades del Gobierno porteño para que comencemos a discutir el fondo de la cuestión y empecemos a caminar de una vez hacia una educación inclusiva y moderna. No hay lugar para pensar en salidas individuales.

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