El último caudillo

Consiguió, con su modo provinciano, en paz, con buena administración y sanas políticas, que el país recuperara el tiempo perdido en disputas fratricidas y el esfuerzo esterilizado por una organización económica anticuada e ineficiente

Carlos Menem cuando era gobernador de La Rioja

Cuando apareció en la escena política fue fácil distinguirlo por sus patillas inconfundibles que remedaban las de Facundo Quiroga, a quien admiraba públicamente, quizás tanto como a Joaquín V. González, aunque a éste más reservadamente; ambos prohombres de su tierra riojana.

Tenía la imagen de un personaje del siglo XIX, pero fue precisamente el Presidente de aspecto anacrónico quien nos insertó en nuestro tiempo.

Sus presidencias consecutivas tuvieron lugar cuando en el mundo caía el muro de Berlín y se derrumbaba la Unión Soviética, poniendo fin a la guerra fría. El mundo libre conquistaba Europa del Este, el Asia impresionaba con su progreso y Estados Unidos quedaba como la única superpotencia.

Fue precisamente el Presidente de aspecto anacrónico quien nos insertó en nuestro tiempo.

Era el momento para pacificar el país y encarar las grandes reformas que permitieran mejorar la situación de la gente, modernizarlo, atraer inversiones, reconstruir la moneda, el sistema financiero y el mercado de capitales.

Su imagen de caudillo lo destacó tempranamente. Fue designado para despedir a Perón, pero también perseguido y encarcelado, sin permitir que la vanidad ni el odio anidaran en su corazón. No le temió a nada, salvo a Dios.

Esa imagen cautivó al pueblo que lo siguió y no fue defraudado. Ganó dos veces la Gobernación de La Rioja; en el 88 ganó las primeras internas libres del peronismo después de la muerte de su líder histórico, del golpe del 76, de la derrota del 83 y la necesaria renovación que lo tuvo como uno de sus protagonistas; un año después, ganaba las elecciones presidenciales y de nuevo en el 95, superando entonces el 50% de los votos sin balotaje y en medio de la crisis del tequila.

Recibió el país en cesación de pagos, en medio de la hiperinflación y la depresión económica, con violentos estallidos sociales que precipitaron la renuncia de Alfonsín, y cuando entregó el poder diez años después, gozaba del crédito nacional e internacional, no había inflación ni precios máximos, cuidados o como se llamen y, por lo tanto, no se deterioraban los salarios ni las jubilaciones, tampoco había retenciones a las exportaciones ni eran necesarios subsidios a los servicios públicos.

La inversión y las exportaciones llegaron a sus máximos históricos.

Creyó fundamentalmente en la libertad de expresión. Inmediatamente después de asumir el poder, privatizó los canales de televisión y las estaciones de radio, y dio gran impulso a la televisión por cable y satelital

Se modernizó la infraestructura del país en todos sus órdenes. Del sistema energético (petróleo, gas, energía atómica, energía eléctrica, y su transporte y distribución), del sistema de transporte terrestre, aéreo, marítimo y fluvial (rutas, accesos a las grandes ciudades, puertos, vías navegables, etc.), de los servicios públicos domiciliarios (teléfonos, agua, luz y gas) y de las telecomunicaciones del nuevo siglo (telefonía móvil e internet en competencia). Se construyeron hospitales, escuelas y se desarrollaron planes de viviendas para todas las clases sociales.

¿Cómo lo hizo? En el marco de la Constitución y de las leyes, con el apoyo del pueblo cuya confianza se había ganado, y ejerciendo plenamente sus atribuciones presidenciales en una sociedad libre.

Creyó fundamentalmente en la libertad de expresión. Inmediatamente después de asumir el poder, privatizó los canales de televisión y las estaciones de radio, y dio gran impulso a la televisión por cable y satelital. Los agravios mediáticos, que fueron muchos, no lo ofendían, a tal punto que derogó la figura del desacato.

Cuando entregó el poder diez años después, gozaba del crédito nacional e internacional, no había inflación ni precios máximos, cuidados o como se llamen y, por lo tanto, no se deterioraban los salarios ni las jubilaciones, tampoco había retenciones a las exportaciones ni eran necesarios subsidios a los servicios públicos

Dispuso, con el apoyo del Congreso, una profunda reforma del Estado y mediante normas legales de emergencia, limitadas en el tiempo, desarmó la máquina de impedir que obstaculizaba el desarrollo eliminando prebendas, racionalizando subsidios, desregulando y promoviendo el desarrollo en todo el país.

Se privatizaron las empresas públicas deficitarias, que dejaron de perder plata y comenzaron a pagar impuestos en mercados competitivos, donde era posible, y con regulaciones modernas, donde no lo era.

Luego de sufrir los coletazos de la hiperinflación que sus primeras medidas no habían podido conjurar, también mediante ley del Congreso, declaró la convertibilidad de la moneda que se mantuvo estable desde entonces y hasta más de dos años de finalizado su gobierno.

La contrarrevolución productiva que sucedió a partir del 2001 y se extiende hasta nuestros días es harina de otro costal y amerita un artículo aparte.

Junto a Raúl Alfonsín

Estabilizada la moneda y con el prestigio ganado de las reformas que ya se habían encarado y aquellas que estaban por venir, se consolidó la deuda interna, y se renegoció la deuda externa, tanto con los bancos acreedores en el contexto del Plan Brady, como con las demás naciones que nos habían asistido garantizando inversiones en décadas anteriores en el marco del Club de Paris. Se acordaron también programas de apoyo financiero con el FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Eximbank de Japón, entre otros, y se reaccedió al mercado internacional de capitales, que fue fluido hasta el año 2001, tanto para la Nación como para las Provincias y municipios.

Se modernizó la legislación de patentes y marcas para adaptarla a los cánones mundiales, se reformó la ley de quiebras y se introdujeron reformas legislativas en numerosos campos, destacándose los instrumentos diseñados para potenciar la construcción privada de viviendas, urbanizaciones, oficinas, fábricas e instalaciones de todo tipo y el equipamiento de empresas y familias, como la ley de fideicomisos, leasing, cédulas hipotecarias, etc., institutos que luego fueron incorporados al Código Civil y Comercial.

Estabilizada la moneda y con el prestigio ganado de las reformas que ya se habían encarado y aquellas que estaban por venir, se consolidó la deuda interna, y se renegoció la deuda externa, tanto con los bancos acreedores en el contexto del Plan Brady

En el campo del trabajo y la seguridad social otorgó a los trabajadores, jubilados y pensionados el bien más precioso: la estabilidad de sus ingresos, que cobraban en moneda fuerte. Pero también desreguló las obras sociales sindicales, permitiendo su libre elección por los trabajadores, puso en marcha y respetó las negociaciones colectivas y creó el sistema de protección integral contra los riesgos del trabajo, protegiendo verdaderamente a los trabajadores y sus familias sin la necesidad de costosos juicios. Puso en marcha también la reforma previsional, otorgando a los trabajadores la posibilidad de elegir entre el sistema de reparto –que de todos modos se mantuvo para otorgar la prestación básica universal– y el sistema de capitalización, mediante el cual podrían mejorar sus ingresos futuros mientras financiaban la inversión productiva.

En cuanto a lo institucional, enfrentó con decisión la última sublevación militar y encaró la reforma de la Constitución que concretó en 1994 mediante un pacto con Alfonsín. Más allá de toda polémica, lo cierto es que se llegó allí a una síntesis después de las profundas confrontaciones del siglo XX, y fue votada por todo el arco político del país en una convención en la que el oficialismo no tenía mayoría absoluta ni podía ejercer el poder de veto, propio de la legislación ordinaria.

Podía tomar el té con la Reina de Inglaterra, jugar al golf con Bush o Clinton, visitar a Juan Pablo II o reunirse con los líderes rusos, chinos, árabes, israelíes o palestinos, sin ningún problema

En lo internacional, encuadró el conflicto con Gran Bretaña por las Islas Malvinas, fundó el Mercosur, participó como aliado en la Guerra del Golfo y se ganó la confianza de los principales líderes mundiales. Podía tomar el té con la Reina de Inglaterra, jugar al golf con Bush o Clinton, visitar a Juan Pablo II o reunirse con los líderes rusos, chinos, árabes, israelíes o palestinos, sin ningún problema. Argentina era un país respetado y admirado por todo el mundo.

Argentina vivía finalmente en su tiempo. Aquellas glorias habían vuelto.

El último caudillo había conseguido, con su modo provinciano, en paz, con buena administración y sanas políticas, que el país recuperara el tiempo perdido en disputas fratricidas y el esfuerzo esterilizado por una organización económica anticuada e ineficiente, y nos permitió ingresar al nuevo milenio preparados para afrontar otros desafíos.

Lo que hizo la dirigencia posterior volviendo a aquella organización que tan malos resultados había dado, reafirma la absoluta actualidad de su obra y su legado a las nuevas generaciones: no hay desafíos, por difíciles que parezcan, que no podamos superar con sensatez, determinación y convicción.

Seguí leyendo:

La presidencia de Carlos Menem: desafíos, logros y fallas económicas de su gobierno

Para vencer el miedo de la oposición, Menem nombró ministro de Economía al CEO de la empresa más grande de la Argentina

Menem y sus circunstancias