El futuro de las PASO: estrategias y cambio de reglas

Modificar las pautas electorales sobre la marcha es la peor forma de comenzar a recuperar la confianza en la política

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Urnas resguardadas antes del escrutinio definitivo en las primarias de 2017
Urnas resguardadas antes del escrutinio definitivo en las primarias de 2017

Ocupando un espacio cada vez más relevante en la agenda pública, pero aún sin una clara definición por parte de los principales actores políticos, el futuro de las PASO sigue su camino incierto. Si bien la tendencia en los oficialismos provinciales es a inclinarse por una suspensión coyuntural de la norma sancionada en 2009, lo cierto es que, como ocurre en la opinión pública, en la política no existe (aún) una clara mayoría de voces a favor o en contra.

No son pocos los analistas y los expertos en sistemas electorales que señalan lo relevante de tomar las decisiones vinculadas a las reglas y normas que traducen votos en bancas y cargos bajo un extendido y mayoritario consenso. El prestigioso politólogo alemán Dieter Nohlen remarcó a lo largo de su obra que, sin importar de qué sistema electoral se trate o qué configuración particular se decida, todo esquema escapa de la ingenuidad y tiene impactos directos sobre el sistema político en su conjunto. Así, en tiempos de incertidumbre, baja participación electoral y un preocupante descontento con la política, lo relevante es que todas las decisiones vinculadas a las reglas de juego de la democracia sean tomadas a partir de amplios consensos.

En el contexto de este particular 2021, las PASO pueden ser una herramienta relevante, no solo para una atomizada oposición sin un liderazgo claro y competitivo, la izquierda y las nuevas fuerzas como las que representan Espert, Milei y Gómez Centurión, sino también para el oficialismo.

Estrategias electorales mirando las PASO

No existe coalición en el mundo que, tanto en su instancia electoral como en su etapa de gobierno, no atraviese tensiones y desavenencias internas. Si esto no tuviera lugar, más que una coalición, estaríamos frente a una organización verticalista sin diversidad, matices y heterogeneidad. Nadie que entienda este natural principio de las coaliciones políticas puede sostener que las disputas internas, los roces y las negociaciones puedan significar un problema. Por lo contrario, dan muestra de vitalidad, siempre y cuando, claro está, existan instancias adecuadas para procesar y zanjar esas diferencias de forma democrática.

A la coalición que hoy gobierna el país le tocó atravesar uno de los contextos más difíciles de las últimas décadas. Quizás, por sus altas dosis de incertidumbre y permanente estado de conmoción social es sólo comparable con la crisis de 2001, salvo que en lugar de tratarse de un fenómeno condensado en jornadas puntuales como el 19 y 20 de diciembre de aquel año, aunque por cierto con consecuencias extendidas bastante más allá, el actual contexto se extendió ya por el plazo de casi un año. Esto sin dudas fue un factor que alimentó los roces internos, el choque de criterios y la disputa por asignar las responsabilidades por las consecuencias de las decisiones tomadas.

Si bien hay discusiones y acuerdos que son eminentemente del ámbito privado y no plausibles de llevar a la arena electoral, algunas de esas negociaciones sí podrían ser propicias para dirimirse compitiendo en elecciones primarias. Por ejemplo, parte de la evidente tensión interna que tiene lugar en el Frente de Todos podría ser dirimida en elecciones PASO, invistiendo de mayor legitimidad a la gestión actual y a sus principales líderes políticos a nivel nacional, provincial y local.

