En nuestro calendario conmemorativo abundan fechas necrológicas: 20 de junio, 17 de agosto, 11 de septiembre. Todas muestran esa intención de conmemorar el fin y no el comienzo de figuras destacadas de la Argentina, que promovieron beneficios de libertad, educación, ciencia y muchos otros para el país. Como si con ello se quisiera concluir un proceso, una idea y no abrirla, permitiendo así el debate.
Pero porqué inicio este artículo contando ésto: justamente porque el 15 de febrero del año 1811 -es decir hace 210 años-, nació el hombre que cambiaría el destino de la naciente república: Domingo Faustino Sarmiento. Un hombre que con sus claroscuros sigue vigente, con quien seguimos discutiendo o presentando nuestros respetos. Este “Hijo de la patria” como a él le gustaba definirse, ya que nació nueve meses después del 25 de mayo de 1810, tuvo como objetivo la consolidación de un país periférico como lo era la Argentina, para que se transformara en un sistema local independiente, tomando como modelo las bases modernas europeas y norteamericanas.
Con una educación formal limitada, plagada de desaires y desavenencias educativas, pero que no le hicieron perder esa curiosidad y gran tenacidad, experimentó e investigó sobre temáticas de la más diversa índole que, según su perspectiva, serían altamente beneficiosas para el progreso del país. Su frustración en el aprendizaje institucionalizado, devino en un análisis minucioso de los sistemas educativos europeo primero y estadounidense después. Eso lo llevó a implementar innovaciones importantísimas en ese campo, como la incorporación de laboratorios y bibliotecas en los establecimientos educativos, el viraje en los métodos de estudio de las ciencias geográficas, mediante la utilización de mapas y no por memorización, o los métodos graduales de lectura, para facilitar el aprendizaje, no sólo para quienes transitaban la niñez sino también la edad madura. Es por ello que no debe sorprendernos que haya sido un autodidacta, que llegó a ser nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Michigan. Sarmiento, además experimentó una gran admiración por el país al norte de América, debido a la horizontalidad democrática, su fluido comercio, las vías de comunicación, el telégrafo, la educación pública y el sistema de propiedad de tierras. Cosas que intentó replicar en nuestro país.
Por otra parte, Sarmiento tomó el desarrollo de las ciencias como bandera: fomentó el cultivo de la uva varietal malbec, impulsó investigaciones en el ámbito de la medicina, creó el Observatorio Nacional y la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba, propició la primera Exposición Nacional Tecnológica, en 1871. Adelantos todos, que permitieron al país transformarse en un polo científico a fines del siglo XIX y que provocarían que el mundo tornase su mirada hacia el hemisferio sur.
No por nada su proyecto de país moderno se sustentaba sobre tres pilares, desarrollo científico, educación y trabajo. Su personalidad penetrante y sus obsesiones hicieron que concretara proyectos impensados en una Argentina con perspectiva de producción muy baja. Por eso, aquella frase que escribe en su libro Viajes, nos sirve para entender a ese hombre joven, lleno de proyectos “Las sociedades modernas tienden a la igualdad, ya no hay castas privilegiadas y ociosas, la educación completa al hombre, que se da oficialmente y sin distinción. La industria crea la necesidad y la ciencia nuevos caminos para satisfacerla”.
Pero como toda persona de fuertes convicciones era irascible, intempestivo y con contradicciones, que también nos hablan de alguien que reconocía sus errores y buscaba enmendarlos. Tuvo durante su vida fuertes discusiones con sus contemporáneos, de hecho aún hoy seguimos enojados con posturas o actos considerados a nuestros ojos, imprudentes, discriminatorios o agresivos. Pero por otro lado, tuvo actitudes que a nuestro entender son de avanzada, como su reconocimiento a las mujeres, equiparándolas a sus pares del género opuesto. O aceptar la paternidad a los 21 años, estando soltero, sin recursos y desterrado. Aquel enamoramiento con su alumna de 17 años, una adolescente de clase acomodada, donde una hija sin matrimonio sería un deshonor, lo llevó a responsabilizarse de su pequeña y volver a su país, para que su madre Paula Albarracín se encargara de criarla.
