Querido Presidente

Fue un gran piloto de tormentas, con la tranquilidad de carácter, pero velocidad de visión y rapidez de ejecución, propia de los grandes estadistas

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Velorio del expresidente de la República Argentina, Carlos Saul Menem, en el Salón Azul  del Congreso de la Nación, (Fotos: Delfina Linares - Charly Diaz Azcue / Comunicación Senado)
Velorio del expresidente de la República Argentina, Carlos Saul Menem, en el Salón Azul  del Congreso de la Nación, (Fotos: Delfina Linares - Charly Diaz Azcue / Comunicación Senado)

En 1988 Menem me parecía un personaje exótico. Yo era un peronista “de Capital Federal”, y, con tal mentalidad, voté por Antonio Cafiero. Menem arrasó en la interna peronista (y luego en la presidencial) porque sabía comunicarse con la gente.

Tiempo después lo conocí, y me cautivó, como a todos, pero no solo por su simpatía, sino también por su conducción y su obra. Comprendí que Menem estaba dando inicio a una gran revolución en la Argentina, revolución que había propuesto y realizaba con toda decisión un nuevo contrato entre el Estado y la Sociedad, inspirado en el principio de subsidiariedad.

“Menem lo hizo”, efectivamente Menem hacía y “hacía hacer”. No era miembro de la clásica y viciosa tribu política del “vamos a…”, del “vamismo” nunca realizado. Hizo la revolución con eficacia y en un plazo corto, aunque su resultado hubiese necesitado más tiempo para echar raíces de una profundidad tal que hiciese de la marcha atrás un camino muy difícil. Lamentablemente dimos marcha atrás y volvimos a los vicios y decadencia de siempre. Menem nos sigue faltando.

Fue un gran piloto de tormentas, con la tranquilidad de carácter, pero velocidad de visión y rapidez de ejecución, propia de los grandes estadistas. Fue un gran estadista. No le tembló la mano con los “carapintadas”, tampoco tuvo dudas en poner “de patas para arriba” a todo el sector público estatal, con lo cual impulsó el crecimiento del sector privado, es decir, de la Sociedad. Enterró, con una medida revolucionaria, a la inflación que ya era una “hiper” con recesión. También en esto volvimos a las andadas, total siempre hay una “cosecha” (en realidad, el precio de los “commodities”) que nos salva. Menem no necesitó de cosechas, sino que construyó políticas de Estado basada no en ideologías sino en el sentido común y en la observación del mundo que nos rodeaba.

¿“Neoliberal”? No, simplemente peronista, es decir, no apegado a una ideología dogmática, sino a doctrinas adecuadas para la estrategia aconsejable en el momento, siempre guiado por principios fundamentales: realizar la comunidad organizada en los tres pilares de la justicia social, la libertad política y la soberanía nacional. Menem era, antes que todo, una buena persona. El político debe serlo, porque si la política es el “arte supremo de la vida colectiva”, como lo definía Pérez Galdós, nadie es artista sino se brinda con amor.

Menen perdonó a sus enemigos, a los que lo persiguieron, lo encarcelaron, lo confinaron. Simbolizó –a veces los signos son los que engendran las obras- su sentido de la unidad con la visita al Almirante Rojas en el lecho de enfermo. Menem no quería grietas sino puentes, diferencias sino acuerdos, contradicciones sino correcciones.

Nuestro Francisco considera a la política, a la buena política, como un ejercicio de la Caridad, pero de la Caridad con mayúscula, aquella que es la más importante de las virtudes teologales. La Caridad todo lo salva, incluso a las muchas faltas que podamos tener, porque todos, hijos de Adán, somos pecadores. Así podemos esperar y creer que Menem está, ahora mismo, siendo recibido en la Casa del Padre, para participar del banquete del amor, del banquete que, sin tiempo, es un eterno presente.

Allí, si Dios quiere, nos volveremos a ver, querido Carlos, querido Presidente.

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