Como ha sido un distintivo de las PASO en Argentina desde su sanción hacia 2009, no son los oficialismos de turno quienes recurren a ellas con mayor empeño. De hecho, si se observa con detalle, nunca un oficialismo nacional las usó. Pero sí hubo mayor apelación a las PASO por parte de distintos espacios en la oposición. La fuerza que más utilizó este mecanismo fue, sin duda, la izquierda, logrando no solo transitar un notable recambio generacional plasmado en el “enroque” entre Jorge Altamira y Nicolás Del Caño, sino que además generó un inusitado interés por una parte de la sociedad, movilizando nuevas voluntades que se acercaron por primera vez a ese espacio, y consiguiendo metas de votación históricas para dicha fuerza. En otras palabras, el gran acierto de la izquierda utilizando las PASO fue el mostrarse como una fuerza dinámica, competitiva, con matices internos que pueden procesarse de cara a la sociedad y con una notable capacidad de adaptación a los tiempos comunicacionales que corren. Algo que también es visto con atención en el otro extremo ideológico, ya que adquirir mayor visibilidad y competitividad es el gran desafío que enfrenta el heterogéneo espacio que integran dirigentes como Espert, Milei o Gómez Centurión, entre otros.

Del mismo modo, las PASO jugaron un papel clave en la carrera presidencial de Mauricio Macri en 2015. Sólo a partir de que la interna entre Elisa Carrió de la Coalición Cívica, Ernesto Sanz de la Unión Cívica Radical y el líder del PRO se dirimió en elecciones PASO, la coalición Cambiemos pudo mostrarse como una fuerza plural y democrática, capaz de contener a todos sus espacios y aprovechar lo mejor de cada uno. Algo parecido podría tener lugar este 2021 en Juntos por el Cambio, ya que hay por lo menos tres liderazgos visibles en el PRO (Patricia Bullrich, Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta) y dos tendencias distintas en el radicalismo (un sector con mayor afinidad a Macri y otro con mayor tendencia a la recuperación de una identidad propia). Si bien en ninguna de estas tendencias y liderazgos pareciera estar en juego la continuidad de la coalición, es evidente que, dependiendo de quién gane el espacio y logre imponerse hacia adentro de sus propios partidos en primer lugar y a nivel del frente político luego, tendrá una notable incidencia en la estrategia general en el corto y mediano plazo.

Las reglas de juego

Modificar las reglas de juego sobre la marcha es la peor forma de comenzar a recuperar la confianza en la política extraviada al calor de recurrentes crisis de representación y coadyuvar a la legitimidad de un resultado, ya sea favorable o perjudicial para determinado espacio político. No vivimos en tiempos en los que la confianza de los electores hacia la política, los políticos o las instituciones de gobierno, abunde. Por lo contrario, son épocas de desconfianza, de un profundo clima de pesimismo que puede redundar en desmotivación en el ir a votar, apatía en el involucrarse con proyectos políticos y en desinterés por conocer propuestas y rostros. La democracia no sólo depende del compromiso de los electores, sino también de la calidad y el compromiso responsable de los políticos.

Si bien la participación electoral no suplanta a la participación política en su conjunto, el politólogo alemán (Nohlen) remarca la importancia de la participación electoral como el “más central de los canales de vinculación del electorado y de sus preferencias políticas”. De hecho, el autor señala tres razones que refuerzan esta idea y demuestran la importancia de no tomar decisiones apresuradas. La primera remite a que la participación electoral se traduce en la mayor participación de los ciudadanos en la política, ya que la militancia, la asistencia a eventos políticos o cualquier otro tipo de vinculación tiende, cada vez más, a limitarse a un reducido grupo. La segunda razón gira en torno a que la participación electoral es la más clara expresión de los ciudadanos respecto a sus preferencias políticas, tanto en apoyo como en descontento. La tercera razón es que la participación electoral es una de las actividades que afecta de manera mas notable al resto de la política, ya que de su resultado se desprende el futuro de sus funcionarios.

La responsabilidad de la política en su conjunto, en un año en el cual lo previsto era que las PASO se apliquen, es poder decidir si esto tendrá o no lugar como fruto del consenso transversal a las fuerzas políticas. Como parte de la titánica tarea por convertirnos en un “país normal”, necesitamos reglas de juego estables y aceptadas por todos, y romper de una vez y para siempre con una tendencia que ha atravesado ya muchas décadas: que las reformas electorales se planteen siempre como herramientas para solucionar los problemas de la clase política y no necesariamente del sistema político y el funcionamiento democrático.

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