Faustina no fue su única descendencia, años más tarde reconocería legalmente a Domingo Fidel, hijo de Benita Pastoriza, quien fue su única esposa legal, luego de haber enviudado de su primer esposo, y su única separación formalizada.
Hijos que nacieron cuando Sarmiento atravesaba circunstancias diferentes su vida: en 1832 Faustina, siendo un joven que exploraba la docencia y en 1845 Dominguito, año muy álgido para él en Chile, que se destacó por la publicación de Civilización y Barbarie, libro considerado su obra esencial, y su primer viaje a Europa y América, que cambiaría su visión sobre la educación. Esos 13 años de diferencia entre hermanos, ambos nacidos en Chile, además de sus crianzas, marcarían las relaciones de paternidad, su primogénita solicitaba atención constante de su padre, mientras por el contrario Dominguito era más distante en la relación. Esto puede leerse en las cartas que intercambiaban y que hoy encontramos en el archivo del Museo Histórico Sarmiento.
Así entonces podemos ver la necesidad de atención de su hija, según las palabras de la propia Faustina: “Ojala yo pueda salir algún día de esa fatalidad con que he nacido y pueda en San Juan besar esa mano y estar al lado de ese padre tan lleno de méritos que Dios me ha dado y que todo el mundo vea que su hija está a su lado, mientras tanto queda aquí ignorada”.
Sarmiento no perdió oportunidad para escribir cartas a sus hijos, hermanas y nietos, dando consejos por momentos imperativos de cómo pintar, escribir, o moverse en las relaciones cotidianas. Y aunque a Faustina le dedicó un abultado número epistolar, no escribió un libro sobre ella, aunque sí lo hizo por Dominguito, muerto muy joven en la batalla de Curupayty. Aquel libro lo escribiría en dos oportunidades pero con intenciones y contenidos distintos: el primero lo redactó estando en Estados Unidos como Ministro Plenipotenciario del Gobierno de Mitre en el año 1866, al enterarse de su muerte, era una prosa desgarradora de un padre que llora la muerte de su descendencia (manuscrito que argumentó haber extraviado y que fue publicado post mortem) y luego en los últimos años de su vida escribió y publicó “La vida de Dominguito”, libro que pretendió ser el memorial de un prócer construido.
Su vida fue atravesada por la política, donde su principal método de relación fue la confrontación y el debate, con objetivos que buscaron modificar el entramado social, económico y político del país con el que no estaba de acuerdo. La idea de la conformación de un Estado-Nación centralizado, donde se desarrollaran ideas de libertad, igualdad y civilidad fueron sus principales obstinaciones, y serán parte de los enigmas e interrogantes que lo siguieron a lo largo de su vida. Para él la república era el logro de la civilización moderna, frente a lo que consideraba la nada, la barbarie como parte de la herencia colonial que debía ser modificada a cualquier costo.
Ese hombre público, entonces se fue delineando con la experiencia que le dio cada viaje, cada exilio, cada comisión. Sumado a su avidez por la lectura, sus producciones literarias, periodísticas y pedagógicas que conformaron el collage de un personaje complejo, difícil de entender y plagado de inquietudes, muchas de ellas convertidas en obra durante su presidencia. Sus gestos personales pre-figuran al político, y cada acto de gobierno nos señala una gestión vertiginosa, activa, revolucionaria. Las ideas que fue desarrollando y modificando a lo largo de su vida, se conjugan en la mirada de sí mismo que muestra en sus últimos días, habitando la casa en Asunción del Paraguay, cuando escribió su testamento, el cual resume su personalidad, convicciones y ambiciones: “Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo a todo lo que creí bueno y coronada la perseverancia con el éxito… yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millares en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubiertos de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a hurtadillas”.
Entonces, ¿por qué celebrar el fin de los procesos? Habría que virar, cambiar de actitud, integrándolos entonces, a nuestra contemporaneidad, sin dejar de confrontar, debatir, tener una mirada crítica sobre esos hombres que fueron parte de la construcción de lo que hoy somos como nación, pero considerarlos como fundantes de esta compleja sociedad, enfrentada por momentos, asociada por otros.
Seguí leyendo: