La pandemia impacta sobre las elecciones en Europa

Alta abstención, elecciones pospuestas y resultados inciertos. Los efectos de la tercera ola de COVID-19 parecen estar condicionando los escenarios electorales durante 2021

Marcelo Rebelo de Sousa, Pedro Sánchez, Mark Rutte, Emmanuel Macron y Angela Merkel

Las elecciones que el pasado 24 de enero definieron la reelección de Marcelo Rebelo de Sousa como Presidente de Portugal, expusieron algunos factores que pueden resultar válidos para analizar un panorama electoral europeo que, durante 2021, tendrá varias instancias más de relevancia política. Sobre todo, porque aquellos comicios se realizaron en un momento en que la crisis sanitaria alcanzaba su mayor nivel de intensidad en dicho país, en un contexto general en que la tercera ola de contagios está impactando con fuerza en gran parte del continente.

Dado que la elección presidencial portuguesa no implicaba de manera directa al gobierno en funciones del primer ministro socialista Antonio Costa -a tal punto que su partido (PS) no postuló candidato oficial a la contienda y dio apoyo tácito a Rebelo de Sousa-, la principal significación política estuvo en la contundencia numérica que tuvo el triunfo de la centro derecha del PSD. El reelecto Presidente (cargo que tiene funciones mayormente formales) obtuvo la victoria con un 60,7% de los votos, contra un 13% de la candidata socialista independiente Ana Gomes. El tercer lugar obtenido por la fuerza de extrema derecha Chega! (11,9%), si bien diluyó el impacto que esperaba capitalizar su líder André Ventura (aspiraba al segundo puesto), expuso el notable crecimiento de un espacio que en las elecciones anteriores había sumado apenas el 1,2%.

El virus, en el contexto del pico de casos ya mencionado, parece haber jugado un papel directo (y previsible) en el nivel de participación: la abstención registró un récord histórico del 61,5%. Aún así, no se aprecian indicios de que ese factor haya tenido incidencia en los resultados finales (menos aún al tratarse de elecciones que no plebiscitaban una gestión de gobierno).

Distinto sería el caso en las inminentes elecciones del próximo sábado 14 de febrero en la comunidad autónoma española de Cataluña. El escenario catalán se presenta condicionado por su carácter bidimensional, que desde 2012 se ha inclinado con gran preponderancia hacia el eje de la cuestión de la independencia, y en desmedro del tradicional eje izquierda-derecha que desde el regreso de la democracia ha ordenado la política española.

Sin embargo, el prolongado estancamiento del proceso independentista ha ido generando un notorio desgaste y hartazgo social, que ahora parece traducirse en desinterés de parte de buena parte del electorado catalán. Ello, sumado a la actual situación de crisis socioeconómica, y al temor a exponerse ante las elevadas cifras de COVID, preanuncia un alto nivel de abstención. La paradoja sería que una participación muy baja podría beneficiar a los partidos independentistas, con un electorado más movilizado que el de los partidos “constitucionalistas”.

Ante este panorama, el gobierno socialista de Pedro Sánchez puso todas sus fichas en su ahora ex ministro de Sanidad, Salvador Illia, para presidir la Generalitat. Para la mayoría de las encuestas, el socialismo catalán (PSC) estaría disputando el primer lugar en torno al 22% de los votos, con los partidos independentistas Esquerra Republicana (ERC) y Juntos por Catalunya (Junts). No obstante, la gran incógnita es si la suma de los escaños que sumen las distintas fuerzas del independentismo volverá a lograr la mayoría absoluta, necesaria para formar un gobierno.

El otro aspecto saliente estará dado por la cantidad de escaños que logrará Vox, hoy tercera fuerza a nivel nacional. El partido de derecha busca irrumpir en el Parlamento catalán a expensas del Partido Popular y, sobre todo, de Ciudadanos, que en las elecciones pasadas había obtenido el primer lugar y, según los sondeos, ahora perderá un importante número de parlamentarios.

Poco más de un mes después de los comicios en Cataluña, el 17 de marzo, se llevarán a cabo elecciones legislativas en los Países Bajos, donde el actual primer ministro Mark Rutte buscará su cuarta reelección consecutiva. Más allá de la crisis política que llevó al gobierno a dimitir semanas atrás -producto de un resonante caso de corrupción y racismo-, y dejó a Rutte en carácter de “interino”, es alta la perspectiva de que su fuerza de centro derecha, el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), pueda formar un nuevo gobierno con apoyo de sus aliados democristianos y de centro.

En un escenario de gran fragmentación de partidos, las encuestas estiman que VVD obtendría el primer lugar con 26%. A eso sumaría los votos de CDA, D66 y CU, lo que le dejaría más que allanado el camino en el Parlamento, y muy lejos de quien perfilaba como la principal amenaza, Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad (PVV), de extrema derecha, que obtendría un 13%.

En este sentido, la aparente ratificación de Rutte (y el estancamiento de Wilders) podría deberse al rédito obtenido por la “cuarentena inteligente” aplicada con gran consenso desde el inicio, laxa en las medidas y que ubicó a los Países Bajos con resultados comparativamente mejores a la media europea. Pero, también, a las posteriores medidas de confinamiento estricto aún vigentes (que incluso llevaron a graves disturbios en varias ciudades hace días). Así, Rutte parecería haber capitalizado los dos momentos: el inicial, de demanda de libertades por derecha; y el actual, de reclamo de acciones drásticas y contención social, por izquierda.

En marzo también estaba previsto que hubiera elecciones regionales y departamentales en Francia. Pero bajo el argumento de las “circunstancias de gravedad excepcional” por la pandemia, recientemente fueron postergadas para junio y supeditadas a que el Parlamento las ratifique a partir de un informe sanitario que un consejo científico deberá producir antes de abril.

Más allá de la objetivamente complicada situación sanitaria, con un promedio de contagios y muertes que se mantienen en niveles muy altos desde octubre, no pocos ven en este nuevo aplazamiento electoral (ya se habían pospuesto las municipales de marzo a junio en 2020) una maniobra de Emmanuel Macron. Con el antecedente de la dura derrota de sus candidatos en 2020, el Presidente francés enfrenta un presente político muy complejo, y otro posible traspié electoral de su partido lo dejaría aún más debilitado. Y a su vez, podría fortalecer más a potenciales rivales de cara a las presidenciales de 2022, como Marine Le Pen, líder del partido de derecha extrema Reagrupamiento Nacional (RN), a quien los sondeos muestran en crecimiento.

La situación se proyecta muy distinta en Alemania, donde si bien los más de siete meses que faltan para las elecciones federales del 26 de septiembre representan un lapso por demás extenso para precisar un escenario, la dinámica política marca un pulso sostenido de estabilidad.

Aún a pesar de un empeoramiento general de la situación sanitaria -que llegó a su pico a fines del año pasado, pero muestra un descenso gradual en lo que va del 2021-, y de las críticas y tensiones en la coalición de gobierno por la lentitud en el plan de vacunación, se prefigura un horizonte bastante favorable para la centro derecha liderada por Angela Merkel. Aunque la actual Canciller ya ratificó su retiro definitivo luego de 16 años al frente del país, de acuerdo con las encuestas su sucesor emergería de la puja de su propio partido Unión Democristiana (CDU) con su socio Unión Social Cristiana (CSU), con poco margen de éxito para los candidatos de la centroizquierda (SPD, Verdes) o de la derecha (AfD).

Podría afirmarse, finalmente, que los efectos de la pandemia, intensificados por el recrudecimiento de casos en casi toda Europa desde fines de 2020, están incidiendo de manera dispar en los actuales procesos electorales. La alteración más directa parece estar dándose en variables como el aplazamiento de elecciones (Francia) o en los niveles de abstención (Portugal, o como se prevé ocurrirá en Cataluña, aunque con distintas lógicas aparentes de incidencia en los respectivos escenarios). No obstante, a priori sería conjetural asignar a esas alteraciones un efecto concreto en los resultados electorales.

Al mismo tiempo, resulta posible que algunos oficialismos o partidos de oposición puedan beneficiarse (o perjudicarse) electoralmente por el contexto pandémico, como podría llegar a ocurrir en los Países Bajos. Aunque tanto en el caso de los gobiernos que reeligen, como de los partidos que muestran un crecimiento electoral exponencial o se consolidan (Chega! en Portugal, o posiblemente Vox en Cataluña), deberá hacerse un análisis en profundidad que considere, además de la incidencia que puede estar teniendo la crisis sanitaria, la dinámica propia que se viene dando en los procesos políticos de cada país.

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